Aún no tiene nombre, pero esta pequeña en el Hospital Mónica Pretelini ha peleado contra el covid-19 cada uno de sus 12 días de vida.
Ante el empeoramiento de su mamá fue obligada a nacer a las 33 semanas de gestación, de 37 a 42 idóneas.
A pesar del alto riesgo de intubarla por el riesgo de lastimar sus delicados órganos, los médicos no tuvieron otra opción más que conectarla al ventilador.
El jueves de la semana pasada, su madre, Guadalupe, de 33 años, murió, convirtiéndose en una de las 100 mil víctimas del reconocidas hasta hoy por el gobierno y, de los cuales, oficialmente, 177 son niños menores de cuatro años de edad.
La leche para la bebé es donada por alguna mamá desconocida y pasteurizada en este mismo hospital. Aunque no sea del seno, sino a través de sonda, el alimento resulta indispensable para que los pacientes neonatos obtengan inmunidad a las enfermedades.
Sobre la incubadora de la pequeña, al lado del respirador que la mantiene viva, aparecen los apellidos de su mamá, González de Paz, una mujer de Valle de Bravo y enferma desde la semana 30 de gestación, y cuyo agravamiento por covid propició el adelanto de la cesárea.
Guadalupe y la niña fueron separadas al siguiente momento del corte del cordón umbilical.
La separación suele ser uno de los momentos más difíciles para los médicos en ocho meses de experiencia de la pandemia.
El personal se esfuerza en mantener contacto con los familiares, para quienes ver un video de su niño vivo hace la diferencia.
Hoy, la hija de Guadalupe sigue en la sala para recién nacidos con covid adecuada en el Hospital Mónica Pretelini, en la capital del Estado de México. Quizá lo logre. Ya pesa 1 kilo 980 gramos y los peores días ya pasaron.
Ha evolucionado mejor, lo podemos decir con base en su radiografía y gasometría, a pesar de que tiene dos pruebas positivas para SARS-CoV-2, aunque enfrenta el problema secundario de su prematurez y consecuente inmadurez pulmonar”, explica Omar Bravo Calderón, médico neonatólogo que la atiende.
EN EL FRENTE DE BATALLA
Aquí, el personal médico entrega sus vidas. A veces literalmente. El miércoles pasado, el enfermero Diego Jacinto Correa, un hombre joven y que siempre fue sano, entusiasta en su trabajo, murió por coronavirus, posiblemente adquirido en la misma terapia en que Guadalupe murió.
El hospital Mónica Pretelini recibe pacientes de todo el Estado de México, incluidos los municipios de Ecatepec y Nezahualcóyotl, dos de los más golpeados por la pandemia en el país.
Guadalupe pasó sus últimos días en la cama seis de la terapia intensiva gineco-obstetra del mismo hospital público que ha logrado la proeza de atender a más de 250 mujeres embarazadas o puérperas con un covid que requiere hospitalización y de las que sólo cinco han perdido la batalla.
De los 40 recién nacidos internados hasta ahora en este centro y positivos a covid, sólo cuatro han muerto. Hoy, junto a la huérfana de Guadalupe, otros cuatro bebés luchan por su vida cuando ésta apenas empieza. No pueden comer de sus madres, así que son alimentados con la leche materna donada por otras y procesada en el mismo hospital.
En ocasiones, la mamá llega tan grave (de covid) que, lamentablemente, es necesario interrumpir el embarazo en ocasiones a las 28 o 30 semanas de gestación y pesos a veces menores de un kilo y medio, así que son niños que requieren pasar mucho tiempo con un ventilador”, explica Gabriela García Cuevas, jefa de neonatología. En casos menos graves, cuando el embarazo se logra llevar a término, los recién nacidos pueden permanecer junto a sus madres, incluso siendo amamantados.
Uno de los niños que comparte estancia con la hija de Guadalupe es el hijo de Marisol. Luego de semanas intubado, su niño fue desconectado de la máquina y recibe asistencia de oxígeno suministrado a través de una esfera de acrílico, en cuyo interior está la cabeza del bebé.
Marisol, de 36 años de edad, ya también está libre del virus, pero el daño en sus pulmones y una infección bacteriana oportunista la tienen en los límites de la vida. Yace inconsciente y afiebrada sobre una cama con la respiración agitada, pero, al menos, ya sin asistencia mecánica.
A unos metros de distancia, separados por el coronavirus, Marisol y su niño aún no se conocen.
EXCÉLSIOR