En México, al menos 25 millones de niños, niñas y jóvenes de 0 a 17 años de edad que viven en condiciones de pobreza moderada y extrema -y que representan la mitad de la población de asistir a la educación obligatoria-, están en riesgo de ser excluidos del derecho a aprender, porque no están logrando, incluso asistiendo a la escuela, el aprendizaje básico que se requiere para poder seguir estudiando o para vivir una vida digna, señaló la Maestra Sylvia Schmelkes del Valle, Vicerrectora Académica de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
Quienes pertenecen a esa población infantil y juvenil acceden menos a la escuela, transitan con mayores dificultades por ella, aprenden menos y aquello que aprenden en la escuela les sirve menos, porque viven en condiciones de vida para las que no están siendo formados, agregó Schmelkes, al hablar de La desigualdad educativa y la acción comprometida, durante la charla Inequidad: El Reto de la Educación Universitaria virtual, organizada por la Fundación Scholas Occurrentes.
En su disertación la Vicerrectora dijo que, con algunas excepciones, los resultados de aprendizaje siempre son más bajos para quienes viven en pobreza, y dio como ejemplo que el 80% de los niños/as indígenas, al finalizar su educación primaria, no logran los niveles básicos de comprensión lectora y de matemáticas, porcentaje que es significativamente más bajo que el promedio de estudiantes de este nivel educativo, que anda en 50% para lectura y comunicación; y en 60% para matemáticas.
Esta desigualdad en los resultados educativos es un fenómeno multifactorial que tiene muchas explicaciones. Una de ellas es que en países donde la educación es inequitativa, como es el caso de México, los gobiernos distribuyen los recursos de acuerdo con las presiones políticas por obtener educación de calidad, las cuales provienen de familias en las que los padres/madres asistieron a la escuela, que viven en zonas urbanas, que pertenecen a las mayorías culturales y que tienen una clara percepción de los beneficios de la educación.
“Ellos son los que van a presionar por escuelas de calidad para sus hijos. Y ante una presión política de quienes, además, tienen más recursos y más posibilidades de hacer visible esta presión, hay gobiernos que a eso responden, a eso reaccionan, y son los gobiernos desiguales”.
Por el contrario, al encontrarse en una situación de desventaja por ser pobres o una minoría cultural, los habitantes de zonas indígenas, rurales y marginales urbanas ejercen mucha menos presión política por tener una educación de calidad, lo que se traduce en que a sus lugares de origen se destinen menos recursos para infraestructura y equipamiento educativo, calidad y capacitación de los docentes.
Es así que, aunque en estos lugares ha aumentado la oferta educativa -acceso a la educación-, no se ha logrado hacer cumplir el derecho a la educación, porque no se ha logrado el aprendizaje, “y el derecho a la educación no es otra cosa que el derecho a aprender”.
Inequitativa distribución de la calidad educativa
Para Schmelkes, uno de los problemas en la educación superior es que en ésta no se encuentra representada “en su justa proporción” toda la sociedad. Si el sistema de educación superior fuera totalmente equitativo, en él estarían representadas, en la misma proporción que representan en la sociedad, los diferentes sectores sociales, todos los deciles de ingreso, los sectores indígenas, los campesinos, los obreros.
Pero esto no es así en México, donde hay un sistema educativo que, desde la base, distribuye la calidad de la educación de manera inequitativa y también distribuye mal las oportunidades para los diferentes sectores de la población, lo que impide a los desfavorecidos sacar provecho a su educación y poder completar los niveles educativos que requieren para vivir una vida digna.
Esta inequidad educativa explica por qué en México hay: diferencias en el acceso a la escuela a cualquier nivel, inclusive a la educación básica, a la que pese a ser casi universal todavía no acceden algunos sectores de la población; diferencias en la permanencia, pues se accede a la escuela, pero se deserta de ella cuando se tienen dificultades económicas, socioemocionales o la necesidad de trabajar; y diferencias de aprendizaje, aprendizajes que son menores para quienes están en situación de pobreza, respecto de quienes tienen una ventaja social, económica y pertenecen al grupo cultural mayoritario.
Esta desigualdad educativa se correlaciona con las desigualdades en el bienestar general de las familias, o sea, “las familias que no tienen buenos niveles de bienestar suelen ser también las familias que tienen hijos con dificultades de aprendizaje y de permanencia en la escuela”. A esto se suma el contexto de origen, es decir, si es rural o urbano, si se es o no de una zona de marginación, y si se es o no se es indígena.
Sin embargo, ninguna de esas correlaciones ocurre naturalmente, es decir, no significa que las y los estudiantes no aprenden por ser pobres, indígenas o por vivir en zonas rurales o marginadas, sino que su déficit en el aprendizaje es consecuencia “de la falta de políticas que consideren la equidad en la educación como el vehículo para tener sociedades más justas”.
Al respecto, Schmelkes dejó en claro que hay una gran diferencia entre equidad e igualdad. Igualdad es dar lo mismo a todos/as, algo de lo que incluso México se encuentra alejado, toda vez que en el país “le damos más a los que más tienen”. Por el contrario, equidad es darle más a los que más lo necesitan, y es darle a quienes necesitan lo que necesitan, para que puedan lograr resultados educativos equivalentes a los de los sectores más favorecidos.
Pero cuando las decisiones políticas son inerciales, es decir, se sigue haciendo lo que se ha venido haciendo -como mantener las diferencias de calidad entre las escuelas-, “los sistemas educativos parecen estar condenados a reproducir la desigualdad económica y social; cuando de la educación se espera que sea totalmente lo contrario, que sea el vehículo para permitir la permeabilidad, la movilidad, otros horizontes de vida”.
Mas si un gobierno se compromete a hacer diferente las cosas, o la sociedad tiene la capacidad democrática de presionar a los gobiernos para que hagan las cosas diferente, se puede alcanzar una realidad totalmente distinta, “y la educación se puede convertir en este vehículo de cambio y de transformación”.
La importancia de la educación y el derecho a aprender
La Vicerrectora de la Ibero, universidad jesuita de la Ciudad de México, destacó que la educación es importante porque es un derecho humano básico, y como tal, el derecho a la educación es para todos. Derecho que “no es otra cosa más que el derecho a aprender, porque si no, no tiene sentido”.
Además, la educación es un derecho llave o habilitante, porque permite el cumplimiento de otros derechos, como el derecho a la salud -si se tiene más educación también se tiene mayor información para cuidar la propia salud y la del entorno- o el derecho a la libertad de expresión. Asimismo, la educación tiene efectos sobre el bienestar general, sobre la productividad de la sociedad y sobre el capital social -la confianza mutua que se tiene y la confianza en las instituciones-, lo que conduce a la paz social y al ejercicio de una ciudadanía responsable.
Todo esto, cree Schmelkes, permite leer de una forma distinta el Pacto Educativo Global del Papa Francisco y a la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible -firmada por 184 países-, que hacen un llamado a que todos y todas adquieran una educación de calidad.
Y como, “hay batallas que se tienen que librar en el terreno de lo político, porque tienen que ver con esta capacidad de presión para poder obtener decisiones que aseguren una educación de calidad para todas y todos, entonces hay que hacer lobbying (cabildeo), hay que hacer advocacy (incidencia política), hay que tener esta capacidad de organizarnos socialmente, y poder presionar para tener un sistema educativo distinto”, aseveró la Maestra.
En este “terreno en el cual hay que luchar”, el papel de las y los docentes es muy importante, porque son quienes más entusiasmo tienen por esta lucha política por una educación de mayor calidad, por lo que su organización es absolutamente fundamental. No obstante, “la batalla principal se tiene que lograr en el terreno de lo educativo”, cuyos resultados, al ser generacionales, se verán en el largo plazo.
Dicha batalla educativa “se trata de convertirnos”, de generar un cambio de mentalidad, como dice el Papa Francisco en el Pacto. “Y aquí me acuerdo del preámbulo a la Constitución de la Unesco, en 1945, que lo que decía es: puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de paz. Vamos mente por mente, vamos transformando mentalidades, y eso solamente lo puede hacer la educación”.
“La propia educación tiene que empezar a convertirse, ella misma debe ser justa, debe ser respetuosa de los derechos humanos, de la diversidad, tiene que ser guiada por una ética de cuidado, tiene que ser equitativa; equitativa en cada salón, en cada escuela, inclusiva”. Una educación que atienda a cada uno/a según sus necesidades, que sea “guiada por el derecho a aprender, por la equidad de género, abierta a los aportes culturales de nuestra población diversa y, preocupada y ocupada por el bienestar integral de todos y todas”.