Considerado un recurso no renovable, el suelo enfrenta una degradación que se aceleró en los últimos años, situación que resulta preocupante toda vez que entre los servicios que brinda está generar 95 por ciento de los alimentos para el consumo humano, por lo cual su salud está directamente relacionada con la humana.
Blanca Lucía Prado Pano, del Instituto de Geología (IGl) de la UNAM, aseguró lo anterior y dijo que la última estimación oficial realizada del nivel de degradación de los suelos en México es de 2002, cuando la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales calculó que 45 por ciento tenía afectación en algún grado.
La experta del Programa Universitario de Estudios Interdisciplinarios del Suelo (PUEIS) precisó que el problema es que si está degradado se pierden de manera parcial o total los servicios que ofrece, inclusive pueden quedar anulados de manera total o parcial.
“Hay tipos de degradación que se están acelerando mucho, por ejemplo la expansión de las grandes ciudades es uno de los grandes problemas que tenemos ahora porque se van hacia zonas preservadas, suelos que tienen una vocación agrícola y los seres humanos no hemos puesto mucha atención a un desarrollo urbano ordenado y estamos provocando sellamiento del suelo y anulación de los servicios ecosistémicos”, aseveró la investigadora del departamento de Ciencias Ambientales y del Suelo.
Durante la charla “Servicios ecosistémicos de los suelos”, la ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz detalló que si bien no se puede dar una cifra exacta del nivel de degradación actual, su recuperación depende del grado de degradación que sufrió y aquellas funciones que se deseen reestablecer.
“Por eso es que un primer gran paso es entender y valorar lo que son los suelos para tener herramientas y tomar las decisiones adecuadas a los diferentes niveles, ya sea desde la parcela o desde nuestro espacio”, comentó.
Una capa dinámica
Prado Pano explicó que los servicios ecosistémicos del suelo se refieren a aquellas contribuciones que ofrece la naturaleza y que hacen posible la vida en el planeta, los cuales van desde alimentos, fibras, biocombustibles, agua, productos farmacéuticos hasta la regulación de los ciclos del agua, del carbono y del clima, por ejemplo; finalmente los sistémicos culturales, o beneficios intangibles: el paisaje como inspiración.
Para que el suelo se forme se requiere de la acción de rocas, la topografía, el clima, microorganismos que lo transforman y el tiempo pues cada centímetro de suelo requirió de mil años para formarse, de ahí que se le considere un recurso no renovable, enfatizó.
Formado principalmente por minerales (45 por ciento), agua (25 por ciento), aire (25 por ciento) y materia orgánica (5 por ciento), un suelo sano alberga la cuarta parte de la biodiversidad del planeta que va desde la megafauna que redistribuyen los materiales (sapos, conejos, tejones entre otros), macrofauna (lombrices, termitas, hormigas que ayudan al drenaje y aireación del suelo), mesofauna (nemátodos, ácaros o tardígrados que son reguladores de la descomposición) hasta la microfauna (bacterias, hongos y nemátodos).
Un suelo sano, además de proteger a las plantas con las cuales tiene una clara relación simbiótica, ayuda a la descomposición de la materia orgánica, garantiza el ciclo de los nutrientes, elimina plagas y protege plantas que para los seres humanos son fuente de fármacos y alimentos, enfatizó.
También permite o garantiza el ciclo del agua la cual retiene, filtra y limpia a medida que desciende a capas más profundas. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), cuando se gestionan de forma sostenible los suelos pueden jugar un papel importante en la mitigación del cambio climático a través de la absorción de carbono y reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Caso mezquital
La experta relató que llevó a cabo estudios en el Valle del Mezquital donde los pobladores utilizan aguas residuales para el cultivo de alimentos y el herbicida Atrazina, que tiene un reconocido potencial carcinógeno y aunque está prohibido en varias naciones del mundo, en México su uso continúa.
La universitaria comentó que 64 días después de la aplicación del producto, su equipo encontró restos del compuesto y sus derivados, lo cual implica que fue degradado o transformado en el suelo.
“El suelo tuvo la capacidad de retener al herbicida y sus subproductos. Esto explica por qué encontramos el herbicida 64 días después de la aplicación, quiere decir que el compuesto llegó, el suelo lo atrapó y lo mantuvo ahí”, señaló.