Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU) una de cada seis personas en el mundo se encuentran en situación de estrés hídrico, un problema global que cada vez es más grave, al grado que en 2018 Ciudad del Cabo, Sudáfrica, estuvo a punto de declarar el “día cero” y convertirse en la primera urbe del mundo obligada a detener el abastecimiento debido a la escasez de agua.
Gracias a importantes medidas de restricción en el suministro y a las lluvias, el almacenamiento de agua fue el suficiente como para dejar de temer, al menos por ahora, por una situación tan dramática: las autoridades redujeron el consumo a 50 litros por habitante/día, recomendaron duchas de dos minutos y prohibieron regar jardines, lavar coches o llenar piscinas.
La situación fue tan al límite que se preveía el corte para el 75 por ciento de las tomas de la ciudad y el abastecimiento de sus casi cuatro millones de habitantes estaba programado para darse en sólo 22 puntos.
Pero ¿qué es el estrés hídrico? Es un concepto que se utiliza cuando la demanda de agua es mayor que la cantidad de la que se dispone o cuando su uso se ve restringido por su baja calidad. Si en un país o región los suministros anuales de agua caen por debajo de los 1.7 metros cúbicos por individuo, es decir, entre ocho y nueve vasos de agua, se considera que hay una situación de estrés hídrico.
Según la ONU, “muchos países utilizan el agua mucho más rápido de lo que se repone, por lo que el desperdicio en las ciudades es un desafío que debe afrontarse de inmediato”.
Las causas del estrés hídrico son múltiples y complejas, pero la crisis climática y el calentamiento global están presentes en casi todas: crecimiento demográfico, perturbaciones y disminución de las temporadas de lluvia, contaminación de los cauces de los ríos por las actividades industriales, mala gestión humana de los recursos hídricos, conflictos bélicos…
Los países más pobres suelen ser los más perjudicados. Según “Acción contra el hambre”, en Siria más de la mitad de la red de agua ha sido dañada en los combates, y en Yemen, la población sin acceso a agua segura pasó del 40 por ciento al 70 por ciento, desde el inicio de los conflictos.
Según un análisis de World Resources Insitute (WRI), organización sin ánimo de lucro que investiga los recursos del planeta, cerca de la quinta parte de los países sufrirán problemas relacionados con el acceso al agua en 2040, pero los que tienen mayor estrés hídrico (datos actualizados a 2019) son Qatar, Israel, Líbano, Irán, Jordania, Libia, Kuwait, Arabia Saudí, Eritrea, Emiratos Árabes Unidos, San Marino, Bahrein, India, Turkmenistán, Omán y Botswana.
Catorce de los 33 países con más probabilidades de sufrir estrés hídrico y recortes en el suministro de agua en 2040 se encuentran en Oriente Medio, un área caracterizada por la ausencia de precipitaciones y altas temperaturas, por lo que apenas existen ríos con un cauce permanente.
Además, se trata de una zona azotada por una enorme agitación política y territorial. Nueve de ellos enfrentarían una escasez de agua extremamente alta: Bahrein, Kuwait, Palestina, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Omán y el Líbano.
Pero si bien no se enfrentarán al alarmante estrés hídrico que afecta a Oriente Medio, superpotencias mundiales como los Estados Unidos, China e India tendrán que afrontar graves problemas por la reducción del agua, sobre todo en algunas áreas como el suroeste de los Estados Unidos o la provincia china de Ningxia, donde podría aumentar del 40 por ciento al 70 por ciento.
En Sudamérica, Chile es uno de los países en situación más delicada, que pasó de un estrés hídrico medio en 2010 a estar considerado como uno de los lugares con estrés extremadamente alto en 2040, a causa de la subida de la temperatura y el comportamiento cambiante de las precipitaciones en la región.
España y Grecia lideran el ranking de países europeos más afectados por el estrés hídrico, así como sus vecinos del norte de África.
Hay mucho por hacer para reducir los riesgos que tienen que ver con el agua, considera la ONU, pero para ello es necesario el compromiso de los gobiernos, las instituciones locales, el sector privado y la voluntad individual, para limitar el uso del agua en determinadas actividades, plantar cultivos más eficientes, promover infraestructuras de depuración y desalación, restaurar bosques, reducir el desperdicio de alimentos y promover dietas de alimentación más sostenibles.