Las crisis son oportunidades, dicen los libros de autoayuda. Suponen un momento de peligro pero, a la vez, pueden abrir nuevas vías que nunca se habrían explorado sin mirar antes al abismo. Pues eso es lo que tiene por delante la Casa Real británica, un cirio como no se ha visto en la institución en 85 años y una ocasión para remozarse, enmendarse y adaptarse a los nuevos tiempos. Su ortodoxia -a veces ortopédica, paralizante- y su desconexión con el nuevo siglo están en la base de su problema y la entrevista de los duques de Sussex de la pasada semana no ha hecho más que sacarlo a la luz.
Las acusaciones de racismo y de falta de sensibilidad ante una emergencia de salud mental (de una embarazada, para más inri) han llevado a la propia Isabel II a anunciar que serán abordadas de forma “muy seria por la familia en privado”, pues son “muy preocupantes”. Han demostrado que, más allá de las desavenencias propias de cualquier gran familia, hay un poso viejuno en la institución en la que manda la misma señora desde hace 69 años, que la aleja de la calle, más aún de las nuevas generaciones, y que necesita ser revisado.
Lo dicen las encuestas: en una elaborada por YouGov al calor de la polémica entrevista de Oprah Winfrey, casi el 60% de los jóvenes de 18 a 24 años mostraban su simpatía por los duques, a quienes creen que se ha tratado de forma injusta, frente al 80% de los mayores de 65 que no los pueden ver. El analista Owen Jones explica en The Guardian que los jóvenes no demuestran una reverencia nacionalista y patriótica hacia la Casa Real, que sus inseguridades económicas los hacen poco propensos a aplaudir fastos y gastos, que esta generación está marcada por la lucha de las mujeres y las minorías y que eso está redundan…
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