Miles de salvadoreños celebraron este domingo la canonización del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, quien se convirtió en el primer santo de El Salvador y Centroamérica luego de ser asesinado por su prédica en favor de los desposeídos durante los años más violentos del país.
Al ritmo del sonar simultáneo de las campanas de las iglesias católicas en todo el país centroamericano, los seguidores de Romero festejaron rezando y encomendándose al ahora santo para pedirle por sus seres queridos.
«Estamos agradecidos con el Papa Francisco porque reconoció en Romero su labor pastoral», indicó Manuel Candray, un auditor de 56 años, mientras sostenía una vela en sus manos.
Tras varias décadas de discusión sobre si el mensaje de Romero se apegaba a la doctrina de la Iglesia católica o impulsaba a la izquierda, el Papa Francisco lo declaró santo el domingo, junto con otros seis beatos, incluido el papa Pablo VI, quien nombró a Romero arzobispo de San Salvador en 1977.
Guadalupe Mejía, una activista que busca personas desaparecidas, recordó que en noviembre de 1977 acudió, angustiada, ante el cura para pedirle que la ayudara con la desaparición de su esposo por parte de la fuerza pública.
Romero denunció la desaparición y motivó a Mejía, hoy de 75 años, para que, junto a otros familiares de víctimas de violaciones a los derechos humanos, se organizaran para buscar justicia.
«Me siento contenta y alegre (…) vamos a tener a un santo que hemos conocido y hemos hablado con él», añadió conmovida.
Cientos de seguidores observaron la ceremonia de canonización a través de pantallas gigantes colocadas en la plaza frente a la Catedral de San Salvador, donde Romero pronunció sus homilías.
Tendidos en el piso y cantando, los feligreses permanecieron durante horas esperando el acto principal en el Vaticano, que ocurrió durante la madrugada salvadoreña.
Los seguidores aplaudieron, lanzaron globos y fuegos pirotécnicos cuando el Papa Francisco oficializó a Romero como santo.
«Fue una gran emoción, una gran alegría, es un sentimiento que no se puede explicar, es algo bien bonito que monseñor ya está en el libro de los Santos», señaló Jaqueline Urrutia, una artesana de 45 años, que asistió acompañada de una de sus hermanas en silla de ruedas.