Las hipótesis más recientes sobre el origen de la pandemia de coronavirus (Covid-19) en la ciudad de Wuhan, provincia china de Hubei, apuntan hacia una serie de eventos desafortunados protagonizados por un murciélago, un pangolín y, al final de la cadena, un humano.
Un murciélago de herradura, proveniente de la familia de los Rhinolophus podría haber salido a sobrevolar su hábitat infectado de alguna cepa de coronavirus. Durante su trayecto, sus excrementos caerían sobre plantas e insectos de las que un pangolín, el mamífero más traficado en el mundo por su armadura y su carne, se alimentaría.
El pangolín se convertiría en el huésped del coronavirus, una de las familias de virus más comunes en murciélagos. De ahí, sería trasladado para su venta a un mercado de animales exóticos en Wuhan, infectando a alguno de sus captores, vendedores, consumidores, o a todos. El resto es historia. La humanidad cruzaría una línea más en su vínculo con la naturaleza.
El trasfondo científico de la historia
La hipótesis planteada aún es parte de los caminos posibles delineados por la comunidad científica para llegar al final del laberinto: la retrospectiva para encontrar al “paciente cero” y al huésped del agente infeccioso. Sin embargo, aún no hay una conclusión definitiva.
De acuerdo con la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE), las probabilidades de que el SARS-CoV-2 provenga de los animales es elevada. Esto, ya que los datos de la secuencia genética lo relacionan con otro miembro de la familia de los coronavirus, el cual circula comúnmente entre los murciélagos de herradura.
La OIE enfatiza en su portal de internet que las investigaciones continúan para validar las hipótesis sobre el origen animal del virus. Por su parte, el profesor de la Sociedad Zoológica de Londres, Andrew Cunningham, dijo en días previos a BBC News que reconstruir la historia es todo un “trabajo de detective”.
No obstante, ésta no es la primera vez en que el vínculo entre el consumo humano y el ecosistema genera un problema de salud pública y, en este caso, una emergencia sanitaria global. De probarse la hipótesis del murciélago y el pangolín, el COVID-19 pasaría a formar parte del catálogo de enfermedades zoonóticas, también llamadas zoonosis.
Un largo historial de enfermedades zoonóticas mortales
Una investigación publicada en 2017 en la Biblioteca de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos advirtió desde entonces sobre la amenaza que representan las zoonosis para la humanidad, los animales y, como se ha visto, para los sistemas de salud.
De acuerdo con el estudio en cuestión, se estima que el 60 por ciento de las enfermedades infecciosas conocidas y el 75 por ciento de los padecimientos nuevos o emergentes son de origen animal. Además, las zoonosis enferman a más de 2.5 miles de millones de personas y matan a 2.7 millones anualmente.
“Las zoonosis emergentes son responsables de algunas de las epidemias más devastadoras y de más alto perfil”, subrayó desde hace dos años la investigación respaldada por los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Atlanta, Estados Unidos.
La OIE explica que las enfermedades zoonóticas pueden transmitirse al humano de diversas formas. Principalmente, existen dos formas de contagio; por un lado, al estar en contacto con entornos contaminados por animales infectados; por otro, mediante huéspedes intermedios, los cuales se convierten en focos de infección cuando el ser humano los consume.
Tal ha sido el caso de otros padecimientos como la influenza aviar y sus subtipos, de los cuales, la influenza H3N2 y el tipo H1N1 se transmiten de forma recurrente a los humanos. De hecho, la infinidad de variantes genéticas de la influenza también afecta a otros animales de crianza como cerdos y caballos.
Entre las zoonosis mortales y de alto riesgo para los humanos que han alertado sobre la necesidad de repensar las formas de interacción con la naturaleza se encuentran el ébola, la rabia y la enfermedad de Lyme. El primero de los padecimientos descritos, también transmitido por murciélagos, ha acechado de forma letal al continente africano desde 2014.
Oídos sordos ante los coronavirus
En cuanto al caso particular de los coronavirus, las advertencias y los focos de alerta comenzaron desde inicios de este siglo. En 2007, un estudio difundido por la Universidad de Hong Kong advirtió sobre las amplias posibilidades de recombinación genética de las cepas de CoV, así como de su presencia en animales como los murciélagos de herradura.
Dicho estudio advirtió que estos virus eran una “bomba de tiempo”, a la cual, según informó el centro de investigación de Hong Kong, se suma el consumo de animales exóticos al sur de China. “No debe ignorarse la posibilidad de que el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS, por sus siglas en inglés) y otros virus reaparezcan”, enfatizó la investigación.
Justamente, el SARS fue uno de los preámbulos que enfrentó China antes de la pandemia y cuyo origen también se encuentra en la familia de los coronavirus. Dicha afección respiratoria generó una epidemia al interior del gigante asiático que infectó a más de ocho mil personas y mató a 700 más. Su tasa de mortalidad fue del 10 por ciento.
Las investigaciones continúan en torno a la posibilidad de que la humanidad se encuentre nuevamente frente a una enfermedad zoonótica. No obstante, los hallazgos podrían demorar más de un año, tal como ocurrió con los resultados ante el SARS, el cual, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se transmitió de la civeta al ser humano.
La fábula del murciélago y el pangolín
El pasado 18 de mayo, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, señaló: “a pesar del poderío de las naciones, el mundo ha sido humillado por el pequeño microbio”. Con ello, quedó claro que la sociedad ha sido rebasada por subestimar todo aquello que no es humano.
A estas alturas, regresar en el tiempo sólo servirá para identificar los momentos en que la humanidad se confió demasiado de su rol en el mundo. En ese sentido, la historia del murciélago que contagió a un pangolín, repite el capítulo de la civeta que propagó el SARS. Las lecciones de ambas fábulas llevan a una conclusión simple: urge implementar medidas preventivas ante las zoonosis.
De acuerdo con la OMS, en el escenario posterior a la pandemia se buscará “proporcionar orientación sobre cómo prevenir las infecciones por SARS-CoV-2 en animales y humanos y prevenir el establecimiento de nuevos reservorios zoonóticos”. Por su parte, la ciudad de Wuhan, epicentro inicial del contagio, ha prohibido la venta de animales salvajes durante cinco años.
Asimismo, la OIE ha hecho un llamado a la industria alimentaria para analizar los riesgos en sus cadenas productivas. No sólo de presencia de coronavirus, sino de otros padecimientos que pueden generarse en los animales que crían, trasladan y comercializan.
Así, si se desea combatir la propagación del coronavirus o prevenir futuras pandemias, expertos han enfatizado en que el consumo de productos de origen animal requerirá cambios drásticos en los protocolos de sanidad, controles de calidad, condiciones de crianza de cada especie y restricciones en la comercialización de animales salvajes.
Aún no hay suficiente evidencia para probar la hipótesis de que el COVID-19 fue causado por comer animales. No obstante, las enfermedades zoonóticas se mantienen como un riesgo latente cuando la humanidad cruza la línea de confianza con la naturaleza. (NTX)
Por Daniela Flores González