Como consecuencia de la sobreexplotación de recursos naturales, se estima que una persona promedio puede llegar a consumir hasta 22 toneladas de materiales 250 gigajulios de energía al año.
Cada ser vivo lleva a cabo una serie de procesos biológicos necesarios para su crecimiento y desarrollo, mismos que se basan en el intercambio de elementos con el ambiente. Tal es el caso de la respiración: humanos y animales inhalan oxígeno y exhalan dióxido de carbono.
Cuando estas dinámicas individuales escalan a nivel social resulta inevitable evaluar si estas relaciones, avaladas tanto por la biología como por la física y la sociología ambiental, son equitativas y sostenibles. Dicha cuestión fue explorada por Manuel González de Molina Navarro durante un conversatorio para el alumnado de la IBERO Puebla.
Los gobiernos de varios países han establecido indicadores para conocer el comportamiento de los flujos de energía y materiales en las diferentes manifestaciones del llamado ‘metabolismo social’. A través de la métrica MEFA (del inglés Material and Energy Flow Accounting) se contempla cómo la extracción de combustibles y minerales genera materiales de exportación para el sustento de la economía, pero también residuos no reutilizables.
Para llevar a cabo este proceso, las sociedades colonizan los ecosistemas naturales, ejercicio cuyos límites se han difuminado progresivamente en favor de la industrialización. Explicó González de Molina basado en una analogía informática: “Lo duro, el hardware, sería la parte material de metabolismo. En tanto, lo blando (software) sería la estructura y el orden de los flujos de energías y materiales”. Este proceso, aclaró, no está exento de aspectos éticos, ideológicos y políticos.
Un recorrido por la historia de las civilizaciones permite identificar tres regímenes metabólicos. El primero, el extractivo, no requiere la transformación de las estructuras del entorno para obtener recursos naturales. El segundo, el orgánico, produce alteraciones limitadas en el ecosistema a través de la actividad agrícola; la energía solar permite que sea un modelo sustentable.
En cambio, el régimen industrial, se basa en la energía atómica y los combustibles fósiles, lo que ha proporcionado una alta capacidad de transformación de los ecosistemas, convirtiéndolos en espacios artificiales cuya capacidad de reciclaje se acerca al colapso. La prevalencia de los otros dos modelos, aseguró el académico de la Universidad Pablo de Olavide, ha impedido que la crisis ambiental llegue a un punto de no retorno.
Desde inicios de la revolución industrial, el crecimiento exponencial del uso de energías inorgánicas ha rebasado el límite de las capacidades de recuperación planetaria. “El proceso de industrialización se ha basado en una economía que depende de los bosques subterráneos que se han fosilizado”. A ello se suma el crecimiento exponencial de la población mundial en los últimos cien años.
La mirada del metabolismo social ha expuesto la evolución del consumo de recursos en contraste con la reducción del peso de la biomasa: mientras que la población creció 4.4 veces en el siglo XX, el consumo lo hizo 9.6 veces, lo que ha llevado al mundo a encarar los límites de la sostenibilidad.
De igual forma, la perspectiva americana del crecimiento ha provocado que los países pobres pero con grandes acervos naturales exporten sus recursos a los países más poderosos. “Conforme van aumentando los límites planetarios y va disminuyendo la disponibilidad futura de los recursos, el comercio internacional hace que fluyan energías y materiales”.
La metodología del metabolismo social permite estudiar momentos concretos del pasado y hacer proyecciones para el futuro. La finalidad de la joven disciplina, sintetizó Manuel González de Molina, es poner de manifiesto las malas relaciones con la naturaleza para implementar mecánicas de entendimiento distintas.