Se subieron en la estación del Metro, La Raza, eran cinco hombres, todos con gorra y collares, o de San Judas Tadeo o de la religión Yoruba, por las verdes y amarillas cuentas de colorido chaquiron.
Entre ellos iba también otro hombre, uno pequeño de menos de cinco años de edad, miraba con sus ojos grandes a quien al parecer era su padre, hablaba a gritos con otro de sus compañeros mientras los demás se distribuían estratégicamente a lo largo del vagón.
Las personas que se dirigían hacia alguna estación hacia Pantitlán, en la Línea 5 del Sistema de Transporte Colectivo Metro, bajaron discretamente sus teléfonos celulares, comenzaron a removerse con miedo entre sus asientos y buscaban rápidamente algunas monedas entre sus bolsillos.
Para la estación Misterios los cinco hombres ya estaban muy acomodados, un par en el otro extremo del vagón, otro haciendo escandalosas marometas y trepando en los tubos de la parte central, los otros dos, con el niño, haciendo notar a gritos su presencia con una conversación sin importancia .
De Valle Gómez a Consulado hay una larga extensión de tramo subterráneo, así que dos de ellos comienzan a gritar que prefieren pedir el dinero “por la derecha banda, porque lo queremos ahí arrebatarlo “, otro de ellos pega con un desarmador en los tubos mientras pide que “nos regalen algo por las buenas”.
La gente saca lo que sea de los bolsillos, los chilangos que se jactan de serlo saben que siempre deben traer para darles “el talón”; un par de monedas de cinco, un billete doblado de cien pesos por si la situación se pone más fea, incluso hay quienes ya llevan un celular barato de esos de “chicharito”, para distraer a quienes de muy buena manera solicitan el dinero.
“No los queremos asustar, pero es mejor pedirles por las buenas que nos ayuden con algo, lo que sea su voluntad, la verdad es que ya no queremos robar”, dicen mientras ya todos caminan en fila por el pasillo del vagón, mirando sin discreción bolsas y pertenencias.
Todos son altos, oscilan entre los 20 y 40 años, tienen camisetas que dejan a la vista su fuerza y buena salud, así como tatuajes a la Santa Muerte, el niño camina atrás de la fila, recibe contento un conejito de chocolate que una viejita con ojos de horror le dio; luego, al llegar a Consulado, todos salen corriendo, el niño también, al parecer está familiarizado con la dinámica.
En el boletín estadístico de la incidencia delictiva en la Ciudad de México, de enero a junio del año pasado, de los mil 249 robos reportados en el transporte público, 311 ocurrieron en el metro y fueron sin violencia, ello, solo después de aquellos de los ocurridos en el sistema RTP, Trolebús, Tren Ligero y otros que observaron 667, y del metrobús que fueron 237.
De julio a noviembre de 2018, de los mil 519 reportados, 281 fueron en el metro, con un promedio de 1.8 cada día.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública (ENVIPE) 2018, por entidad federativa, el delito más frecuente, al igual que en otros diez estados del país, en la Ciudad de México es el robo o asalto en la calle o transporte público.
En un promedio anual, las pérdidas monetarias como consecuencia del robo en el transporte público son de cuatro mil 851 pesos; a nivel nacional 71 por ciento de las personas manifiesta sentir inseguridad en el transporte público, solo después de lugares como el banco o los cajeros de la vía pública, con 71.5 por ciento y 83.1 por ciento, en ese orden.