El pasado 12 de noviembre, el Gobierno de México recibió como asilado político al expresidente de Bolivia, Evo Morales, quien renunció al cargo luego de casi tres semanas de inestabilidad postelectoral en ese país sudamericano.
A lo largo de su historia, México ha otorgado dicha figura diplomática a personajes cuya vida corría peligro como Rigoberta Menchú, Héctor José Cámpora y León Trotsky, asesinado tres años después de su llegada a territorio nacional,
Este último caso, el del político revolucionario de origen judío Lev Davidovich Bronstein (Ucrania, 1879-México, 1940) mejor conocido como León Trotsky, creador del Ejército Rojo y artífice de la Revolución de Octubre en Rusia, es quizá el más conocido.
Unos años después de la instauración de la Unión Soviética, el dirigente fue acusado por el Tribunal de la Suprema Corte de la Unión Soviética, en Moscú, de liderar una banda terrorista que planeaba el asesinato de Stalin, entre otros señalamientos, por lo que fue expulsado del país en febrero de 1929; antes de llegar a México en 1937, vivió en Turquía, Francia y Noruega.
En su libro «Anita Brenner. Una escritora judía con México en el corazón», Marcela López señala que entre los personajes que lograron que Trotsky se asilara en México estuvo la periodista Ana Brennet, quien lo contactó cuando el político soviético estaba refugiado en Francia.
En diciembre de 1936, Ana envió un telegrama a Diego Rivera en México a nombre de “El comité americano para la defensa de León Trotsky”, pidiéndole que presentara el caso ante el presidente Lázaro Cárdenas como un asunto de “vida o muerte”.
Los medios de la época consignaron que Trotsky y su esposa, Natalia Sedova, viajaron en el barco petrolero Ruth, que zarpó de Noruega el 9 de diciembre de 1936.
El 9 de enero de 1937 entraron al Río Pánuco, en Tampico, y fueron recibidos por Frida Kahlo, George Novak, secretario del Comité Estadunidense de Defensa de León Trotsky, y Max Shachtman, fundador del movimiento trotskista en Estados Unidos.
Marcela López escribió que a inicios de 1937, Trotsky, desde su exilio en México, pidió al escritor Herbert Solow una comisión en su defensa: la “Comisión Dewey de Investigación de los cargos contra León Trotsky en los juicios de Moscú”.
Durante ocho días en una casa de Coyoacán, Trotsky dio su testimonio y fue interrogado por intelectuales dirigidos por John Dewey, a la sazón, de 78 años, fue un filósofo y pedagogo muy reconocido, era “el intelectual público más respetado en América”.
En diciembre de 1937, la comisión dio su veredicto de “no culpable”, pero no fue aceptado por la Unión Soviética.
Trotsky fundó en México la Cuarta Internacional (1938). El 21 de mayo de 1940 sufrió un atentado en su casa en Coyoacán (hoy Museo Casa León Trotsky), según reportaron algunos medios de la época.
La persecución de la que era objeto por parte de las autoridades de la Unión Soviética, terminó con su asesinato el 21 de agosto de 1940, tras ser atacado, un día antes, por Ramón Mercader, quien se infiltró a la que era su oficina y le dio un golpe en la cabeza con un piolet.
Tras el incidente, el único periodista que presenció la muerte de Trotsky fue Eduardo “El Güero” Téllez. El 20 de agosto, el mismo día del atentado, haciéndose pasar por agente del Ministerio Público, logró introducirse a la residencia donde vivía Trotsky en Coyoacán.
Después, en camilla y simulando un ataque cardiaco, entró al hospital de la Cruz Verde donde atendieron a Trotsky. Disfrazado de médico el periodista vio la operación que le hicieron al revolucionario, quien murió al siguiente día.
Sus cenizas fueron depositadas en la estela rectangular de concreto, diseñada por el pintor y arquitecto mexicano Juan O’ Gorman, en el patio del Museo Casa León Trotsky, junto a las de su esposa Natalia Sedova.