Aunque pueda pensarse que el grafiti es un tema de la historia contemporánea, en realidad es tan añejo como la historia humana; es una manifestación social que busca señalar la presencia de alguien en algún lugar, delimitar un territorio o incluso enviar un mensaje al observador para hacerle presente problemáticas de su entorno social que de otra forma no serían tan visibles.
Estos son algunos de los múltiples motivos que están detrás del grafiti, así como el punto de partida para el coloquio Grafiti en el patrimonio cultural. Conceptos, actores y aproximaciones, que la Secretaría de Cultura del Gobierno de México organiza por medio de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Transmitido virtualmente dentro de la campaña “Contigo en la Distancia”, este foro se puede seguir hasta el día de hoy, viernes 3 de septiembre, de 16:30 a 19:00 horas, por el perfil en Facebook de la CNCPC. Concluirá su actividad con una mesa de diálogo titulada “Experiencias compartidas. Presentación de casos”, reuniendo a restauradores privados, funcionarios de la Autoridad del Centro Histórico de la CDMX, y a personal de restauración de los Centros INAH Yucatán y Michoacán.
“Para nosotros –comentó la titular de la CNCPC, María del Carmen Castro Barrera– este coloquio es de interés para entender el origen social del grafiti, y también para conocer sus materialidades y cómo inciden todos ellos en el patrimonio cultural”.
Tras estas palabras de inauguración se dio paso a una serie de intervenciones que abordaron la conceptualización del grafiti y el comienzo de este fenómeno. Así, los investigadores y promotores culturales Miguel Ángel Junco Méndez y Humberto Reyes Méndez, hablaron acerca de los orígenes de esta manifestación.
Surgidos para marcar la presencia de una persona en algún lugar –y por ello asociados a manifestaciones culturales como los petrograbados o el arte rupestre–, estaban ya en la época romana, habiendo muchos en los vestigios de la urbe de Pompeya.
Otros ejemplos de grafiti antiguo, aunaron, están en la mezquita de Santa Sofía, en Turquía, donde hacia el siglo IX de nuestra era, un vikingo –quizá un comerciante de paso– grabó una inscripción en las paredes del templo, misma que dice: “Halvdan talló estas runas”; o bien, casos más cercanos a nosotros como son los grafitis históricos en el Palacio de Palenque, Chiapas, dejados por los numerosos viajeros, como Désiré Charnay, que visitaron la actual zona arqueológica en el siglo XIX y a inicios del XX.
Ya en nuestros tiempos, comentó el sicólogo Francisco Lugo Silva, el grafiti no solo conserva ese carácter que denota la presencia de alguien, mediante la firma o el tag, sino también es un demarcador de regionalidades al interior de las poblaciones, “y se caracteriza en este sentido por estar al margen de las señaléticas convencionales, como podrían ser las nomenclaturas o las señales de tránsito, lo que por las mismas razones hace que se desenvuelva en la ilegalidad”.
En este sentido, el sociólogo Víctor Mendoza Olvera y la historiadora del arte Elia Espinoza López, consideraron a la práctica como un acto performativo, que tiene mucho de improvisación, dadas las mismas circunstancias en las que debe hacerse: con un tiempo limitado y adaptándose a las condiciones de las superficies elegidas, a diferencia del muralista que selecciona cuidadosamente el espacio que intervendrá.
En el grafiti, concluyó también Miguel Ángel Junco, existen características de calidad que no solo tienen que ver con lo estético, ya que también se reconoce una mayor complejidad de una pieza mientras más difícil es acceder al espacio, por ejemplo: en espectaculares o sobre espacios como el transporte subterráneo.