Isaac Newton usó una cuarentena como una oportunidad para cambiar la manera en que los humanos entendemos el mundo.
El genio de 22 años se vio obligado a abandonar sus estudios y regresar a casa, en un inesperado viaje que lo convertiría en el padre de la ciencia moderna.
Newton no era un señor ni una leyenda científica cuando la gran plaga azotó a Inglaterra en 1665. Era un estudiante más de la prestigiosa Universidad de Cambridge.
Un brote de peste bubónica mataba a centenares de londinenses y amenazaba con propagarse por todo el reino. Así que las autoridades universitarias se vieron obligadas a suspender las clases y clausurar los dormitorios, como han hecho sus colegas del siglo XXI en los claustros con la pandemia del coronavirus.
Para el introvertido Newton, el regreso a la casa donde nació en Woolsthorpe, Lincolnshire, fue la excusa perfecta para trabajar en sus proyectos personales.
El joven floreció en la soledad de su hogar. La importancia de ese año que pasó aislado del mundo fue tal que quedó registrado en su biografía como El año de las maravillas.
El blanco del arcoíris
Newton concentró todas sus energías en conseguir respuestas científicas a varias incógnitas que ocupaban a los pensadores de la época.
El primero estudio tuvo que ver con la comprensión de la naturaleza de la luz y sus resultados lo llevaron a ser la primera persona en descifrar qué era un arcoíris.
El novel pensador no compartía la suposición generalizada en aquel entonces de que cada color del espectro era una mezcla de luz y oscuridad. Esa explicación también sugería que el prisma agregaba colores a la luz.
Uno de los experimentos consistió en abrir un agujero diminuto en las persianas de la ventana de su habitación completamente oscura. Su objetivo fue interceptar el rayo de luz entrante con un prisma triangular de cristal. Luego colocó un segundo prisma en el trayecto de esos rayos refractados para formar de nuevo luz blanca.
La investigación demostró que el prisma no teñía la luz como muchos pensaban y que los colores no se alteraban. Dedujo que los colores del arcoíris eran puros y que la luz blanca era la mezcla de todos ellos.
Ecuaciones universales
Otro tema que acaparó su atención fue la teoría de las “fluxiones”, como se conoce hoy al cálculo.
Coincidencialmente el matemático alemán Gottfried Leibniz desarrolló su propia teoría de cálculos en esa misma época. Esa simultaneidad generó fricciones entre los científicos, porque cada uno de ellos aseguró haber sido el primero. En la actualidad, Newton y Leibniz comparten la autoría de las primeras formulaciones del sistema matemático.
El principio era determinar la manera en que las ecuaciones universales pueden describir el mundo físico, una tema que había sido abordado parcialmente por los matemáticos franceses René Descartes y Pierre de Fermat.
La manzana que no existió
Uno de los trabajos más reconocidos durante su estadía en Woolsthorpe fue su teoría para explicar la gravedad. Relatos de amigos cercanos aseguraron que Newton se preguntó por qué los cuerpos pesaban en la tierra y por qué los astros giraban alrededor de otros astros al ver caer una manzana de un árbol. Entonces imaginó que había una fuerza universal que hacía que los cuerpos se atrajeran entre sí.
Los historiadores nunca han encontrado una prueba sólida que compruebe que veracidad de la anécdota de la manzana y se cree que fue un invento posterior a su muerte. Lo que parece que sí es cierto es que el arbol de la leyenda tiene 350 años y aún florece y da frutos.
Newton analizó los principios de la inercia y por qué los objetos no salen volando hacia el espacio en una Tierra en movimiento. Luego determinó que la fuerza que tumba cualquier objeto debe ser la misma que empuja la luna hacia la tierra.
Newton descubrió que la fuerza de atracción gravitatoria entre dos cuerpos tenía que ser proporcional al producto de sus masas dividido por la distancia entre ellos al cuadrado: F=G Mm/d2
El biógrafo de Newton, James Gleick, escribió: «El año de la plaga fue su transfiguración. Solitario y casi incomunicado, se convirtió en el matemático supremo». El mismo Newton reconoció que el año apartado de la vida universitaria fue su mejor época para la invención y el desarrollo de las matemáticas y la filosofía.
Cuando la Gran Plaga llegó a su fin, Newton regresó al Trinity College de Cambridge con teorías innovadoras que lo impulsarían a ser profesor en tiempo récord y a ser reconocido como un genio.
Cuando Robert Hooke lo retó a probar su teoría sobre las órbitas planetarias, Newton produjo la base de lo que hoy conocemos como física. Tardó dos años en escribir lo que muchos consideran como el libro más importante de la historia de la ciencia moderna: Principios matemáticos de la filosofía natural.
Ese texto condensa décadas de investigación científica y presenta su teoría de cálculo matemático, las tres leyes del movimiento y el primer informe detallado de la gravitación universal.
Ese compendio de teorías ofreció una nueva descripción matemática del universo y lo colocó como una de las mentes más geniales de todos los tiempos.
Es probable que Newton hubiera sigo igualmente prolífico si Inglaterra no hubiera sido atacada por la plaga. Pero no cabe duda de que El año de las maravillas le permitió el aislamiento necesario para sumergirse en sus pensamientos y encontrar las pistas para resolver misterios insondables del universo.
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