El encuentro con el otro debe verse impactado por los permanentes ejercicios meditativos de cada persona en aras de un diálogo respetuoso, genuino y enriquecedor
Las sociedades contemporáneas viven con un terror superlativo al silencio. La quietud contemplativa ha sido pervertida por los sistemas voraces de producción y consumo que han asociado erróneamente el ocio con la holgazanería. En ese contexto, la meditación y la introspección se convierten en prácticas antisistémicas en pos de una resignificación de la vida personal y social.
Para los cristianos, el modelo insigne de meditador es la Virgen María, de quien se decía que guardaba todas las cosas en su corazón, lo que supone un epítome de la vida contemplativa. A decir de Pablo d’Ors, somos una generación escéptica ante la palabra, pues pensamos que la realidad se presenta antes que el lenguaje. La concepción bíblica es a la inversa: “…y dijo Dios”.
En el conversatorio ofrecido para la Cátedra Kino y la Ibero Puebla, el sacerdote expuso algunas claves en el dominio de la contemplación y la meditación, ambas experiencias de autoconstrucción a través de la respiración, el cuerpo y el mantra, adentrándose en el silencio a través de la palabra sagrada. “El silencio no es absoluto, sino que es en orden a la escucha de la palabra”.
En la cotidianidad, el encuentro con los demás debe convertirse en un ejercicio contemplativo; en el otro debe aplicarse lo que se aprende en la meditación. Advirtió d’Or: “Si lo personal no deriva en los demás, si la mística no deriva en ética, entonces es una sofisticada forma de alienación”.
Para consolidar un encuentro interpersonal provechoso, compartió siete virtudes elevadas por Franz Jalics, SJ. La primera de ellas, la proporcionalidad, alude a que la relación que las personas entretejen con Dios, con los demás y consigo mismos es y ha de ser exactamente proporcional.
El valor de la autonomía personal señala que convertirse al prójimo implica creer que el otro tiene la capacidad de comprenderse y curarse por sí mismo. “Ayudar a alguien no es sacarlo del agujero, sino mostrarle que él mismo puede salir”. El mejor servicio que puede ofrecerse a una persona, explicó, es creer en ella; sin contemplación no hay verdadero amor.
Creer en la autonomía propia y en la ajena es una virtud aprendible. La manera fundamental de ello es a través del reflejo o la réplica sin imponer cargas intelectuales o emocionales. El reflejo supone devolver lo que nos es dado sin la ansiedad contenida por el interlocutor para que este pueda acercarse a la verdad por sí mismo.
Como el propio sacerdote puso en evidencia a lo largo de su exposición, la prueba de que se habla desde la espiritualidad es que se hace despacio, con pausas. “Si no creas silencios no creas posibilidad de armonía; es un gesto de que te interesa que el otro reciba”. De lo contrario, el encuentro interpersonal se convierte en una experiencia egoísta.
como el resto de los actos expresivos, es un proceso de comprensión: cuando se revela algo, el proceso de comunicación se convierte en un fenómeno vivo. Esto supone una capacidad de arriesgarse para crear desde el amor. “No queremos hablar con los demás para hacer el bien, sino para descubrir quienes somos; descubrir que somos el bien”.
Una relación interpersonal no puede satisfacer el alma si no está libre de intereses. El diálogo evangelizador tiene altas tendencias a la autoafirmación personal o institucional. Sobre la gratuidad de la acción bondadosa dice el papa Francisco: “No seáis autorreferenciales”.
El último de los principios de encuentro se basa en el diálogo. Para Pablo d’Or es necesario preguntarse qué damos, por qué y cómo lo damos en un proceso dialéctico. Apuntando al centro del ser personal se invita al otro a que haga lo mismo: desde esa comunión puede generarse el amor al que estamos llamados.
Esto debe llevarse a cabo a través del respeto: aceptar que el otro sea otro a través de la sencillez y progresión de las palabras. El discurso debe, en última instancia, ayudar a las personas a comprenderse a sí mismas. Un diálogo directo y sincero, propuso el escritor español, constituye una manera impecable de enfrentar las carencias comunicacionales del encuentro virtual que caracteriza a la época coronavírica.
Queda mucho por aprender en la dimensión contemplativa de las relaciones interpersonales. Sin embargo, los cambios se manifiestan desde el trabajo de cada persona. “Creo que cada uno de nosotros tiene una gran capacidad de transformación de la realidad. Basta una zona en su centro para que el mundo a su alrededor se transforme”, cerró d’Or.
La Cátedra Eusebio Francisco Kino, SJ forma parte del Campo Estratégico de Fe y Cultura del Sistema Universitario Jesuita (SUJ), el cual busca explorar temáticas que permitan el abordaje de saberes cristianos en la investigación científica y la formación educativa desde el contexto actual.