Por Pablo Fernández Christlieb
[A los que no les gusta el futbol, menos les va a gustar con el VAR, porque es un juego donde la interrupción es indebida…]
Para los que no les interesa el futbol, el VAR es un dispositivo ideado para que les interese menos. Porque se trata de un sistema de video que todo lo graba, monitoreado por unos justicieros que creen que en las pantallas aparece la verdad, y quienes, de repente y sin que nadie les pida su opinión, le avisan por audífonos al árbitro que hubo una mano, un faul, algo que nadie vio, y entonces el árbitro tiene que detener el partido, y después de dibujar en el aire un cuadrito como si fuera mimo, correr fuera de la cancha para ver el partido en la tele y mirar lo que no vio, y regresar a la cancha y, para estupefacción de todos, tirios y troyanos y público en general, marcar un penalty o anular un gol, de modo que los que habían gritado gol entusiasmadísimos se lo tienen que tragar, y los que ya se habían resignado se tienen que entusiasmar a fuerzas. El espectáculo es bochornoso; es el equivalente de esperar a la señorita de la ventanilla que vaya a revisar unos papeles para checar si su solicitud procede.
El párrafo anterior es una oda a la legalidad y a la corrección política y a la justicia humana, pero es un atentado contra el futbol. La verdad del futbol no consiste en impartir justicia, sino en lo siguiente: que no se detenga. Todo lo que tratan de hacer las 23 personas ─con el árbitro, 25 con los abanderados─ es que el partido no se detenga: que fluya, que no se pare, que prosiga, que no se interrumpa. Por eso se juega con los pies, que no sirven para detener las cosas, y menos con zapatos, de modo que la bola, que es como el velocímetro del partido, siempre anda suelta, botando, rodando y rebotando; y al portero, que es un señor con guantes que no juega, se le prohíbe que la tenga más de seis segundos en las manos. El juego se estropea cuando hay que parar la bola, como cuando sale de la cancha, cuando alguien patea a otro, cuando mete mano o cuando mete gol. El juego perfecto es un cero a cero sin saques de banda ni faltas. Ni el Barcelona puede, por culpa de Messi.
Y si es cierto que el futbol es una metáfora de la vida, es por esto, porque la vida tampoco se detiene, siempre tiene que continuar, y uno no puede rebobinarla para que se repita ni hay manera de arreglar lo que ya pasó, y a veces la riega y a veces le atina, y nunca es justa, pero sobre todo no da tiempo de entretenerse con contemplaciones porque hay que seguirle. En el cumplimiento de esta verdad inexorable acontece, por supuesto, una serie de azares, de errores, de fallas, faules, empujones, tropezones, y de injusticias, en que no se alcanza a distinguir qué fue lo que aconteció, pero como de lo que se trata no es de averiguarlo sino de que la pelota siga corriendo por todas partes, se les hace caso omiso. De hecho, se dice que el partido se ensucia cuando el balón se para muchas veces: los que lo ensucian, o sea los sucios, y los marranos no lo son porque pateen y den codazos sino, simplemente, porque detienen el partido. Que no se detenga, eso es el juego limpio.
Y entonces el jugador más importante se llama El Árbitro; él es el encargado de que la metáfora funcione, y para lograrlo debe parecer que no existe; antes se vestía de negro ─como de luto─ para que se viera que ni siquiera estaba ahí, y su tarea consiste en que el juego siga y que nadie se acuerde de él absortos como están con el partido, y al final se pueda ir a su casa sin que nadie lo note. Así que si en una de ésas en el área hay una mano que nadie vio y de la que nadie se queja, su altísimo deber lo obliga a fingir que no hubo nada que atore la jugada. A veces le gritan y lo insultan y le reclaman por no estropear el partido, pero él, impávido, heroico, absorbe todos los reclamos y deja que el juego continúe. Los abanderados, como buenos cómplices, se hacen los occisos.
Pero de pronto se echa todo a perder: la tecnología omnisciente del Réferi de Video Asistencia, VAR por sus siglas en inglés, interrumpe la jugada, detiene el partido, corta las acciones, y al pobre héroe oscuro lo convierte en achichincle, en un recadero aplicado al que manda a que ejecute un trámite y todos se tienen que poner a esperar como si estuvieran en la cola de la ventanilla. El futbol convertido en burocracia. Ya lo que siga después de eso a nadie le importa, porque el encantamiento se rompió con ese desplante de justicia que nadie pidió.
Para que a los que no les gusta el futbol les guste menos, cabe añadir que hay muchos aficionados que están fascinados con la imposición de la tecnología digital, con la legalidad y con la corrección política que hace que el juego sea más justo, y ya se quieren llevar la metáfora a sus casas. Y para que la vida sea como el futbol, están pensando en instalar videocámaras en el antecomedor para checar en el video quién tiene la culpa de la discusión: “Mira cómo estabas volteando para otro lado cuando yo te hablaba”.
Ilustración: Alejandro Mediana