Los primeros días de la cuarentena me parecieron unas vacaciones imprevistas.
Pasar los días enteros encerrada en casa junto a mi familia me parecía divertido. Tenía la sensación de estar jugando al escondite para que no nos pillara el bicho malo que andaba suelto por la ciudad.
Con los días, esa emoción inicial de proteger a mi familia solo por no salir a la calle se fue desvaneciendo. Mes y medio después del inicio del estado de alarma en España debía esforzarme por pararme de la cama, ducharme, trabajar, cuidar y compartir con mis niñas mientras mi cabeza daba vueltas por un mundo atemorizante que había quedado paralizado por la pandemia.
Mi salvación llegó cuando nos permitieron salir a ejercitarnos. Mis hijas y yo teníamos 50 días exactos sin caminar fuera de los 90 metros cuadrados del piso donde vivos.
Confieso que me dolían todos los músculos de las piernas y hasta me salieron ampollas en los dedos de los pies durante los primeros paseos que no duraban más de una hora. Desde entonces, los recorridos son cada vez más largos. El dolor desapareció y fue reemplazado por una sensación de logro
Al regresar de las caminatas me siento reconciliada con la vida, a pesar del agobio de la mascarilla sobre mi rostro y del rastro de dolor que la Covid-19 deja en todas las esquinas.
Lo que dice la ciencia
Los cambios anímicos que experimenté en marzo y abril durante el confinamiento total pueden explicarse con una investigación de la Universidad de McMaster en Canadá, publicada en la Revista de Psicología Biológica, que señala que seis semanas de estrés crónico puede generar síntomas depresivos.
La buena noticia es que el estudio también sugiere una solución sencilla para revertir el decaimiento ocasionado por el estrés: una caminata rápida de apenas 30 minutos, tres veces a la semana, puede ser suficiente para mejorar el estado anímico.
Las investigadoras explicaron en la publicación The Conversation que una de las desafortunadas secuelas de la pandemia de la COVID-19 es su impacto negativo en la salud mental.
Para ellas, los distintos tipos de estrés son equivalentes en el sistema nervioso. Por ejemplo, el estrés psicológico que causa una pelea familiar activa la respuesta fisiológica al peligro de la misma manera que la amenaza física.
La explicación científica simplificada es que las respuestas al estrés comienzan en el tronco cerebral con la activación del hipotálamo, una pequeña parte del cerebro que juega un papel importante en el sistema nervioso y en el endocrino. Y una de sus funciones principales es regular las funciones hormonales y respuestas nerviosas para lograr el equilibrio del organismo.
Dentro del hipotálamo, el estrés activa dos axis paralelas: El Eje SAM ( Medular Simpático Adrenal) y el Eje HPA (hipotalámico-hipofisario-adrenal).
Explican que el Eje SAM funciona rápidamente. Utiliza el sistema nervioso simpático para enviar chorros de adrenalina a la sangre y así iniciar una respuesta de «luchar o escapar» que libera toda la fuerza de nuestro organismo y lo pone a funcionar a su máxima capacidad.
Mientras que el Eje HPA trabaja poco a poco. Induce una cascada de hormonas que permite el flujo de cortisol en la sangre, que a su vez libera los azúcares almacenados en el hígado y las células grasas. Es lo que provee la energía que el organismo necesita para soportar el bombardeo de estrés durante un tiempo prolongado.
Estrés bueno y malo
El estrés agudo es positivo porque despierta al organismo y lo prepara para actuar. Definitivamente, ayuda a que tengamos mejores resultados.
El estrés crónico es el que hay que evitar porque se activa más fácilmente y el organismo tarda más tiempo en volver a su estado normal. El resultado es que tanto la mente como el cuerpo trabajan a sobre marcha y eso puede generar enfermedades físicas y mentales.
Las personas entrevistadas en el estudio reportaron que, en circunstancias normales, tienen un 50 por ciento de probabilidades de tener un día estresante. Pero esta cifra pudiera ser mayor en las personas que tienen la orden de permanecer en sus casas.
También hay diferencias entre los que son más estables emocionalmente y los temperamentales. Aunque todos nos sentimos peor en los días estresados, las personas que suelen tener más fluctuaciones emocionales entre los días tranquilos y los agitados tienen más posibilidades de desarrollar depresión o ansiedad.
Nadie sabe bien cómo la situación de la pandemia afectará nuestra vida emocional. Los investigadores creen que es posible que la incertidumbre y la falta de control pueda alterar nuestra reacción ante las situaciones que generan estrés. En vez de «luchar o escapar» podemos congelarnos, sentirnos indefensos y desmotivados.
Los científicos sugieren que entrenar la respuesta al estrés con ejercicio físico pudiera ayudarnos. Explican que el ejercicio técnicamente es un factor que causa estrés de la misma manera que un estresor psicológico. La diferencia radica en que la magnitud de la respuesta que causa el ejercicio físico es aguda y se puede controlar al modificar la intensidad y la duración de la actividad.
Al igual que cuando fortalecemos un músculo, la idea es tonificar el sistema que activa el estrés con ejercicio para que podamos tolerar mayores niveles de estrés con una menor reacción corporal y una recuperación más rápida.
«Nos hace más resilientes a todas las formas de estresores, hasta los de tipo psicológico que nos trajo la pandemia».
Las científicas canadienses concluyeron que unos 30 minutos de ejercicio aeróbico de moderada intensidad, tres veces a la semana, puede mejorar el ánimo, reducir el sufrimiento psicológico, disminuir los síntomas de la depresión y ansiedad de los sedentarios.
Un dato interesante es que ese nivel de actividad física es tan efectivo como los tratamientos con medicamentos antidepresivos que se usan para tratar enfermedades mentales inducidas por el estrés, con la ventaja que no produce los potenciales efectos secundarios de la medicación, como la náusea, la fatiga o la pérdida del apetito.
Yo seguiré caminando para mantener a raya el desanimo y el cansancio mental mientras llegan tiempos mejores.
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