El contexto internacional actual y las diversas facciones de los talibanes plantean un futuro incierto para un país que, antes que nada, debe salvarse a sí mismo de la crisis humanitaria.
Ubicado en la región sur de Asia, sin salida al mar y compartiendo fronteras con países como Irán, Pakistán y China, Afganistán ha vuelto a un sistema de gobierno teocrático unitario islámico tras 20 años de ocupación militar de los países de la OTAN. El golpe relámpago de los talibanes pretende restaurar una estructura sociopolítica que dominó al país entre 1996 y 2001.
Las tropas del presidente estadounidense George W. Bush aterrizaron en Kabul tras el fatídico 11-S con la misión de desmantelar el régimen talibán y “construir una nación” desde las cenizas. Pero la democracia es holística y endémica: Cada país experimenta su propia realidad democrática medible con base en índices de libertades, ejercicio de derechos e igualdad.
Durante el primer régimen talibán, el Instituto para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA) determinó la existencia de indicadores ampliamente negativos en los rubros mencionados. La presencia estadounidense en los años siguientes permitió mejorar los índices de participación ciudadana y derechos fundamentales; la paridad de género, aunque también creció, no abandonó niveles raquíticos.
Los alcances de la influencia de Estados Unidos han sido ampliamente cuestionados tras el despegue del último avión desde tierras asiáticas como parte de la “operación salida” el pasado 31 de agosto. “Se pensaba que [la Unión Americana] estaba construyendo una nación, pero no lo estaban haciendo”, declaró Elisenda Ballesté Buxo durante una mesa de diálogo especializada para la Ibero Puebla.
El propio presidente Joe Biden defendió el éxodo de sus tropas alegando que «las fuerzas afganas no están dispuestas a luchar por sí mismas». A criterio de la experta, el proceso de democratización fue rechazado por los afganos debido a la agresividad del proceder estadounidense.
La intervención, dijo, no contribuyó a la implementación de instituciones democráticas en un país multicultural y con necesidades políticas diversas. Al contrario: “si el antagonismo entre los afganos y las fuerzas estadounidenses no hubiera existido es probable que los talibanes no hubieran podido regresar al poder”.
Ballesté Buxo prefiere ser prudente en los análisis preliminares a la espera de la instalación formal del nuevo régimen y el inicio de sus actividades; lo que sí prevé es un retroceso importante en materia de derechos humanos y democracia. Al respecto, la comunidad internacional, enfatizó, deberá emplear todos los recursos para evitar que Afganistán se precipite a una crisis humanitaria.
Perder lo conquistado
Las mujeres han estado en la mirilla del conflicto armado durante los últimos 25 años. Como indicó Cristina de Lucio Atonal, la perpetuación de las violencias se relaciona, entre otros factores, con que los gobiernos centralizadores se enfocaron en la reestructuración de la capital y las grandes ciudades, lo que amplió las brechas de desigualdad con respecto a las zonas alejadas.
Pese a estas limitaciones geopolíticas e ideológicas, las afganas consiguieron avances significativos: en junio de 2019 había 69 escaños de mujeres dentro de los 249 puestos en la Cámara Baja. Además, el acceso a la educación mejoró considerablemente, lo que les ha servido para destacar en el deporte, las artes y las ciencias. “Pese a todo, las mujeres se han organizado y han mantenido su parte activa en lo que les es posible”.
El miedo es a perder todo lo conquistado. Las calles se han inundado de consignas con voces femeninas que claman por el derecho al trabajo y a la libertad de expresión; en ocasiones, obteniendo despliegues brutales de violencia como respuesta. La clave, explicó Cristina de Lucio, es la organización: la diversificación de las redes de comunicación entre mujeres puede ayudar a encontrar resquicios de legalidad en donde quepa la colectividad.
Futuro incierto
La opinión pública percibe el regreso de los talibanes como la vuelta a la decadencia de 1996. Enrique Baltar Rodríguez no lo ve así. Para el catedrático de la Universidad Autónoma de Quintana Roo, el contexto mundial y las promesas de moderación de los talibanes asoman que las cosas podrían ocurrir de forma distinta; aunque no necesariamente mejor, como demuestra la reciente conformación de un gobierno exclusivo.
Por otro lado, no es improbable que se gesten nuevos conflictos internos. El Valle de Panshir, una región históricamente resistente a radicalismos, fue uno de los sectores clave para que el régimen talibán diera un golpe de autoridad político y mediático. Como esta, existen diversas fuerzas antagónicas (nuevas y antiguas, locales e internacionales) que pueden oponerse al nuevo régimen.
Las sociedades afganas enfrentan un panorama complejo en el que se requerirá de una participación activa para la reconstrucción de la memoria de los últimos 20 años de violencia. “El tejido social se tiene que reconstruir a sí mismo. La sociedad tiene que sanar esas heridas a nivel psicosocial para que las siguientes generaciones puedan construir algo mejor”, concluyo De Lucio Atonal.