El Programa de Arqueología Urbana del INAH identificó este edificio que forma parte del Recinto Sagrado de Tenochtitlan.
Justo en la conmemoración del quinto centenario de la caída de Tenochtitlan se reveló su pasado más en una vivienda que sobrevivió la invasión española, en un predio aledaño a la Plaza Garibaldi.
En honor a ese mundo que se extinguió poco a poco, en ese predio se llevó a cabo un ritual para dar testimonio del terminó del ciclo de sus vidas y de su civilización. Entre las cosas halladas en el supuesto ritual, se encontró una olla con restos óseos y cenizas humanas y 13 sahumadores polícromos de casi un metro de longitud, usados para quemar la resina; además de una copa pulquera de base trípode, cinco cajetes, un plato y una olla de cuerpo globular sobre la que colocaron cuatro vasijas a modo de tapa.
Mara Abigaíl Becerra Amezcua, coordinadora de esta área arqueológica, afirmó que este descubrimiento es significativo en el marco de los «500 años de resistencia indígena», ya que esta ofrenda fue localizada a poco más de cuatro metros de profundidad, y estaba recubierta con varias capas de adobes bien consolidados para mantenerla fuera de miradas ajenas; lo que resulta indicativo del temple de aquellos mexicas que permanecieron en Tenochtitlan tras la toma de la ciudad por Hernán Cortés.
Al domicilio se le han hecho excavaciones arqueológicas a las diversas capas del sitio que se ha mantenido como vivienda al paso de siglos, hasta llegar a los arranques de muros de esa primera casa que perteneció a Tezcatzonco, un barrio menor de Cuepopan-Tlaquechiuhca, una de las cuatro parcialidades que integraban Tenochtitlan.
Excavaciones y revelaciones arqueológicas
La ofrenda también reveló una estancia y un corredor que conecta a cinco habitaciones que aún mantienen parte de sus estucos originales en pisos y en muros de grosores que van de los 30 a los 50 cm. De los cinco cuartos, uno fue cocina, como se dedujo por el registro de un tlecuilli o fogón pero sus dimensiones totales se desconocen ya que continúan bajo los predios aledaños.
Asimismo, esta residencia fue motivo de modificaciones espaciales y arquitectónicas de entre 1325 y 1521 d.C., y posteriormente durante la ocupación española, entre 1521 a 1610 d.C. Otras evidencias materiales como omichicahuaztlis (instrumentos musicales de hueso trabajado), flautas y ocarinas, también son signos de que ahí hubo diversos rituales.
Pero el descubrimiento más llamativo del conjunto es la ofrenda ya que confirma el carácter sagrado de Cuepopan-Tlaquechiuhca, parcialidad fronteriza con Tlatelolco, y que en el periodo virreinal se convertiría en Santa María La Redonda. De este lugar procedía el sacerdote que encendía el fuego nuevo cada 52 años en el santuario del Huizachtépetl (Cerro de la Estrella), momento que marcaba el desenlace y la inauguración de un ciclo de la vida, refiere la especialista.
«Los sahumadores hallados refuerzan la concepción nahua del universo, ya que la cruz calada de las cazoletas de los sahumadores representa el quincunce, símbolo del axis mundi; mientras que los mangos huecos en colores rojo, negro y azul ?que servían de instrumento de viento?, y su remate con la representación de la cabeza de una serpiente de agua, remiten a las fuerzas del inframundo», explica la investigadora de la DSA.
Este descubrimiento es resultado del trabajo permanente que realiza la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH, cuyos especialistas dan seguimiento a la labor de investigación, conservación, protección y difusión del patrimonio cultural de orden paleontológico, antropológico, arqueológico e histórico de México.
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