Al igual que los migrantes de todos los tiempos y de cualquier lugar, los españoles aliados de Hernán Cortés partieron de la península Ibérica con la esperanza de una vida mejor, de manera que su participación en la conquista sería, a menudo, consecuencia de esa precariedad; la mayoría invirtió sus posesiones en la dicha empresa y, sin embargo, gran parte de ellos terminaría sus días en la Nueva España en relativa pobreza.
Las motivaciones, características, afanes y destinos de los españoles participantes en la caída de la capital tenochca fueron abordados por el investigador de la Universidad de Reims Champagne-Ardenne, Francia, Bernard Grunberg, en el seminario “Tenochtitlan y Tlatelolco. Reflexiones a 500 años de su caída”, organizado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El reconocido historiador, quien ha basado sus investigaciones en documentos resguardados en archivos de México y España, detalló que casi dos tercios de los conquistadores de México-Tenochtitlan contaban con menos de 30 años y, de ellos, únicamente un grupo mínimo lo constituían soldados profesionales; y solo poco más del 1% había tenido experiencia en el campo de batalla.
Asimismo, antes de la Conquista, un pequeño número de ellos vivió en las llamadas Indias y tenían experiencia militar contra los indígenas, caso de Hernán Cortés, quien había permanecido en las Antillas durante 15 años. “La gran mayoría adoptó nociones militares al llegar al Nuevo Mundo y, de forma más general, se formaron a través del contacto con la población originaria”, refirió Grunberg en la mesa dedicada a los factores sociales y psicológicos que posibilitaron la derrota de las ciudades gemelas de Tenochtitlan y Tlatelolco.
Para comprender a estos hombres, quienes decidieron cruzar el océano Atlántico en un largo y peligroso viaje que solía terminar con la vida del 20% de la tripulación durante el trayecto o al llegar a las Indias, habría que considerar sus orígenes humildes y el imaginario del que eran herederos, pues todos habían nacido en la última década del siglo XV e inicios del XVI, dentro de una sociedad que había sido organizada para la guerra, como lo explicó el ponente.
“La reconquista en España de los territorios que por casi ocho siglos habían sido dominados por los musulmanes, dio lugar a una aristocracia guerrera, especialmente en Castilla, porque algunos hombres que se habían distinguido por sus hazañas habían ascendido a la hidalguía. A finales de la Edad Media fue el sistema de valores de la nobleza, el que se apoderó de la península.
“Para estos individuos, la toma de Granada significó un hecho extraordinario, interpretándolo como un favor divino que implicará una legitimación del conquistador y de la conquista. Su servicio a Dios y al rey, refleja una ideología fuertemente anclada en la mentalidad española de esa época. Era, por tanto, necesario extender el reino de su monarca, someter a los indios al catolicismo y obedecer todas las órdenes que llegan a Nueva España”, sostuvo.
En la transmisión, realizada en el marco de la campaña “Contigo en la distancia”, de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, Grunberg insistió en no perder de vista que la conquista fue una empresa privada, y que la mayoría de los españoles invirtió lo que tenía: “Todo tuvo un precio elevado y después de la caída de Tenochtitlan estaban endeudados.
“La distribución del botín muestra no solo que la mayoría no obtuvo grandes ganancias de su participación, sino que un buen número dejó ahí sus escasas posesiones. Otro dato interesante es que 84 por ciento de ellos permaneció en la Nueva España, mientras que el 16 por ciento restante dejó el territorio, indicio de su voluntad por colonizar”, abundó Grunberg.
Tan pronto Cortés se instaló en la capital mexica, mandó a sus capitanes a explorar los lugares de los que extraían oro, según le había contado el gobernante mexica Moctezuma. Sin embargo, pronto, las minas mostrarían sus bajos rendimientos, por lo que los conquistadores encontraron más redituable la explotación de la tierra con el sistema de la encomienda.
De aquellos que salieron vivos de la conquista –anotó–, pocos se enriquecieron, más la mayoría terminó sus días en la pobreza y obtuvo, apenas, un enriquecimiento real. Inicialmente, solo ganaron el título de conquistador, por su valor militar y heroísmo; después se convertirían en encomenderos, lo que los asimilaría a señores, obteniendo tributo de los indígenas.
“Esta distinción conquistador-encomendero es la que dividiría a la futura sociedad colonial, bajo criterios de méritos militares, antigüedad y riqueza. Los conquistadores constituirán una de las principales categorías sociales de América”.
De acuerdo con el historiador francés, ante la imposibilidad de adquirir nobleza, hicieron justicia por propia mano, y transformarían los principios y la jerarquía social en el continente, adoptando el estilo de vida que deseaban. Sabiendo que eran importantes y poderosos, continuarían apoderándose de dignidades que no les fueron otorgadas.
Su pobreza relativa, concluyó, “no se parecería a la que habían experimentado en España, los más humildes adquirieron una vida más confortable que legarían a sus hijos. Los conquistadores impondrían su forma de ser y muchos se verían vencedores y lo demostrarían, convirtiéndose en miembros de una nueva alta categoría social, que los vencidos deberían reconocer y aceptar”.