Animado por su exoneración en el juicio político y por el caótico inicio de las primarias de los demócratas, el presidente de Estados Unidos y su campaña están tratando de combatir sus debilidades políticas con una agresivo giro para ganar a los votantes de los suburbios.
Su campaña planea luchar por los votos de estados como Pensilvania y Michigan, después de perder muchos de ellos en las midterms de 2018.
Sus asesores esperan también expandir su mapa electoral para noviembre al ganar estados moderados como Nueva Hampshire y Minnesota.
Por su parte, la Casa Blanca está impulsando políticas dirigidas a estados que pueden cambiar de bando, como el T-MEC y licencias familiares pagadas para trabajadores federales.
La campaña del presidente también está juntando fondos para propagandear estas ideas, con 200 millones en sus arcas hasta ahora, las cuales siguen creciendo.
Han puesto ya anuncios en televisión, relativamente pronto para el momento de la carrera. En los últimos tres meses de 2019 pagaron 6 millones para hablar del crecimiento de la economía y del bajo desempleo en el país.
Entre las metas está tratar de captar a los votantes negros, a los de los suburbios y a los blancos de altos ingresos con comerciales como el que apareció durante el Super Bowl, que se refería a una reforma judicial.
Aun así, el mensaje de Trump es contradictorio.
Mientras apuesta a los votantes moderados, su campaña también está buscando enganchar a los seguidores más arraigados del Presidente con anuncios en Facebook sobre el peligro de «invasores» en Estados Unidos y sobre «la farsa del juicio político», a la vez que polariza sobre migración.
Estos son anuncios sectorizados que los votantes de los suburbios podrían nunca ver, un reflejo de la estrategia de la campaña de Trump: mantener una base enérgica, mientras trabaja en sus debilidades con los suburbios y la gente de color.
El reto que enfrentan los asesores de Trump es el mismo desde 2017: El Presidente es uno de los líderes que más división genera en la historia del país, cuya conducta ha ayudado a acelerar el realineamiento de los votantes moderados de los suburbios hacia los demócratas.
Así, estos votos se han desviado hacia el Partido Demócrata, ayudándoles a ganar gubernaturas y a capturar la Cámara baja.
El presidente no puede lograr un segundo mandato sin atraer más votantes suburbanos. Sin embargo, es poco probable que logre mantener el discurso y entregar un mensaje consistente que atraiga a este sector, en lugar de a sus admiradores.
Sus asesores, sin embargo, esperan que los votantes que rechazaron al Partido Republicano en las elecciones de medio término de 2018 marquen el nombre del Presidente al verlo en la boleta este 2020.
La estrategia republicana aún no está del todo definida. Dependerá de quién sea el oponente de Trump.
Con los demócratas enfrascados en su contienda primaria, el Mandatario empieza una nueva fase: su reelección con el respaldo del aparato político de la Casa Blanca y de todo el Partido Republicano.
Sus índices de aprobación mejoran. Y la economía no muestra signos de debilitarse.
Pero una mayor confianza puede llevar a Trump a correr riesgos: su llamada telefónica con el Presidente ucraniano el 25 de julio de 2019, que finalmente lo llevó al juicio político. Se produjo después del final de los dos años de investigación por el Fiscal especial Robert Mueller.
Trump despidió de la Casa Blanca a dos funcionarios y a un embajador que testificaron en la investigación de juicio político, incluido el teniente coronel Alexander Vindman, un veterano de guerra condecorado, lo que provocó la indignación de los demócratas y la preocupación privada de algunos legisladores republicanos.
El sábado, tuiteó que Vindman se había ganado su despido.
Como Trump ha demostrado, puede ser disciplinado en momentos específicos, como hizo en su discurso del Estado de la Unión.
Empero, al día siguiente de su absolución en el juicio político, el Presidente hizo un discurso de 62 minutos en el que despotricó contra los demócratas y se vanaglorió a sí mismo y a sus aliados.
Algunos asesores reconocen que el discurso realizado el jueves en la Casa Blanca socava los esfuerzos que se hacen para ampliar su popularidad.
«Muchas personas están evaluando al Presidente en función de su conducta y comportamiento en el cargo, en lugar del estado de la economía», dijo Whit Ayres, un encuestador republicano.
«Es su conducta y comportamiento en la Presidencia lo que le hace tropezar en su índice de aprobación. Cualquier otro presidente tendría mejores números con esta economía».