“Totonaco” es la forma castellanizada de “tutunaku”, el nombre de una cultura mesoamericana asentada en los actuales territorios de Puebla y Veracruz. De acuerdo con su etimología, la palabra significa “tres corazones”, posiblemente debido a los tres principales centros ceremoniales totonacos: Tajín, Cempoala y Yohualichan. A pesar de que dicho pueblo se ha enfrentado a fenómenos como pérdidas territoriales y migración, es uno de los que mayor presencia tiene dentro de las culturas indígenas de México.
Para Raquel Juárez Tirzo, estudiante de la Facultad de Administración y hablante de esta lengua, pertenecer a la cultura totonaca es motivo de orgullo: “Tenemos algo que no tiene el resto de las personas: una lengua que nos caracteriza; eso nos hace valiosos como comunidad”, relata. Gracias a su conciencia sobre la doble discriminación a la que se enfrentan las mujeres de comunidades rurales, entre otros factores, fue acreedora a una beca de la Embajada de Estados Unidos en México para cursar el Seminario de Riesgos Globales, Seguridad, Crimen y Gobernanza, en la Universidad de Stanford.
Debido a que vivió algunos de sus primeros años con sus padres en la ciudad de Puebla, cuando regresó a Hueytlalpan, su comunidad natal, no sabía hablar tutunaku cuando ingresó al preescolar. “Cuando yo llego, es la primera lengua que hablan mis compañeros de la escuela; yo ya sabía hablar, pero en español. Es así cuando me veo en la necesidad de aprender totonaco. […] No sé si llamarlo segunda lengua porque allá en la casa todos hablan en totonaco: cuando voy a visitar a mi familia en temporada vacacional, todo es totonaco. Es como desconectarme de la ciudad”.
Durante los seis semestres que ha cursado la Licenciatura en Administración Pública y Ciencias Políticas no ha puesto en práctica de forma regular el tutunaku, ya que si bien ha conocido jóvenes que provienen de su municipio o sitios cercanos, en la Sierra Norte de Puebla “ya no lo hablan; no sé si se avergüenzan o si perdieron práctica”, relata.
En este sentido, ella misma ha sido testigo de cómo su lengua indígena deja de transmitirse a las nuevas generaciones: “Cuando yo salí de Hueytlalpan -incluso viviendo allá- me daba cuenta de que las generaciones mucho más jóvenes -hasta mi hermanito- ya no quieren aprender la lengua, no entiendo por qué”. Para ella, esta lengua es en sí misma amor a la naturaleza, vida e historia.
Por esta razón, además de incentivar a los padres hablantes de tutunaku a que continúen heredando esta lengua a sus hijos, considera que una tarea para mantener firme el legado tutunaku recae en las nuevas generaciones universitarias, quienes deben escribir sobre su lengua: “Cuando me pongo a navegar en las redes para investigar algo y solo por curiosear tecleo ‘totonaco’, veo que hay muy poca información al respecto […] Hay que hacerle más difusión y fortalecer la identidad indígena, porque es algo que también se está perdiendo y de alguna manera provoca que el totonaco se extinga”.