Ciudad de México, 24 Nov (Excélsior).- “Tenemos que saber hacer… Un pueblo entero se salva si sabe hacer”, dijo Stanislaw August Poniatowski (1732-1798), el último rey de Polonia, cuando, al ver las salas derruidas del Palacio Lazienki, descubrió que debía levantar su reino desde cero.
«Hacer todo. Desde cultivar la tierra hasta encuadernar libros, desde levantar un puente hasta cocinar una buena sopa, desde amasar pan hasta repartirlo. Saber hacer es la salvación de todo”, señaló.
Este esfuerzo educador del monarca “es tal vez su mejor enseñanza, la que más me marcó, no dejarse derrotar por la adversidad”, afirma la escritora Elena Poniatowska (1932) sobre su ancestro, cuya vida recrea en su novela El amante polaco (Seix Barral).
En entrevista con Excélsior, la Premio Cervantes 2013 habla de la segunda parte de esta biografía novelada de Stanislaw Poniatowski, nacido justo dos siglos antes que ella y famoso por ser uno de los amantes de Catalina II de Rusia.
«Él apoyó la cultura, la ciencia y el arte; construyó centros de estudio, laboratorios y campos de entrenamiento físico. Propuso en 1771 una de las constituciones más avanzadas de Europa, que apoyaba la igualdad de las mujeres.
«Aun así, el país se deshizo entre sus manos, se lo repartieron Rusia, Austria y Prusia; Polonia desapareció de la faz de la Tierra en 1795, durante 123 años, incluso quedó prohibido pronunciar su nombre. Me intrigó conocer por qué este hombre no pudo defender a su patria si tomó el camino correcto”, explica.
«Sentí simpatía por él desde el principio, porque no se creía y era muy afectuoso con la gente que trabajaba con él, con sus sirvientes y los campesinos”, detalla la novelista en la sala de su casa de Chimalistac.
La cuentista destaca que, tras terminar esta historia que abarca mil 54 páginas en dos tomos, resultado de una investigación en inglés y francés, “siento que he recuperado mi raíz polaca, pero también me ayudó a revalorar mi niñez en Francia y, sobre todo, lo que me ha nutrido México, a donde llegué a los diez años”.
En esta segunda parte, la cronista narra el reinado de tres años de Stanislaw, desde su coronación hasta su muerte, pasando por la soledad, las traiciones familiares, su abdicación y su exilio en Rusia, la nación enemiga.
Poniatowska continúa evocando, al final de cada capítulo, su propia vida, cómo fue parte de un México que buscaba la modernidad, su trabajo como periodista, sus amistades, su maternidad, su vida con el astrónomo Guillermo Haro y su relación con sus tres hijos –Emmanuel Mane, Felipe y Paula– y sus diez nietos.
«Es un libro de amistades y amores”, dice. “Además de Guillermo, el artista gráfico Alberto Beltrán me regaló un aprendizaje extraordinario. Fue un personaje que me abrió un México que desconocía. Yo era una niña rota en una casa bonita con flores. De repente lo conocí en Novedades, yo creo que le gusté, y me dijo ‘quisiera hacer con usted reportajes del México más pobre’. Me fui con él todos los domingos a colonias populares, donde descubrí historias maravillosas”.
La también periodista comparte además su gusto por la música, cómo conoció al compositor Francis Poulenc en la casa de su abuelo André Poniatowski, que tenía unos viñedos.
Dice que a petición de su abuelo fue infinitamente cortés. “Escuché y escucho respuestas, diatribas, discusiones, críticas, planes a futuro. Sepulté secretos y confesiones, olvidé o quise olvidar infundios y ataques. Di a los demás la razón o el beneficio de la duda… Y sigo escribiendo porque no tengo otro camino”, apunta.
¿Quién soy? ¿Hacia dónde moverme? Son algunas de las preguntas que Poniatowska plantea en su libro. “Sé que tengo una responsabilidad muy grande con mi país, con mis amigos y con mis nietos que nunca van a leer mis libros, porque ellos prefieren la tele”.
La mexicana de origen, a cuya casa entraron a robar el pasado 14 de noviembre, aclara que no se siente insegura “porque me pusieron dos policías aquí afuera todo el tiempo” y dice que mejor no quiere pensar qué tenía en la laptop sustraída. “Aunque los agarren, ya no recuperas nada”.