Con una vida dedicada a la historia y al desciframiento de la mitología mesoamericana, la formación de generaciones, la creación de publicaciones y el fortalecimiento de instituciones, como lo fue el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), bajo su dirección en la década de 1980, el andar de Enrique Florescano Mayet (San Juan Coscomatepec, Veracruz, 1937) es celebrado por discípulos, colegas y amigos.
Recientemente, el investigador recibió el Premio Alfonso Reyes por parte de El Colegio de México, otra institución académica y octogenaria con la que está íntimamente vinculado. En esa ocasión, la presidenta del Colmex, Silvia Giorguli, sostuvo que de esta manera se reconocía a un “historiador mexicano que se ha distinguido por la renovación de la investigación histórica en nuestro país, y la difusión del conocimiento y la cultura en los campos de la historia, la arqueología y la antropología”.
Enrique Florescano se formó en la Universidad Veracruzana, posteriormente hizo su maestría en el Colmex y obtuvo el grado de doctor en la Escuela Práctica de Altos Estudios de la Universidad de París, donde estudió bajo la tutela de los grandes referentes de la Escuela de los Annales, como Fernand Braudel. Fue titular del INAH, instituto en el que previamente dirigió el entonces Departamento de Estudios Históricos, de 1977 a 1982.
Hace cuatro años, con motivo de los homenajes por sus ocho décadas de vida, recordaba esta etapa como una de las más fructíferas y felices de su carrera, al contar con la amistad y la colaboración de pensadores como Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Héctor Aguilar Camín, José Joaquín Blanco, Antonio Saborit, Solange Alberro, entre otros, quienes ayudaron a revitalizar la investigación histórica desde ese centro de investigación.
Como advierte en su libro La función social de la Historia (FCE, 2012), los estudios históricos unen el pasado con el presente. Por esta razón, aduce, una de las labores del historiador es construir puentes entre ambos tiempos, con el propósito de que las personas conozcan otras realidades y aprecien a sus antecesores, de ahí la dimensión ética y moral del quehacer de historiar, porque apela a la formación y fortalecimiento de los valores ciudadanos de cada individuo.
En las páginas de ese libro, Florescano recupera la figura de Mnemósine, madre de la musa de la historia, Clío, es decir, de la memoria como la simiente de los recuerdos que se materializan en las fuentes históricas, documentos, fuentes orales y visuales. De esta manera, plantea que el desarrollo de una memoria individual y colectiva, sumado al trabajo de los historiadores, da paso a un proceso identitario.
Como reseña el investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, José Joaquín Blanco, sobre la publicación y la propia obra de Enrique Florescano, la cual abarca una gran riqueza de enfoques y campos a lo largo de medio siglo, ésta con frecuencia se desteje a la luz “de nuevas fuentes, de nuevos conocimientos y, sobre todo, de nuevas preguntas, a veces planteadas por él mismo. Esta historia y esta historiografía fugitivas se manifiestan en sus diversos títulos de historia indígena, de olmecas, teotihuacanos, mayas y aztecas.
“Pero la visión, al mismo tiempo erudita y analítica, de Enrique Florescano sobre la historiografía mundial de los últimos tiempos, nos demuestra que en el mundo moderno la imagen del pasado, los discursos y los imaginarios que irradia dependen tanto de las fuentes y discursos heredados, como de su actualización presente, casi instantánea, de las nuevas preguntas y necesidades de sus nuevos estudiantes, quienes no dejan de transformarla”.
Quizás esta faceta camaleónica y versátil de concebir su oficio, es la que le ha valido múltiples adeptos al maestro. Coordinado por Juan Ortiz Escamilla y Nelly Palafox López, un homenaje sui generis le fue rendido en otro libro reciente: Enrique Florescano: semblanzas de un historiador (UV, 2017), pensado como la biografía intelectual de un individuo. En el relato de esta vida única se concentran los momentos de la vida de un país, recuperando la memoria y la pervivencia de las historias de la historia nacional.
A Enrique Florescano le gusta saberse parte de los arcanos del tiempo: “Mira esta maravilla. La serpiente emplumada nadando en el mar primordial. Es el nacimiento del mundo”, exclamaba hace poco frente a un bajorrelieve teotihuacano, mientras concedía una entrevista al diario El País. Esa anécdota, sobre un dios al que ha dedicado todo un estudio, dibuja la curiosidad intacta e infinita de un hombre de 84 años.
Legado de esa mente inquieta, son: Origen y desarrollo de los problemas agrarios de México 1500-1821 (1976), El poder y la lucha por el poder en la historiografía mexicana (1980), Etnia, Estado y nación, ensayos sobre las identidades colectivas de México (1997), Memoria indígena (1999), Memoria mexicana, ensayos sobre la reconstrucción del pasado (2000), Quetzalcóatl y los mitos fundadores de Mesoamérica (2004) y Los orígenes del poder en Mesoamérica (2009), y varios títulos más.
Entre los muchos reconocimientos que le han otorgado están la entrega la Presea Miguel Othón de Mendizábal (2000), de parte del INAH, y dos años más tarde, el Premio Francisco Javier Clavijero. También ha sido distinguido con los premios nacionales de Ciencias Sociales (1976), y de Ciencias y Artes en el área de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía, dos décadas después; así como con Las Palmas Académicas, por parte del gobierno francés (1982). Larga vida a Enrique Florescano.