El novelista Enrique Serna (1959) sostuvo una charla con el público a través de redes sociales, donde habló acerca de su novela El vendedor de silencio. Inició explicando que no le gusta hablar sobre sus libros porque corre el peligro de explicar lo que intentó sugerir; sin embargo, se mostró dispuesto a responder las preguntas del público.
Recordó que hace 25 años se enteró de ciertas anécdotas contadas por sus contemporáneos, las cuales giraban en torno a Carlos Denegri. A partir de entonces le surgió la inquietud de escribir una novela sobre ese personaje. Se dio cuenta que había una leyenda que andaba repartida de boca en boca. Su investigación abarcó fuentes hemerográficas y menciones acerca de él en memorias de otros periodistas.
Agradeció la ayuda de la hija de Denegri, Pilar, quien le brindó mucho material para escribir la novela. Mencionó que la investigación le tomó tres años y la escritura le llevó dos años. Reconoció que uno de los principales retos fue identificarse al máximo con el protagonista, a pesar de la repugnancia que le hacía sentir el personaje. “Compenetrarse con un personaje así es difícil porque uno tiene que dejarse contagiar por esa manera de ver el mundo, que en este caso era muy oscura”. Una manera de superarlo fue escribiendo los diálogos.
Estimó que la novela histórica tiene la función de llenar las lagunas sobre el conocimiento del pasado que los historiadores dejan a oscuras. Planteó que los historiadores aspiran a una labor que debe atenerse a documentos y analizar su veracidad, mientras que el novelista puede meterse en el alma de los personajes y de esa manera intuir cuáles fueron sus motivaciones.
Reconoció no tener información directa para afirmar que algún periodista sea chayotero hoy en día, pero sí opinó que los integrantes de dicho gremio, quienes han estado más cerca del poder “desde la época de la dictadura perfecta hasta nuestros días, están plenamente identificados por todos”. Ejemplificó que el castigo que han recibido es ya no tener tanta influencia en la opinión pública como la que llegó a tener Jacobo Zabludovsky.
Se declaró como una lector que disfruta mucho de la poesía y recomendó a los jóvenes escritores leer a los clásicos en su propia lengua porque son quienes enseñan a escribir. Subrayó la importancia de leer mucho y a partes iguales narrativa, poesía y drama porque están siempre entremezclados. “Para hacer algo bueno en cualquier género hay que conocer a todos los autores”.
Finalmente consideró que la gente no lee porque no ha visto leer a sus padres. Señaló que, cuando un niño mira que sus padres pasan largas horas de felicidad en la lectura, piden un libro; pero, al no ser así, la única alternativa es dejar que los maestros sean quienes introduzcan a los niños a la lectura, por lo que sugirió que deberían presentar la literatura como un entretenimiento, no como algo engorroso.