Por un margen no demasiado holgado ganó Joseph Biden la Presidencia de los Estados Unidos. Y la realidad es que pocos analistas se han atrevido a especular si habrá una transición razonablemente pacífica o vendrá un episodio insólito para los estadounidenses, como la resistencia abierta de un mandatario, Donald Trump, a aceptar el resultado de los comicios.
La lógica señala que tras el legítimo derecho al pataleo que Trump ejercerá, habrá un sinnúmero de amagos jurídicos y políticos para ganar por las malas lo que no pudo obtener por las buenas. Sin embargo, los tribunales en Estados Unidos son lo suficientemente sólidos como para manejar un conflicto como los que acostumbra hacer el magnate.
Lo interesante viene para el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, quien cometió dos errores garrafales.
El primer error fue haberse lanzado a los brazos de Trump sin el menor recato, incluyendo la renegociación de los acuerdos de comercio trilateral (incluyendo a Canadá), lanzando una y otra vez el mensaje que su visión de la energía desprecia a los combustibles alternativos, sin omitir su relación ininteligible con la seguridad binacional y el combate al crimen organizado.
El segundo error consistió en no haber tendido puentes de negociación alternos con Joseph Biden, por una visión catastrófica. Asumir que los demócratas estadounidenses son amigos eternos de los “conservadores” mexicanos, aquellos a los que abomina.
A lo anterior habrá que agregar una doctrina que por décadas funcionó, la no injerencia de México en asuntos internos de países extranjeros. El meter las manos para que Evo Morales viniera como huésped distinguido no fue un gesto humanitario, constituyó un abierto desafío para los Estados Unidos, pues Evo está muy cerca de Nicolás Maduro.
Si López Obrador pagara en lo personal sus ocurrencias, no habría ningún problema en que se encargue de levantar los platos rotos de su intervencionismo y su aislacionismo en términos de energía sustentable, ya no se diga de su abierto desprecio por el sumamente poderoso movimiento demócrata de los Estados Unidos.
Su enemigo, Carlos Salinas de Gortari supo realizar un control de daños intachable, al rehacer su relación con William Clinton. De reflejos rápidos, Salinas corrigió velozmente haber apostado al caballo equivocado y terminó trabajando junto al demócrata.
Aunque poderoso y conocido en Estados Unidos, Marcelo Ebrard no puede hacer un control de daños sobre los despropósitos de su jefe, sin comprometer a México en temas complicados.
Aquí aparecerá un convidado de piedra en estos temas, Alfonso Romo. Seguramente el empresario regiomontano es quien tendrá que ir a hacer florituras con vecinos suyos en Chipinque para que le acerquen al equipo de Biden, como el clan Sada.
Los demócratas mal recibirán al presidente mexicano. Uno, por su luna de miel con Trump; otro, por su pésima gestión de la relación bilateral.
Y eso que todavía nadie sabe quien será Secretario de Estado y quien controlará al Departamento de Seguridad Doméstica (DHS). La historia señala que los demócratas no acostumbran ser suaves a la hora de las deportaciones de indocumentados.
En plena pandemia, la catástrofe sanitaria se combinará con el relevo estadounidense en la Casa Blanca.
No vienen ni esperemos tiempos felices para los admiradores tropicales de Donald Trump, quien el 20 de enero dejará la Presidencia de los Estados Unidos.
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