En los inicios de nuestra era, hace dos mil años, en el actual territorio situado en el suroeste de Zacatecas y el noreste de Jalisco, se desarrolló una cultura mesoamericana poco conocida que sobrevivió por más de mil años.
Durante 40 años, María Teresa Cabrero García, académica del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, ha investigado a la Cultura Bolaños, que formó parte de una importante ruta comercial que iba del centro al norte del país.
Como parte de sus trabajos, la universitaria realizó hallazgos relevantes, como una tumba de tiro única en el Occidente de México y en Mesoamérica, ubicada en el sitio El Aguacate, a 17.5 kilómetros de la cabecera municipal de Bolaños, Jalisco.
Se trata de un recinto mortuorio subterráneo con dos cámaras, cada una con un tiro o pozo vertical, unidas por un pasaje que permite ir de una a otra, en donde también se construyó un tercer tiro en la bóveda de la cámara ubicada al norte.
También halló unas figurillas que no se encuentran en ninguna otra cultura de México: los fumadores. En los mayas de Palenque, por ejemplo, hay representaciones de sacerdotes fumando, pero a través de un tubo largo donde ponían el tabaco. En contraste, los de Bolaños aparecen con el cigarro directo en la boca.
La ganadora de los premios “Tenamaztle”, que entrega la Universidad de Guadalajara (2009); e “Investigador Nacional”, otorgado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) a la mejor publicación de investigación, por su libro El hombre y sus instrumentos en el Cañón de Bolaños, señaló:
“Mi orgullo es que la mayoría de las piezas, encontradas durante décadas de excavaciones, formen parte de la Sala de Occidente del Museo Nacional de Antropología”.
Milenaria
La Cultura Bolaños, que habitó en el cañón del mismo nombre, fue el producto de un movimiento expansionista de los grupos asentados en la cuenca del lago Magdalena (ubicada en el centro de Jalisco), cuyo interés era establecer una interrelación comercial con los habitantes del área de Chalchihuites (ubicada al noreste), donde se explotaba la piedra verde.
La ocupación de la región inició aproximadamente al comienzo de la era cristiana. En Bolaños, por un lado, se conservó el patrón de asentamiento, arquitectónico y los complejos funerarios de la cultura de la cuenca de Magdalena y, por el otro, se adoptó el estilo decorativo de la cerámica de la cultura de Chalchihuites.
Para realizar su investigación doctoral, Cabrero García debía contar con un proyecto propio; hasta ese momento, nadie había trabajado en la zona, así que presentó su plan ante el INAH, el cual fue aprobado.
Junto con sus colegas Morrison Limón y Ricardo Jaramillo, que hoy trabajan en el INAH, la universitaria comenzó a recorrer de norte a sur la región del cañón de Bolaños cuyo ambiente natural es semiárido. La investigación empezó en el Valle de Valparaíso, en Zacatecas, donde nace el Río Bolaños -que en aquel entonces era ancho y navegable- hasta su desembocadura en el Río Grande de Santiago, Jalisco.
La experta ha identificado 110 sitios arqueológicos a lo largo del cañón, los principales, ubicados en pares, uno a cada lado del río, donde llegaban caravanas de comerciantes y se realizaba el intercambio de mercancías. Los principales son los de Pochotitán-El Piñón; El Chino-Chimaltitan; La Peña; Cerro Prieto-Totuate; Las Bocas; Junta de Ríos; y Las Pilas-La Florida.
El origen de la Cultura Bolaños se encuentra en la cultura Guachimontones, situada en la cuenca del lago Magdalena, desarrollada entre el 300 antes de Cristo y hasta el año 400 de nuestra era, cuya característica son los conjuntos ceremoniales circulares, alrededor de los cuales se construían las habitaciones de la gente común y el uso de tumbas de tiro.
Fue hacia los años 25 a 35 de nuestra era cuando una primera oleada de colonos llegó al Cañón y a partir de ese momento desarrollaron su propia cultura. Avanzaron hasta el valle de Valparaíso, en Zacatecas, y de ahí continuaron hacia el área de Chalchihuites porque querían tener la piedra verde, tan apreciada entre los mesoamericanos. “En Chalchihuites había varios yacimientos de malaquita y eran tan importantes que los teotihuacanos también llegaban hasta allá para adquirirla”.
El primer periodo de esa cultura abarca desde los primeros años de nuestra era hasta alrededor del año 500, cuando se terminó la costumbre de enterrar a los muertos en tumbas de tiro. En el segundo periodo, hasta alrededor del siglo XII, cuando la región fue paulatinamente abandonada, tuvo influencia de los grupos que habitaban los alrededores del lago de Chapala, en Sayula y Tizapán el Alto, y los límites de Michoacán. “De eso hay evidencias: figurillas y restos cerámicos”.
Entre los sitios descubiertos por María Teresa Cabrero destaca uno, llamado El Piñón, donde se controlaba la ruta comercial y el intercambio de mercancías; ahí llegaban caravanas de comerciantes. Se trata de un lugar lleno de terrazas. También se registró un juego de pelota, un temazcal y, una vez más, tres tumbas de tiro (destinadas a los gobernantes) selladas y una más saqueada.
La especialista descubrió que las tumbas no se usaban una sola vez; cuando alguien moría, los restos anteriores eran cremados y las cenizas depositadas en ollas con tapadera junto a las paredes de la cámara funeraria.
Se encontraron figurillas humanas (prácticamente todas femeninas) y de perros, vasijas, huesos, ollas con cenizas, conchas (de la especie Spondylus sp, provenientes del Océano Pacífico) y cuencos; en uno de estos últimos aparece un personaje dentro de una especie de escafandra, como si fuera un astronauta, y a su lado la representación del peyote, que los huicholes han utilizado por siglos para “hablar” con los dioses. Algunas de las figuras se encuentran decoradas al estilo de Casas Grandes, Chihuahua.
Asimismo, la arqueóloga y museógrafa halló evidencia de que los teotihuacanos tuvieron intercambio con los de Bolaños, por ejemplo mediante el hallazgo de una orejera con la figura de Tláloc y un colgante con la forma de serpiente emplumada, hecho de concha marina.
Del segundo periodo se identificó presencia de otras culturas, incluso de Nayarit, y la producción artesanal de diversos artefactos (navajas, cascabeles, arpones, metates) de concha, hueso, obsidiana, piedra, tejido de algodón y cobre. “Bolaños tuvo vida mientras tuvo manera de intercambiar objetos”, refirió Cabrero García.
Se desconoce qué idioma hablaban, y se cree que en Pochotitán-El Piñón, que fue el centro de control de la región, llegaron a habitar más de 10 mil personas, “aunque no es fácil calcular porque no quedan restos de las casas de la gente común, sino solo de los centros ceremoniales”.
El desequilibrio sociopolítico y económico mesoamericano sucedido alrededor del primer milenio, repercutió drásticamente en las rutas comerciales e indirectamente en la Cultura Bolaños, provocando el abandono de la región alrededor del siglo XII.
No obstante, a través del estudio de sus vestigios, Cabrero García continúa encontrando relaciones entre Bolaños y los grupos que se desarrollaron a su alrededor y en sitios muy alejados. “Es importante conocer nuestro patrimonio para apreciarlo más y contribuir a su conservación”, finalizó.