Hasta encontrarles: seis años sin 43

Ayotzinapa representa todas las causas que creen en una verdadera transformación del país, donde la macrocriminalidad y la violación a los derechos humanos deje de ser un imperativo en el diario vivir

Los pasillos silentes de la Ibero Puebla comienzan a acostumbrarse al murmullo propio de la vida después del encierro. La Covid-19 tendrá estragos que tomará años sanar, pero la hipervelocidad del día a día nos obliga a dar celeridad al duelo y retomar la vida en el espacio público. De a poco, una fracción de la Comunidad Universitaria regresa al campus para averiguar cómo vivir juntos otra vez.

Desde las oficinas del tercer piso, una pequeña comitiva se dirige al Foro de las Artes Guillermo Cabello. El seno de la tertulia universitaria se ha convertido en el escenario ideal de la expresión humana que denuncia lo injusto, reclama lo esencial y reivindica lo comunitario.

Por ese motivo, el espacio coloquialmente conocido como el cenicero (mote otorgado por su constitución en cuadrilátero a profundidad) fue elegido para acompañar la lucha de madres y padres que, desde hace seis años, exigen respuestas sobre el paradero de sus hijos desaparecidos.

La nueva normalidad abraza las viejas luchas. México, un país cuya historia encarna el conflicto permanente, tiene muchas deudas con sus hijas e hijos sistemáticamente olvidados. La numeraria nacional ha convertido el número 43 en un icono polisémico: hartazgo, temor, represión, impunidad y violencia; pero también memoria, lucha, unión y luz.

Cinco colaboradores de la Universidad Jesuita se encargan de que la fecha no pase de largo en una época en la que el tiempo significa poca cosa. Con flores coloridas que se rehúsan a asumir que el otoño ha llegado, las y los integrantes de la comitiva forman el número insignia de una causa que emanó de la Escuela Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Guerrero.

El reencuentro entre el personal evoca unas cuantas palabras de camaradería que la frialdad del Internet no es capaz de soslayar. En otros tiempos, el acto de memoria hubiese sido distinto. Con las y los estudiantes como protagonistas, el fatídico aniversario ha sido recordado con instalaciones, lecturas, testimonios, consignas y una vocalización reverberante propia de quien piensa: “ese pude haber sido yo”.

Tan sólo el año pasado, doña Hilda Hernández Rivera y don Mario César González, padres de César Manuel González Hernández, fueron recibidos por la Comunidad Ibero Puebla para conmemorar el quinto aniversario de la desaparición forzada. El padre, conmovido, pronunció una sentencia que caló hondo en el auditorio: “Nos unió un dolor desesperante. No sé si existe dios, pero hoy creo nos merecemos la esperanza de encontrarlos vivos”.

Los primeros cuatro años posteriores al siniestro representaron un intento empedernido de los poderes fácticos por imponer una “verdad histórica” para vetar el caso como se ha hecho con incontables crímenes impunes. Ahora, a dos años de la llamada Cuarta Transformación, el discurso oficial se inclina a favor de la verdad verdadera, pero las acciones sustanciales no salen más allá de Palacio Nacional.

Con nubes clausurando la tarde soleada, la comitiva se disuelve con solemnidad. La jornada laboral de viernes vive sus últimos instantes y la Universidad vuelve a quedarse vacía, a la espera de que sus estudiantes vuelvan. Que todos los estudiantes vuelvan. Mientras tanto, las primeras gotas de lluvia acarician las flores que sobresalen del frío concreto.

Las fotografías; las butacas vacías; las instalaciones con ropa; los tendederos; la intervención en los árboles; las infografías; los pases de lista; el grito, y el silencio. Todo existe y vive en el campus de la Ibero Puebla y en cada rincón del país donde alguien haya dicho basta al miedo.

Al día siguiente, los actos de memoria se reanudan desde el escenario característico de la covidianidad. En una videoconferencia, un nuevo grupo de académicas de la Universidad Jesuita se suman a las actividades con la intención de recordar que los crímenes son mucho más que gráficas, porcentajes y tinta deleble en los tabloides.

Marcela Ibarra Mateos lee un poema de su autoría: Mamá, si desaparezco, ¿a dónde voy? Nadie sabe con certeza lo que aguarda al otro lado del rapto, pero la directora del Laboratorio de Innovación Económica y Social (LAINES) de la Ibero Puebla sabe lo que haría: “Gritaría los nombres de todos aquellos que sí han desaparecido (…) Y querría, hijo, que todos ellos no tuvieran miedo, porque todos los buscamos”.

Los 43, como las más de 73,000 personas desaparecidas en México, son una antología de sueños, anhelos, esperanzas y metas truncadas por un sistema que les ha dado la espalda. Por eso se les nombra: para reivindicar su humanidad. Las catedráticas llaman a cada uno de los normalistas por sus nombres de pila y apellidos; acto seguido, dicen “presente”.

Termina el pase de lista y toda la audiencia congregada virtualmente repite las consignas emblemáticas de una nueva generación en resistencia. Se enumera del 1 al 43 con la intención de rememorar cada una de las veces que el suelo ha retumbado ésta y más causas sociales en poco más de media década. Con las gargantas semienmudecidas y un ligero escalofrío, llega la exigencia epítome de la jornada sabatina: “¡justicia!”.

septiembre 27, 2020 - 11:15 am

Por: Staff

Educación

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