La escasez de agua en algunas regiones del país, especialmente en el norte, además de ser resultado de fenómenos climatológicos, se trata de un problema complejo en el cual intervienen el crecimiento de las poblaciones, la gestión del recurso, exceso en el consumo del vital líquido y la infraestructura hidráulica disponible, entre otros aspectos.
En México estamos inmersos en una crisis en la materia y mientras no comencemos a resolverla, se pensará que la falta del fluido para la agricultura, la industria y los hogares “se debe solo al cambio climático”, afirmó el investigador del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM, Víctor Magaña Rueda.
La seguridad hídrica, añadió el investigador del Instituto de Ingeniería (II), Fernando González Villarreal, consiste en garantizar el abastecimiento de agua de buena calidad y suficiente para la población y las actividades económicas, así como contar con la necesaria para tener un medio ambiente sano y lograrlo en cualquier condición (sequía, inundación, calentamiento global, etcétera). Ese es hoy, “probablemente, el asunto más importante en el mundo”.
Hemos llegado a un punto en el que es un recurso escaso en diversas regiones de México; sin embargo, los problemas no se están resolviendo de forma eficiente, abundó el también director de PUMAGUA y exdirector general de la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
En nuestro país históricamente se han registrado sequías porque son parte de la variabilidad del clima; hay años que llueve bien y otros no, “en términos de cuánta agua esperamos”. Algunas han sido severas, pero la actual no lo es, excepto en determinadas zonas del norte; no obstante, ha tenido consecuencias importantes. Lo que ocurre en sitios como Monterrey es parte de esa señal y muestra la vulnerabilidad de algunas regiones, señaló Magaña Rueda.
Al respecto, el también doctor en Ciencias Atmosféricas por la Universidad de California, en Los Ángeles, aclaró que existen diferentes tipos de sequía: meteorológica, cuando no llueve lo que se espera; hidrológica, insuficiente agua en las presas; agrícola, escasea para el riego de cultivos; y socioeconómica, cuando el recurso es insuficiente para dotar a las poblaciones y la industria. Solo la primera es un proceso natural; en las otras está de por medio el manejo que se haga del recurso.
El científico precisó que se confunde la aridez con la sequía. La condición natural en el norte es ser un territorio árido y semi-árido: “no podemos caer en un enfoque naturalista del problema y decir que la naturaleza ‘nos está pasando la factura’ o que ‘no nos quiere’. Se debe reconocer que, por las condiciones climáticas, va a llover poco y con base en ello establecer cuánta agua puede distribuirse cada año”.
A su vez, González Villarreal dijo que la variabilidad hidrológica de México es alta (entre temporadas de lluvias y de secas, entre años y entre regiones, como el norte y el sur, por ejemplo), y “eso, desde siempre, nos expone de forma natural”. Por ello, necesitamos contar con sistemas capaces de afrontar cualquier condición meteorológica, diseñados para suministrar agua en condiciones adecuadas todo el tiempo.
“Jugar a la suerte”
El desabasto municipal en el norte de nuestra nación es multicausal, por ejemplo la población de Monterrey casi se triplicó en 40 años. La demanda del recurso natural aumentó por ese motivo y por el crecimiento de la industria. A eso se suman las concesiones.
En el noreste normalmente se apuesta a que suceda un huracán que llene las presas, pero eso es “jugar a la suerte”, refiere el experto del IGg. “En otros años, cuando han estado a punto de quedarse sin agua, llueve y se recuperan, pero este año no ha sido así. Se debe reconocer cómo se ha manejado la información climática para hacer una buena o mala gestión del agua. Los resultados nos dicen que ha sido muy mala”.
En 2022 se vive una condición de La Niña, asociada con sequías en el norte de la República mexicana y centro de Estados Unidos; no obstante, bajo esas condiciones se espera más actividad de huracanes en el Atlántico, el mar Caribe y el Golfo de México. “Ya deberían estar uno detrás de otro, pero hasta lo que llevamos de agosto, no ha sido así”. Estas situaciones abonan a la incertidumbre que tenemos y se constituyen en retos científicos.
De acuerdo con el universitario, “es un error para los estados del norte funcionar pensando que la lluvia que debe caer es la media; la mayor parte de los años son secos, con excepción de cuando llega un huracán. Hay que reconocer que hay poca agua”.
Además, alertó Víctor Magaña, hemos notado que la deforestación cambia los patrones de lluvia, hay menos precipitaciones, “y eso no tiene que ver con el cambio climático global, sino con lo que local o regionalmente hemos hecho”.
Este es un asunto de las autoridades y de la sociedad. La gente debe conocer su consumo diario que, según el Sistema de Aguas de la Ciudad de México, es de 380 litros diarios por persona, mientras que la Organización Mundial de la Salud recomienda 100. Hay que generar una cultura del agua en los ciudadanos, para que sean “hidrointeligentes”; es decir, que la disfruten, pero tomando en cuenta su valor económico, social, ambiental y hasta religioso, y sea un factor de desarrollo, recalcó el ingeniero.
En la agricultura, el sector que más consume este recurso no renovable, también hay que evitar los excesos, así como cultivos que demandan demasiado riego; al igual que en algunos giros industriales, precisó Víctor Magaña.
¿Quién toma decisiones sobre el futuro del agua? ¿Quién la reparte de forma que sea justa? Eso debe quedar establecido en la legislación, y por eso la Ley General de Aguas debe ser revisada, sugirió el experto.
En ello coincidió González Villarreal, doctor en ingeniería por la Universidad de California y director del Centro Regional de Seguridad Hídrica UNESCO: se requiere ser más eficientes y lograr un nuevo balance entre la oferta y la demanda del líquido.
Fotos: Es Imagen / Alicia Jiménez
Propuestas
González Villarreal expuso que en el norte llueve poco: “si ponemos una cubeta y captamos la lluvia de un año en la zona de Mexicali, por ejemplo, tendríamos cinco centímetros; en Tabasco o Chiapas, cuatro metros. La precipitación media en México es de aproximadamente 70 centímetros. Asimismo, de junio a octubre se registra la mayor parte de precipitaciones, probablemente 85 por ciento, que son almacenadas en presas de donde se distribuye el recurso.
En México existen cerca de cinco mil presas, algunas construidas en el siglo XVI por particulares o los gobiernos estatales y federal; las más grandes son aproximadamente 220, a las cuales les da seguimiento la Conagua. En el caso de la capital del país la tercera parte del vital líquido proviene de presas.
Si comparamos la cantidad de las que hay en España, otras partes de Europa y Estados Unidos, nuestra capacidad es menor. Requerimos almacenamientos y construirlos bien, sin afectar, o hacerlo al mínimo, al ambiente y las poblaciones en las cuencas; eso requiere de un análisis cuidadoso y mayor inversión.
Para infraestructura hidráulica se necesitan aproximadamente 70 mil millones de pesos al año; no obstante, la inversión es probablemente cercana a la mitad. “Pensamos que el problema hidráulico ya estaba resuelto y se dejó de lado la inversión pública y privada (lo que pagamos en cuotas y tarifas por el servicio de agua). Si por distintas razones, entre ellas las políticas, no suben las tarifas y no hay suficientes fondos fiscales, los recursos para atender el problema, escasean. Necesitamos duplicar la inversión para tener, en un plazo de 15 años, un sistema hidráulico nacional que brinde seguridad hídrica”, opinó el especialista.
Se requiere además modificar las existentes, ya que algunas están azolvadas, y edificar otro tipo de infraestructura, como plantas de tratamiento para reutilizar el agua, así como la reposición de redes de distribución en las ciudades que agotaron su vida útil. También es fundamental la preparación de nuevos profesionales que puedan atender ese problema, expuso.
Hoy es el noreste; pero otras regiones como el centro de México, incluyendo la capital del país, son socio-ecosistemas altamente vulnerables a la sequía meteorológica. Tendríamos que contar con un plan en caso de sequía; “el mejor momento para enfrentarla es cuando no existe. Este es, en efecto, un asunto de seguridad nacional”, refirió Magaña Rueda.
En los próximos años hay que apostar por un cambio en los sistemas para el aprovechamiento del recurso, dejar de utilizar a los cuerpos de agua como basureros, reconocer cuánta tenemos y cuánta nos toca, y que haya justicia hídrica para evitar privilegiados en su acceso, mientras otros casi pelean por tenerla, agregó.
Los universitarios coincidieron en señalar que sin tomar las medidas pertinentes nos encaminaremos a la condición de Monterrey. Si queremos que ese no sea nuestro futuro, hay que cambiar de rumbo; la situación actual no requiere acciones cosméticas, sino soluciones de fondo. Estamos a tiempo de tomarlas.