El valenciano Juan José Millás (España, 1946) tiene un trabajo establecido: la literatura. Despierta escribiendo y se duerme leyendo. Como en cualquier jornada laboral, maneja horarios: a las 6 de la mañana se levanta y comienza a escribir:
―Si tengo una novela entre manos le dedico tiempo hasta las 8 u 8:30 de la mañana…
Después, sale a caminar. Al regresar toma los periódicos y el resto de la mañana lo dedica a los artículos que tenga que escribir:
―Publico uno diario en diferentes periódicos ―aclara.
La tarde es para leer:
―Esta es mi vida ―asegura el autor de Desde la sombra (Alfaguara, 2016).
Una representación
A sus espaldas, el bosque de Chapultepec y Paseo de la Reforma dibujan una parte de la urbe. Esta panorámica lo lleva a imaginar e igualar pasajes inmersos en su más reciente libro: La vida a ratos (Alfaguara, 2019), porque, dice, “cuando uno abra el volumen se encontrará con una representación” suya:
—Yo estoy ahí del mismo modo que la ciudad está en el plano cartográfico. No hay que confundir el territorio con el mapa. Si nosotros abrimos el plano de la Ciudad de México sabemos que no estamos ante el plano de ésta sino ante su representación. Ahora, hay planos más fieles que otros, algunos mal hechos. Yo he aspirado a hacer un buen plano de mí. Estoy ahí en todas mis grandezas cotidianas, de la vida diaria. Estoy ahí en lo misterioso… es decir, creo que he desplegado una buena representación.
El libro es un viaje por la vida de Millás, un diario disfrazado de novela, donde más allá de la ficción se encuentran las facetas por las cuales se puede leer al autor: sus talleres de escritura, sus terapias psicológicas, sus mañanas, sus viajes por el Metro de Madrid son parte de las historias del personaje principal:
—En un diario los materiales vienen de afuera, es decir tú cuentas lo que te ha ocurrido, no te lo tienes que inventar, de modo que en el plano de la ciudad tú no tienes que inventarte nada. Aquel edificio, por ejemplo, ya existe, simplemente lo señalas porque ahí está. En una novela, en cambio, los materiales vienen de la imaginación y tienes que estar inventando continuamente.
Desaparecer en la escritura
El escritor vive en Madrid, ciudad en la que una de sus actividades consiste en dar talleres literarios en la Escuela de Escritores. Dice que hasta el salón de clases llega la gente que se resiste a escribir:
―La mayoría no quiere escribir, sino sólo ser escritor. Y no estamos hablando de lo mismo. En estos cursos tienen a un profesor que soy yo, que se desespera en ocasiones porque la escritura está mitificada: todo el mundo cree que no escribe porque no tiene tiempo. Esto es muy curioso, la gente en su fantasía piensa que algún día escribirá la novela de su vida. De hecho, mucha gente dice: “Tengo ganas de jubilarme para empezar a escribir”. Esto implica que la escritura está mitificada, lo que da lugar a multitud de malentendidos y a cosas muy divertidas o grotescas…
Después de esta reflexión, Millás asegura que no sabe si ya escribió la novela de su vida. Pero sí sabe que ha llegado “a un momento en que su escritura coincide con la madurez” adquirida con los años, con observarse para saber cómo es:
―Mis rutinas de soledad, mis dificultades para relacionarme con otros y todo aquello que habitualmente permanece en las trastiendas de las personas y que no se dejan ver.
En este reencuentro consigo mismo, una imagen de Millás se dibujó en su retrato:
—Me gustaría disolverme en la escritura. Quisiera que una aguja estuviera conectada, a través de un tubo, a una pluma estilográfica y que yo, con mi propia sangre, a medida que fuera escribiendo me fuera muriendo, me fuera disolviendo. Ese es un sueño recurrente en mí, desaparecer en la escritura, que es lo que le ha dado sentido a mi vida.
El escritor y el lector
En los últimos años la disciplina de Juan José Millás en la escritura lo ha llevado a publicar un libro por año. Dice que es el resultado de una vida dedicada a las letras, tanto a la lectura como a la escritura.
—¿Qué relación ha mantenido con el acto de leer y de escribir?
—No se puede ser escritor sin ser un lector patológico, enfermizo. El combustible de una escritura es la lectura. Si yo no leyera, no podría escribir. Es más, creo que si me pusieran en una situación hipotética de que alguien me dijera: “Usted, a partir de ahora, solamente va a poder leer o escribir, no va a hacer ambas cosas”, seguramente elegiría leer. Se empieza a leer por las mismas razones por las que se empieza a escribir, porque entre el mundo y tú hay algo que no funciona bien. Cuando lees o escribes, ese malestar se atenúa. Así que el escritor y el lector se parecen muchísimo.
En La vida a ratos, Millás aprovecha la escritura para dar pistas de aquellos libros que lo han marcado:
―Lo que pasa es que cuando un libro me ha afectado mucho lo cuento ―asevera tajantemente.
En su rutina dedica cuatro horas diarias a leer:
―La lectura es mi diario, así que hablo a lo mucho de seis libros, pero son seis libros que a mí me han cambiado la vida.
Ahora mismo, el escritor está leyendo un libro de divulgación científica: Vida, la gran historia, escrito por el paleontólogo español Juan Luis Arzuaga, una lectura sobre la prehistoria:
―Porque pienso escribir algo sobre ello…