Un sujeto aborda una unidad de transporte colectivo e inicia un asalto. El chofer reacciona y arranca para desestabilizarlo. Los pasajeros reaccionan, lo golpean y lo expulsan del vehículo. El video de las acciones se viraliza en redes sociales y abre el debate sobre el fenómeno tentacular que es la ingobernabilidad y el reemplazo del Estado de derecho por la ley del talión.
Por supuesto, no es un tema nuevo. La justicia por mano propia se ha convertido en una alternativa para diferentes grupos comunitarios de cara a la creciente ola de violencia. No es de extrañar que la sentencia “ladrón, si te cachamos robando te linchamos” se lea en muchas colonias suburbanas.
El linchamiento es la ejecución sin proceso y de manera tumultuaria de una persona que es sospechosa de infringir normas sociales. Así lo conceptualizó Tadeo Luna de la Mora, responsable de Seguridad y Justicia en el Instituto de Derechos Humanos Ignacio Ellacuría, SJ (IDHIE) de la IBERO Puebla. La característica es que se lincha a personas que cometen un acto que la comunidad interpreta como un agravio.
Una de las teorías sobre la causalidad de los linchamientos señala la cultura de la violencia como una forma de resolver conflictos. Otros análisis evidencian que el descontento social que conduce a este acto es producto de las condiciones estructurales de violencia y desigualdad. Y estudios más específicos revelan que la aparición de linchamientos ocurre inmediatamente después de situaciones graves de violencia social.
Desde el IDHIE, compartió Luna de la Mora, se ha encontrado que los linchamientos en Puebla y en México son consecuencia de un sentimiento de inseguridad derivado de los altos índices de violencia y la falta de respuesta del Estado a estas cuestiones.
En tiempos recientes, se encuentra una relación entre el aumento de ciertos delitos y el de los linchamientos: el incremento en robos de automóviles, a negocios y a casas habitación son un indicador del aumento de linchamientos. “Con esto no quitamos razones de fondo. Por ejemplo, se dice mucho que las personas linchan porque saben que los delincuentes no van a recibir una sanción”.
En el caso del ladrón de la combi de Ecatepec, la controversia en redes sociales giró en torno a la posible revictimización del culpable. Para el experto, no es válido argumentar que la pobreza conduce inminentemente a delinquir, aunque sí representa un factor importante a considerar.
Otro de los matices de la justicia por mano propia es el sistema de autodefensas presente en muchas comunidades y regiones del país. Al respecto, Tadeo Luna esclarece que la principal diferencia se encuentra en la espontaneidad y fugacidad de los linchamientos. En cambio, el objetivo de las autodefensas es enfrentar la delincuencia y proteger a sus comunidades a través de una estructura.
En un país que atiende tan sólo el 2% de los delitos, el principal eje de acción ante las violencias sociales recae en la prevención. “Los linchamientos provienen de las desigualdades estructurales, el crecimiento de la sensación de inseguridad, la impotencia, el miedo y la impunidad. Si tuviéramos un sistema de justicia que funcionara, las personas no tendrían esta ‘necesidad’ de hacer justicia por su propia mano”.
En lo que trastoca a la sociedad civil, el académico del IDHIE advierte sobre el peligro de democratizar el ejercicio “legítimo” de la violencia. Por ello, llama a repensar el concepto de justicia para no tergiversarlo con la revancha en contextos en los que las instituciones brillan por su ausencia.
Linchamiento mediático
La esfera comunicacional tiene alta injerencia y responsabilidad en la preservación del tejido social en medio de la violencia. Cuando un linchamiento se documenta, comparte y viraliza se produce un efecto telúrico cuyas réplicas son plausibles en el imaginario colectivo, especialmente el digital.
“El caso de linchamiento en la combi del Estado de México no habría tenido el impacto que tuvo si no se hubiese montado en medios digitales”, reflexiona Hugo León Zenteno, académico de la IBERO Puebla. Este caso particular puede entenderse como un linchamiento físico que derivó en un linchamiento mediático. No obstante, muchos casos se presentan exclusivamente en los medios.
Para el experto, las redes sociales se han convertido en un tribunal que emite veredictos unilaterales que no necesariamente se asocian con la justicia. “Las personas afectadas se ven tocadas en su imagen, pues se les puede comenzar a reconocer en la calle y hacerles sujetos de burlas, amenazas y daños diversos”.
El problema de este modus operandi recae en el deslindamiento de responsabilidades. Mientras que un medio informativo consolidado puede emitir un desmarque del linchamiento mediático provocado, cuando éste lo genera un integrante de la comunidad digital es mucho más difícil rastrear el origen y asignar responsabilidades. ¿Quién mató al comendador? Fuenteovejuna, señor.
León Zenteno adopta el concepto de caja de resonancia para dimensionar el alcance del linchamiento mediático, el cual se asocia directamente con la cultura de la cancelación en redes sociales. La principal diferencia entre el linchamiento físico y el mediático está en la escala: el primero se circunscribe a su entorno; el segundo, se potencia.
Al igual que Tadeo Luna, el experto en comunicación delega responsabilidades a cada actor del proceso de mediatización. A los medios informativos, dice, les corresponde apegarse a lineamientos deontológicos y códigos internos de ética para presentar los contenidos con cabalidad.
En cambio, las audiencias prosumidoras tienen la encomienda de utilizar los medios tecnológicos y digitales a su alcance de forma crítica. En ese sentido, observa en la alfabetización mediática un área de oportunidad para la procuración de ambientes más responsables y comprometidos con la generación, réplica y recepción de juicios de valor fundamentados y constructivos.