Intro: Silenciar, invisibilizar ese pasado vergonzoso no transforma, sino calla conciencias: nos libra de responsabilidades sin oportunidad de cambio Por Sarai Aguilar Arriozola *
En medio de semanas álgidas de lucha contra el racismo y otras formas de discriminación, surge la decisión de invisibilizar el pasado que nos delata y borrarlo, pues lo que no se ve, no nos incrimina. PUBLICIDAD Y en ese escenario, lo políticamente correcto es prioritario. Así, en este clima, a la arena mediática llegó el reclamo de John Ridley, guionista de la película 12 años de esclavitud, quien escribió un artículo en Los Angeles
Times en el que asegura que el clásico Lo que el viento se llevó «ofrece una visión romántica de los horrores de la esclavitud» y pidió su eliminación del catálogo del canal HBO Max debido a que «perpetúa los estereotipos más dolorosos para las personas de color». Aquella plataforma atendió la solicitud y accedió a retirar el célebre largometraje de su oferta. Días después, avisó que revertía esta decisión y repondrá el filme con una explicación de contexto. “Lo que el viento se llevó es un producto de su tiempo y describe algunos de los prejuicios étnicos y raciales que, desafortunadamente, han sido comunes en la sociedad estadunidense», expuso HBO Max. La pregunta, más allá de la polémica, es si se puede borrar el pasado y corregir las memorias culturales de una nación eliminando las expresiones artísticas y generando una narrativa histórica nueva acorde a los valores actuales. Se trata de una batalla de la que no se libran ni los referentes comerciales, como lo muestra la recién anunciada decisión de eliminar la conocida marca de hot cakes Aunt Jemima.
Es necesario saber que esta controversia con Lo que el viento se llevó no es nueva. Ya en 1937 la productora de David O. Selznick recibía cartas de grupos de distintas partes del país que denunciaban: “Consideramos esta obra una glorificación del viejo sistema de esclavitud, propaganda para los racistas y la discriminación, y una incitación al linchamiento”. Efectivamente, es una cinta que, si bien retrata el esclavismo, lo hace desde la óptica de la clase privilegiada.
No muestra las relaciones de tensión, sino que se encuentra rodeada de ese romanticismo en el que envolvemos las miserias humanas, a través de esa mentira necesaria para justificarnos antes nuestros ojos. Esto es un dilema a la conciencia social actual, sin apreciar la oportunidad que se presenta de confrontarnos con estadios previos y transformarlos. Si bien se entiende que son preferibles los excesos de la corrección política que la discriminación o la xenofobia, la armonía racial y social no pueden surgir de este tipo de censura al pasado. De hecho, el filósofo Slajov Žižek argumenta que la corrección política obstaculiza el entendimiento mutuo, ya que es una cobertura artificial impuesta por presiones sociales totalitarias. Censurar y borrar nos niega la oportunidad de la lectura crítica, de conocer aquello que en algún momento fue enaltecido para debatirlo en la conciencia de las fallas estructurales de nuestra sociedad.
La memoria conforma una parte esencial de la identidad social. Las materializaciones de prácticas deleznables como el esclavismo y la violencia de género establecen un diálogo con ellas, no para justificarlas, sino para trascenderlas. Silenciar, invisibilizar ese pasado vergonzoso no transforma, sino calla conciencias. Nos libra de responsabilidades sin oportunidad de cambio.
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