La desolación de la era pandémica en los planos mental, emocional y espiritual puede gestionarse si se tiene presente todo aquello que ilumina el diario vivir.
En La peste (1947), Albert Camus explora los impactos psicosociales de una emergencia sanitaria en una localidad de Francia. En un caso más en el que la realidad supera a la literatura, la covid ha develado cuestionamientos sobre los fundamentos del ser como ente social, mismos que fueron abordados en diversos foros del Departamento de Ciencias de la Salud de la Ibero Puebla.
De manera inevitable, muchas personas se han visto confrontadas por las preguntas esenciales: ¿para qué se vive?, ¿cómo darle la importancia debida a cada cosa? Diversos autores coinciden en que el sentido de vida se convierte en una fuente de empoderamiento para una persona con respecto a sus decisiones y caminos de vida, lo que conduce al reconocimiento del ser mismo.
Una de las voces que apoyan este paradigma es la de Víctor Frankl, teórico que sobrevivió al Holocausto y que sistematizó sus vivencias en los campos de concentración en etapas alusivas a las experiencias negativas: incredulidad, síndrome del indulto, sensación de irrealidad, apatía, revalorización de las satisfacciones vitales y supervivencia. Así lo expuso la Dra. Nora Hemi Campos Rivera, investigadora de la Universidad Jesuita.
Durante la guerra, los judíos concentrados se valieron de los recuerdos, las creencias y las pequeñas vivencias para contener las crisis de salud mental durante su encierro. La experta impulsó la analogía con el tiempo actual: “en esta pandemia, lo que nos mantiene medianamente estables son este tipo de vivencias, los pequeños detalles”. La añoranza por la vida en el espacio público es uno de los grandes catalizadores de la gratitud por la familia y la posibilidad de teletrabajar.
Frankl establece que la vida tiene sentido independientemente de cómo sea la situación, pues el ser humano es dueño de una voluntad de sentido; es libre dentro de sus obvias limitaciones. Por ello, Campos Rivera impulsa a reflexionar sobre los aprendizajes que pueden recuperarse de las situaciones de desorientación.
La académica recupera también los valores existenciales del superviviente de Auschwitz como una propuesta para revitalizar el sentido de vida: creación (qué aporto al mundo), experiencia (qué dones he adquirido) y actitud (postura ante el sufrimiento). “Trabajemos en nuestra actitud, busquemos tener esperanza, conozcamos nuestro por qué. Sigamos buscando más y llenemos nuestro día con actos de bondad”.
Desde la afectividad
El impacto emocional puede ayudar a ser resilientes. La interacción social a partir del acompañamiento y cuidado colectivo, así como el trabajo individual en el aspecto físico y mental, son acciones que pueden contribuir a la reconstrucción del ser integral.
En Palabras de la Dra. Guadalupe Chávez Ortiz, directora del Departamento de Ciencias de la Salud, las emociones suponen procesos mediante los cuales el organismo reacciona ante situaciones que rompen con la estabilidad. Se trata de mecanismos que se presentan de forma individual, personal y compleja, lo que las convierte en un caleidoscopio de experiencias vitales.
Pese a sus altos costos en todos los aspectos de la vida, la pandemia no ha erosionado en su totalidad los momentos de gratitud, esperanza, amor, entusiasmo y alegría. No obstante, ha incrementado el impacto emocional relacionado con la experimentación de situaciones difíciles, inciertas o dolorosas que detonan múltiples pensamientos y sensaciones. La función principal de estas vivencias es la conducción a la adaptación y la supervivencia.
La duración del confinamiento, el miedo al contagio y al contacto físico, el distanciamiento social y falta de acceso a servicios de salud son algunos factores que han potenciado las emociones negativas. Lo mismo ha ocurrido con las situaciones gestadas en el hogar producto del confinamiento: invasión del espacio privado, aumento de quehaceres domésticos, convivencia permanente y estrés laboral.
Para prevenir el desgaste emocional relacionado con las actividades laborales, la Dra. Chávez Ortiz, sugiere planificar las actividades del día, priorizar las tareas y establecer límites espaciotemporales para mantenerse en línea.
Infancias y nuevas fobias
El miedo es una emoción relacionada con acontecimientos latentes en el futuro. Puede presentarse como un peligro real o imaginario y genera reacciones químicas en el organismo que devienen en síntomas como aceleración de la respiración y el ritmo cardiaco, sudoración y parálisis corporal.
Si bien los niños son mucho más resilientes gracias a su capacidad imaginativa y proactividad, no están exentos de experimentar miedos propios de la edad: ruidos fuertes, payasos, extraños, algunos animales y máscaras. Algunas de esas fobias son más abstractas y se relacionan con el temor a la soledad, el dolor, la oscuridad y la muerte.
El coronavirus ha detonado varios miedos debido a la sobreprotección de los padres y los temores de estos. Como explica la Mtra. Mónica Palafox Guarnero, coordinadora de los Posgrados en Psicología, el camino para sanar el temor empieza al encontrar mecanismos para abrazar y gestionarlos. “La mejor forma de que un niño enfrente su miedo es ver cómo lo hacen los papás. Decir: “me da miedo la covid, pero cuando salgo a la calle llevo mi botellita de gel para protegerme”.
La académica de la IBERO Puebla destaca la importancia de tener propuestas para hacer frente a los miedos como el buen humor, los peluches didácticos, la respiración consciente, la imaginación y los cuentos. Reconoce también el valor de los ejercicios de relajación y meditación guiada para alcanzar un estado de bienestar general.