Invitado por la Dirección de Internacionalización de la Investigación de la BUAP, Ignacio Ballester Pardo, investigador de la Universidad de Alicante, en España, realiza una estancia posdoctoral en la Institución. Además de la cátedra, en un trabajo colaborativo con el doctor Alejandro Palma Castro, de la Facultad de Filosofía y Letras, su paso por la Máxima Casa de Estudios en Puebla dará como fruto la edición de un libro sobre poesía digital.
En entrevista destacó las nuevas tecnologías que hoy permiten acercar el poema al lector y puso sobre la mesa la paradoja que también entraña lo efímero y volátil de las redes sociales frente a la inmortalidad del libro impreso.
-El internet hoy permite difundir con mayor rapidez un texto y en el caso de géneros literarios, como la poesía, acercarlos a grandes públicos…
-Con las nuevas tecnologías es posible porque se dan casos de textos que sin pasar por dictámenes se publican y se comparten en las redes y pueden leerse. Ahí es cuando encontramos gente que dice: “pensaba que la poesía era algo difícil, eso me alejaba y me gusta escribir; no sabía que esto era un poema y ahora lo veo en la web y lo publico y lo comparto”.
– ¿Esta facilidad para publicar afecta la calidad del texto?
-Hay que tener en cuenta lo que decía Vicente Quirarte, el poeta que estudié en la tesis doctoral: leer mucho, escribir mucho y publicar poco. En España existen jóvenes que con 25 años de edad ya han publicado cinco, seis libros. ¿Dónde está el lector, quién nos está leyendo? Deberíamos detenernos primero en leer, en saber si lo que estamos diciendo ya lo han dicho, o si lo podemos decir de otra manera, o si tiene relevancia, o siendo conscientes de la tradición si podríamos ofrecer algo nuevo. En las redes sociales tenemos el espacio, debemos aprovecharlo, pero distinguir entre un poema bueno y un poema malo.
-¿El libro es aún un recurso que se mantiene, pese a las nuevas tecnologías y el internet?
-El libro no se perderá y recurrimos a él de una o de otra manera. Con el doctor Alejandro Palma vamos a hacer un recuento de lo que se hace en México desde los años 60 y plasmarlo en un libro, porque si no se pierde, se cae el navegador, la página web no se actualiza y eso desaparece.
Camila Krauss lanza una aplicación móvil en 2013, En las púas de un teclado, y cinco años después aparece, en 2018, publicado en papel, porque se da cuenta que los textos que conviven con imágenes, con collage, desaparecen; es necesario complementar el papel y la nueva tecnología para establecer esa conexión entre poetas que ahora resultan muy alejados y renuncian a la tecnología, pero no se dan cuenta que son técnicas complementarias, el texto puede coexistir entre papel y tecnología.
-¿Y los grandes poetas están aprovechando estas nuevas tecnologías o hay resistencia?
-José Emilio Pacheco, quien era un poeta que escribía a mano, estaba en contra de cualquier tecnología, decía que el tiempo que requiere la tinta para secar es el que necesitaba para pensar lo expresado y era ajeno a la computadora, propuso sin embargo técnicas digitales que ahora están teniendo mucho éxito, como con Sara Uribe y Antígona González. A propósito de la violencia en México, en el 69, en su poemario No me preguntes como pasa el tiempo, Pacheco hizo un college incorporando no solo su propia voz, sino también los testimonios de personas que estuvieron en Tlatelolco, el 2 de octubre del 68.
-¿Cuál es el papel de la academia para establecer un puente entre la poesía y el lector?
-La universidad debe permitir esa recepción, esa lectura, un estudio que arme lazos, que conecte y resuelva, o al menos reivindique, la atrofia lectora que estudió Alejandro Higashi en 2015; los índices de lectura en México son bajísimos.
Para Ignacio Ballester, la tarea como docentes y como universidad es generar vínculos y puentes que propicien la lectura de un poema; facilitar las herramientas que permitan leer poesía y sobre poesía, porque leer sobre poesía facilita, también, leer poesía. Esa es la propuesta y el reto.