La ciudad debería ser para cada uno de sus habitantes tan acogedora y familiar como lo es nuestra casa. No obstante, ha cambiado la posibilidad de hacer propio el espacio de “puertas afuera”, afirmó María Ángeles Durán Heras, catedrática de Sociología, profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, e integrante de la European Academy of Sciences and Arts.
Hoy somos sociedades más individualistas; hay más miedo al otro y menos vigilancia de la comunidad, porque no nos hacemos cargo de lo que le suceda al desconocido en la calle, refirió la doctora honoris causa por la UNAM, en el ciclo Ciudades desde el Cuerpo: inclusión, resistencias y transformaciones, del Seminario Ciudad habitable para todas y todos.
Detrás de ello está la autonomía para sentirse libre y alcanzar algo tan elemental como un trabajo que nos permita el mantenimiento económico. Numerosas mujeres no pueden acceder a un empleo, porque la calle es demasiado insegura y no vale la pena correr el riesgo, porque no tienen a alguien que las acompañe, dijo.
En tanto, en diversas ciudades del mundo como Londres, los niños iban solos lejos de sus casas; ahora esas distancias se han reducido, expuso.
De acuerdo con la experta, también hay diferencias de etnia y clase social en el uso del espacio. “Cuando yo era niña, de manera despectiva se hablaba de los ‘chicos de la calle’; ésta no era tolerable para la clase media y alta”. De ese modo, ese espacio tiene connotaciones distintas según las edades, horas, sitios y para distintos sujetos de la urbe, hombres, mujeres, ricos, no ricos, etcétera.
En el encuentro, la experta relató que hace años pidió a sus estudiantes de primer año en la Universidad Autónoma de Madrid que dibujaran un plano de la capital española y dijeran qué zonas conocían y cuáles no habían pisado nunca; gran parte jamás habían estado en más de la mitad de la ciudad.
Al respecto, detalló que la metrópoli tiene un uso segmentado y ello se debe a las clases sociales, ya que hablamos de urbes que están divididas por clase en su territorio. Pero esa es solo una de las fragmentaciones, que se superpone con otras: su uso tiene una distribución diferente según el género y, en algunos casos, ideología.
En la conferencia inaugural titulada “Ver, oír, tocar. Los cuerpos y la ciudad”, Durán Heras destacó que se debe vivir la ciudad, pero también ponerse “en la piel del otro”, como es el caso de las personas con discapacidad, de estatura baja, con obesidad mórbida, niños, etcétera.
En la sesión moderada por Mariana Sánchez Vieyra, secretaria técnica de Proyectos del Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad, la experta española recalcó que, por ejemplo, habría que imaginar los obstáculos que encuentra un adulto mayor o una persona con discapacidad visual cuando camina por vallas, desniveles, rampas, senderos sin bancas ni árboles, etcétera. Por ello, hay que diseñar las ciudades pensando en eso, tomando en cuenta estos aspectos.
Durán Heras mencionó que expertos en geografía humana y urbanistas trabajan en lo que se llama geografía del miedo o de la “oscuridad”. Por ejemplo, las mujeres casi nunca usan los pasos subterráneos de las carreteras, porque ahí se concentra buena parte de los asaltos.
Expuso que también se puede hablar de la ciudad “puertas adentro”. La esperanza de vida en España es de 85 años; a los adultos mayores les esperan varios años de vivir sin los hijos. Las casas les comienzan a quedar grandes y necesitan ayuda para actividades sencillas como cambiar un foco en el techo de la habitación. Sería una excelente idea el co-living (vivir compartiendo espacios).
En su país se explora, como una vía nueva de construcción de ciudad, los sistemas cooperativos de adultos mayores, ya que de los nueve millones y medio de personas de más de 65 años la cuarta parte viven solos en sus casas, y la mayoría son mujeres.
Tenemos una descompensación: la necesidad de vivienda y, al mismo tiempo, casas grandes infraocupadas cuyos dueños tienen pensiones bajas que no les permite mantenerlas en buenas condiciones. Es un gran problema que cada año aumenta, pero que se puede resolver, consideró María Ángeles Durán.