La violencia generalizada y la institucionalización de las fuerzas armadas ponen en especial peligro a los grupos históricamente vulnerados. La sierra Tarahumara da testimonio de ello.
El Área de Reflexión Universitaria (ARU) proporciona los recursos necesarios para que el alumnado de la Ibero Puebla pueda analizar la realidad y emprender acciones para la búsqueda de sociedades más justas. La jornada El cuidado en contextos de violencia, que celebra su cuarta edición, consuma el trabajo de mitad de semestre con espacios académicos, culturales y de convivencia.
Durante la inauguración del foro, enmarcado en el aniversario de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, Mario Patrón Sánchez, consideró que el contexto convoca a la Comunidad Universitaria a ser constructora de entornos esperanzadores.
La militarización de la seguridad pública ha opacado cualquier apuesta por la prevención, la reconstrucción del tejido social y la revisión del sistema penitenciario. El titular de Rectoría consideró que el debate en torno a este y otros temas de interés público es una tarea irrenunciable. “No seamos perpetradores de esas violencias”.
El asesinato de los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora en Chihuahua no solo fue un encuentro directo con la realidad atroz para la Compañía de Jesús, sino también un choque con el discurso oficial que busca legitimar la presencia militar en las calles. Patrón Sánchez abrazó la experiencia como un llamado a la acción: “Hoy más que nunca, México requiere de esos ojos de agencia en donde ponemos el énfasis en cada uno y una de nosotros”.
José Cervantes Sánchez, director del ARU, reconoció que la exposición permanente a las violencias del día a día impacta directamente a nivel cognitivo. Por ello, el llamado es a encontrar formas de convivencia libres de desigualdades. “Que esta jornada sea la ocasión de estar juntos para sensibilizarnos e imaginar posibilidades de un mundo diferente”, anheló.
Alimentar la esperanza
En 2008, el padre Javier “Pato” Ávila Aguirre, SJ terminó su eucaristía y fue abordado por dos personas que le alertaron una matanza. Al correr a la escena del crimen, se encontró con 13 cuerpos mancillados. 14 años después, camino a una cita médica en Chihuahua, recibió una llamada desesperada: “Anda aquí el Chueco. Anda arrastrando a Joaquín”. Se escucharon balazos. La comunicación se cayó. Otra llamada: “Acaban de matar a Javier y a Joa…”. Se cortó la señal otra vez.
Los sistemas apuestan al olvido; los jesuitas, a la memoria. El padre Pato estuvo presente en Creel el día en que sujetos armados asesinaron a 13 personas. Desde entonces, ha refrendado la importancia de llevar la lucha por la justicia hasta las últimas consecuencias, sin saber que eventualmente pasaría de una actitud solidaria a la lucha por la muerte de sus propios compañeros.
Como él, un grupo de padres jesuitas ha habitado la sierra Tarahumara de Chihuahua con la intención de dejarse interpelar por la realidad de la zona y acompañar los procesos sociales. “La principal misión es caminar con la gente, ser solidarios con el pueblo sufriente”, comentó al foro congregado en el ágora de la Ibero Puebla.
Su trabajo durante los últimos 25 años se ha enfocado en la promoción de los derechos de los pueblos indígenas. Cofundador de la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos, A. C. (COSIDAC), el padre ha hecho del trabajo horizontal la encomienda de cada día.
“Cuando yo llegué a la Tarahumara [en 1975] ya existía la violencia”, recordó. La zona se encuentra en medio del área conocida como Triángulo Dorado, cuyo producto estrella era “la mejor marihuana del país”, misma que era comercializada especialmente en el golfo Pérsico. “A partir de la masacre [de Creel] se destapó, de forma descarada, el tráfico de droga”.
La escalada del crimen organizado encontró un nuevo hito en la muerte de Javier Campos y Joaquín Mora. “Sigue siendo algo muy duro. Nosotros como Compañía de Jesús hemos sido confirmados por el Dios de la vida de que debemos estar presentes ahí”. La solución a la crisis social, aclaró, se encuentra en la acción participativa de todas las personas que conforman la sociedad civil.
Tras el genocidio en Creel, Ávila Aguirre se ha posicionado frente a los gobiernos en turno y ha exigido la revisión de los sistemas de seguridad. Esto le ha supuesto adoptar medidas cautelares para proteger su integridad. “No nos vamos de Tarahumara; se va a reforzar la presencia de la Compañía en Cerocahui”, refrendó.
Javier y Joaquín fueron el testimonio que revolvió la agenda mediática a nivel internacional. Sin embargo, Pato Ávila llamó a abrir el panorama hacia los miles de casos de violencia sistemática. Al mismo tiempo, convocó a la Comunidad Ibero Puebla a abrir los ojos y al corazón frente a la realidad convulsa. “Ustedes, alumnos de los jesuitas, tienen la responsabilidad de responder a este mundo”.
La charla del padre Pato, SJ inauguró el segundo de tres días de acción colectiva con el fin de resignificar las violencias. El evento estuvo acompañado por fotografías de los 43 normalistas de Ayotzinapa distribuidas entre el público, mismas que fueron elevadas junto a la consigna “¡vivo lo queremos!” durante el pase de lista del día anterior.