A partir de enero de 1972, los 137 minutos de 24 imágenes por segundo cambiaron la historia de la cinematografía: “La Naranja Mecánica” (A Clockwork Orange), del director Stanley Kubrick, se situó como una crítica social permanente a través de una obra artística universal, que el 13 de enero cumplió medio siglo de su estreno.
Así lo expone Adriana Chávez Castro, comunicóloga, crítica y maestra en cine documental por la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (ENAC) de la UNAM, quien asegura que la prohibición de la cinta durante casi tres décadas, la volvió mítica.
“Lo que hace especial al filme es la dirección de Stanley Kubrick, la creación de toda una atmósfera, una estética que tiene mucho que ver con la onda psicodélica de los años 60, y ahora como obra de arte universal se ha vuelto atemporal: continúa funcionando porque nos sigue haciendo sentir”, expresa.
La también integrante de la Secretaría de Extensión Académica de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL), quien dirige el cineclub de dicha entidad académica, añade que es una de las grandes obras maestras del séptimo arte, por la innovación en el lenguaje cinematográfico, además de su proyección y crítica social.
“El trabajo meticuloso de Kubrick queda constatado en cada escena, por ejemplo ‘Alex’, el personaje protagónico de este filme, tiene que aventarse desde cierta altura, por lo que para dicha toma se sabe que Stanley lanzó solo la cámara grabando para representar y darle credibilidad a la caída con un POV (cámara subjetiva)”, relata.
Cítrico social
De acuerdo con Chávez Castro, “La Naranja Mecánica” no es solamente la adaptación innovadora de una novela escrita al cine (original de Anthony Burgess), sino el tratamiento estético sonoro con temas y adaptaciones musicales de Henry Purcell y Ludwig van Beethoven.
Cambia la estética de otras, cada toma, cada encuadre tiene sentido en la obra, porque su director era un gran conocedor de las formas cinematográficas, además que en cada escena existe esa crítica social, acota la experta.
“La película retoma el tema de la ultraviolencia, pero básicamente de fondo tiene dos tópicos: la crítica y emprender esta revisión de cómo el libre albedrío puede llegar al ser humano; esta posibilidad de elegir entre el bien y el mal”, destaca.
Aborda la historia de Alex, joven que integra dos pasiones: la violencia desaforada y Beethoven. Es el jefe de la banda de los Drugos, quienes aterrorizan su entorno. Es detenido y en prisión se someterá voluntariamente a una innovadora experiencia de reeducación, que pretende anular drásticamente su conducta antisocial. La cinta fue tan importante que hasta después de la proyección, el libro se empezó a popularizar.
“Sin duda es un largometraje polémico debido a que después del estreno hay jóvenes en el Reino Unido que tratan de imitar la hiperviolencia, y es incluso cuando Kubrick y su familia reciben amenazas de muerte. Por ello, no se presenta en su momento en festivales, aun cuando cuenta con nominaciones al Oscar, se trunca su exhibición, porque él mismo la retira y es hasta 1999, cuando fallece, que vuelve a circular”.
No solo es la violencia por la violencia, ataja Chávez Castro, es un trabajo que apela a hacernos pensar y reflexionar. Vemos incluso esa crítica visual a los regímenes totalitarios de la primera mitad del siglo XX, por lo que invito a las generaciones que no conocen esta película a que se acerquen y encontrarán en el pasado “un futurismo extraño”.
Es curioso, dijo Alex, representado por el actor Malcolm McDowell, en una escena, quizá premonitoria: “cómo los colores del mundo real solo parecen verdaderos cuando los ves en una pantalla”…“Dios prefiere al hombre que elige hacer el mal, antes que al hombre que es obligado a hacer el bien”…“¿acaso soy un animal o un perro? (…) ¿No soy más que una naranja mecánica?”.