La luminosidad de las ceras hechas con grasa vegetal o animal, daban un aura mística a la labor de los ngíwá (popolocas) de la comunidad poblana de San Luis Temalacayuca, quienes fervorosamente colocaban uno a uno los elementos del altar de muertos con el que recuerdan a sus seres queridos que han partido.
Cerca de una docena de pobladores de esa localidad acomodaban las naranjas, mandarinas, manzanas, plátanos y panes en cestos conocidos como tenates, algunos hechos de palma y otros de rafia de plástico, los cuales son rematados con flores de cempasúchil y tres ceras. Cada canasta lleva bordado el nombre del familiar fallecido, a modo de rendirle homenaje.
De esta manera, se lleva a cabo la celebración conocida como Kiéè sen’ chu che’én ttjàjna’ ngíwà (La conmemoración de los muertos en el pueblo popoloca de San Luis Temalacayuca), que se realiza del 28 de octubre al 2 de noviembre, en esa comunidad del sur de Puebla.
En esta ocasión, el Museo Nacional de Antropología (MNA), del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), recreó este altar de muertos con la participación de pobladores de esta comunidad popoloca, el cual fue instalado al interior de una casa con arquitectura tradicional recreada en el patio central del recinto museístico.
Durante la inauguración de la ofrenda, el subdirector de Etnografía del MNA, Arturo Gómez Martínez, destacó que, cada año, desde hace cuatro décadas, este espacio museal “recibe a pueblos indígenas de México para celebrar la fiesta de los difuntos, de los ancestros”.
Gracias al acervo arqueológico y etnográfico que resguarda el MNA, dijo, muchas comunidades consideran que sus ancestros residen en el museo, “donde se les recibe como en su casa, con ofrendas integradas con tamales, moles, chocolates, velas, flores, pero principalmente con la reciprocidad hacia los pueblos y comunidades indígenas, quienes estiman este lugar como el sitio donde se vive, se expresa y existe la identidad”.
En su intervención, el director del MNA, Antonio Saborit García Peña, a nombre del director general del INAH, Diego Prieto Hernández, dio la bienvenida a los miembros de San Luis Temalacayuca, tras destacar que es la primera vez que se inaugura una ofrenda en la noche.
“También es la primera vez que nos reunimos en la nueva normalidad y aún en contingencia sanitaria, para celebrar y recordar a los difuntos, por eso es una ocasión relevante para nosotros y celebro de todo corazón los días que hemos pasado juntos con la comunidad, disfrutando de su compañía. Los agradecidos somos nosotros, este es su museo, es su casa”, puntualizó.
En el ritual ceremonioso en honor a los que ya no están, Epifania Miranda Pacheco y Anacleto Tiburcio López, integrantes de la comunidad, procedieron a montar el altar de muertos y explicaron que el inicio se da con la siembra de la flor de cempasúchil, en junio, así como con la preparación de la cera, trabajos que realizan los hombres de la población, mientras que las mujeres, desde abril, en el cerro recolectan la palma para hacer los tenates, cuya elaboración implica meses.
En la comunidad ngíwa (popoloca), perteneciente al municipio de Tepanco de López, Puebla, las ceremonias de conmemoración de los muertos inician el 28 de octubre, día en que se honra a los que murieron accidentados; el 30 se rememora a los niños que no fueron bautizados, mientras que el 31 se recibe a los infantes; el 1 de noviembre esperan a los adultos, y es la fecha más importante, pues todos los difuntos se reúnen, desde los niños hasta los adultos, por lo que temprano se dispone la mesa grande o mésa’ jié, en ngíwa; el día 2 todos son despedidos con la visita al panteón y el intercambio de ofrendas.
Así, las campanas repican todo el 1 de noviembre, pues es la forma en que el pueblo da la bienvenida a los difuntos, siendo el sonido el que les indica el camino a sus hogares. Las familias se reúnen para preparar la méséè sen’ chà o la ofrenda para los adultos.
En los tenates, previamente bendecidos con agua bendita y sahumados con copal e incienso, se colocan las ofrendas, al tiempo que se llama a los difuntos y se le da la bienvenida en lengua popoloca; en la parte inferior de los canastos se depositan naranjas y manzanas, arriba de estas, plátanos y piezas de pan, y se introducen tres velas simulando una cruz. La canasta se termina de rellenar con flor de cempasúchil y las velas, y se atraviesan unas piezas de pan a manera de remate. Al terminar de montar la ofrenda, la familia se reúne a comer y luego a velar durante la noche.
El 2 de noviembre, la mesa en donde se encuentra la ofrenda se tiene que “desatar”: se comienza por deshojar una parte de las flores y se colocan en las cestas de mayor tamaño; las velas de los tenates son encendidas paulatinamente por los miembros de la familia, al tiempo que se nombra a cada difunto y se sahúma con copal.
Por la tarde, los miembros de la familia parten con los cestos y demás enseres ceremoniales rumbo al cementerio, el cual se encuentra rebozando de gente que va con flores, velas y comidas; algunos llevan cubetas, escobas, palas y carretillas para limpiar los sepulcros, alrededor de los cuales comienzan a vaciar el contenido de los tenates, quedando recubiertos de flores, velas y algunos alimentos.
Al regreso del cementerio, se reparten los panes y la fruta restantes entre familiares y amigos, este acto de intercambio de alimentos reafirma los lazos parentales y mantiene vigente el sentido de la comunidad. La exhibición del altar de muertos en el Museo Nacional de Antropología concluye el 8 de noviembre.