En la búsqueda de la paz será necesario el establecimiento político de la justicia, donde se erradique “la economía que mata” y se respeten los derechos humanos fundamentales.
Las sociedades contemporáneas viven nuevos tipos de inseguridad. Muchas de ellas, desnudadas por la covid-19, son producto de las debilidades del modelo de civilización y los sistemas económicos, los cuales pueden escalar a programas de necrocapitalismo. En el marco de la Cátedra Eusebio Francisco Kino, SJ de la Ibero Puebla, Élio Estanislau Gasda reflexionó sobre los riesgos de inseguridad global y las vías para la construcción de paz.
El capitalismo concibe al trabajo como una mercancía que puede y debe ser explotada. Este tipo de economía de la inseguridad se caracteriza por el incremento de las brechas de desigualdad: la riqueza de los multimillonarios más grandes del mundo ha aumentado durante la crisis sanitaria, mientras que los índices de pobreza se han disparado a niveles alarmantes.
De forma paralela, la inseguridad laboral se relaciona con los altos índices de desempleo y la precarización de los trabajos. “Miles y miles de personas trabajan en condiciones degradantes a cambio de una remuneración indecente. Los ricos no se preocupan por esa barbarie social”. Gasda enfatizó que trabajar no se traduce necesariamente en salir de la pobreza.
El mundo se encuentra en guerra permanente. Testimonios recientes como los de Colombia, Palestina y Birmania develan que la actividad bélica resulta profundamente lucrativa: en 2019 el gasto militar mundial creció hasta los 1,917 billones de dólares. Uno de los efectos más preocupantes de los conflictos armados es el desplazamiento de personas, fenómeno que en 2018 impactó a 51 millones de personas, la mayoría mujeres y niños.
A decir del experto, el cambio climático es más mortal que el coronavirus. Así lo avalan los registros climatológicos del quinquenio 2015-2019, los cinco años más cálidos de la historia. Los efectos del calentamiento global impactan con mayor agudeza a las personas más pobres, lo que ha potenciado los movimientos migratorios por razones ambientales.
Origen de la violencia
El Estado surgió a finales del siglo XVII con la necesidad de racionalizar el poder y garantizar la seguridad jurídica. Con las aportaciones de los contractualistas (Hobbes, Locke, Rousseau) se estableció que el Estado debía contar con el monopolio del uso legítimo de la fuerza para garantizar el bien común y determinar el rumbo que debe seguir la sociedad.
En la actualidad, la influencia del capitalismo financiero provocó un déficit en las políticas públicas sociales y en la generación de empleo e ingresos. Dicho modelo se vale de las fuerzas de seguridad del Estado para garantizar su hegemonía y estabilidad económica.
Como resultado, ha aumentado la criminalización de la pobreza y las periferias, lo que permite la operación de una necropolítica basada en el poder de decidir quién debe vivir y quién no. Con esta lógica, el ejercicio político se convierte en una guerra contra los pobres, los indígenas y las mujeres. “Hay un encuentro entre neoliberalismo y necropolítica en la pandemia. Eso explica los 400,000 muertos que tenemos en mi país”, apuntó el teólogo brasileño.
El papel de la fe
Al asociar la espiritualidad con la sociedad de riesgo global, Élio Gasda recordó que todo discurso teológico debe provenir de Jesús de Nazaret y situarse en el contexto de cada practicante. Esto es, escuchar “el grito de la tierra y el grito de los pobres” para traducirlo en misericordia y justicia.
Una sociedad fraterna se basa en la justicia, un atributo central del Dios cristiano. La teología, argumentó, tiene que revelar la dimensión estructural del pecado, cuyo reconocimiento tiene lugar ante Dios y el otro injusticiado. “El sistema económico actual contiene el pecado vital: el dinero da la idolatría, y donde hay idolatría desaparecen Dios y la dignidad humana”.
En sus reflexiones finales, el filósofo invitó a aprovechar las dificultades de la pandemia para establecer nuevos pactos sociales que contrarresten los efectos de la cultura de mercado. Para ello, es necesario plantear formas de organización social que pongan a la economía al servicio de las personas y que privilegien el bien común y la dignidad humana.
Al mismo tiempo, alentó a la conformación de una nueva subjetividad más contestataria hacia las injusticias, tal como ocurre en los movimientos de resistencia. “Si queremos seguridad debemos buscar un mundo profundamente más igualitario. No podemos volver al mundo brutal, desigual e insostenible en el que nos encontró el virus: debemos ser parte activa de la rehabilitación de las sociedades heridas”, cerró.