Un grupo de estudiantes de universidades jesuitas del continente conversó con el obispo de Roma sobre migración, cambio climático y el rol de las juventudes y la Iglesia en la transformación social.
La Iglesia católica es consciente de su responsabilidad de injerencia en los dolores del mundo contemporáneo. El cambio climático, la crisis migratoria y la erosión de los tejidos sociales son contemplados en las conferencias sinodales, las cuales pretenden salir de los monasterios y convertirse en espacios de reflexión para todas las personas, creyentes y laicas por igual.
Textos como Querida Amazonía y Fratelli tutti dan cuenta de las aspiraciones del papa Francisco a involucrar a la Iglesia en la solución de problemáticas actuales, donde los jóvenes están llamados a llevar la voz cantante. El santo padre se reunió virtualmente con cuatro grupos de estudiantes de universidades jesuitas de toda América con el fin de conocer sus reflexiones y propuestas para cambiar la situación del mundo.
El encuentro, que arrancó con una plegaria para Ucrania y su gente, dio cuenta de que la juventud, desde Canadá hasta Chile, reconoce y rechaza los liderazgos políticos que velan por intereses particulares. Rubí, estudiante tzeltal de la Ibero Ciudad de México, se apuró a destacar las tres causas principales del fenómeno migratorio: desigualdad, pobreza y violencias estructurales.
Mientras que estos factores provocan el éxodo de poblaciones enteras, las personas en movimiento son recibidas con una loza de estigmas. A decir de la joven, todas las naciones deben garantizar los derechos humanos de todas las personas, más allá de los muros y las instituciones. “Cristo no esperó: salió. Debemos hacer nuestra iglesia peregrina y no estática”, zanjó.
La tierra sudamericana está marcada por deudas heredadas y desigualdad, las cuales han desatado las migraciones del campo a las ciudades y del sur hacia el norte. “El migrante sufre discriminaciones que acentúan la cultura del descarte, y nadie se hace responsable”, observó el joven argentino Santiago.
Desde Honduras, el joven Leonardo destacó la pobreza extrema en las comunidades rurales como un móvil para la migración de personas indígenas. Por su parte, la joven brasileña Priscila insistió en que el sistema económico predatorio es clave en la expulsión de personas de sus hogares. Así se ha observado en su tierra natal, donde en los últimos años se contabilizan hasta 7.7 millones de desplazados internos.
Pero no solo las condiciones económicas y sociales destierran poblaciones enteras. El cambio climático es una amenaza que desplaza a 20 millones de personas al año; se estima que para 2060 habrá hasta 1,400 millones de refugiados climáticos. “La enseñanza católica puede inspirar la acción. La Iglesia tiene una gran responsabilidad para actuar”, comentó Harry desde Estados Unidos.
Luego de escuchar las inquietudes de los cuatro grupos de jóvenes, el papa Francisco manifestó su alegría por observar en la comunidad congregada en la llamada de Zoom un espíritu por “armar un lío desde la esperanza”, pues “un universitario que no arma un poco de lío le falta algo que le dé vida”.
Un factor que mata a las sociedades es la destrucción de las raíces. De ahí que los ancianos sean vistos como el anclaje con los saberes ancestrales. En referencia a un comentario sobre la importancia de las adecuaciones lingüísticas, el pontífice indicó que los procesos de recepción de las personas migrantes deben equilibrar el respeto a la identidad y la integración a la nueva cultura.
De igual manera, enfatizó la encomienda que tienen los curas de ser cercanos a las personas. De otro modo, dijo en respuesta a la joven Rubí, convierten sus iglesias en refugios de gente conformista. “Un pastor que no es cercano a su pueblo le falta lo principal. Tiene que estar adelante para indicar el camino; en medio, para sentir su dolor, y detrás, para impulsar a quienes se quedan atrás”.
Las intervenciones sinodales de los jóvenes contaron con propuestas concretas de acción frente a la crisis humanitaria. María José, estudiante de IBERO Torreón, llamó a promover actitudes de hospitalidad a través de diálogos de paz, al tiempo que ofreció los espacios de las universidades jesuitas como foros para el encuentro reconciliador.
Ana, desde Canadá, pidió ayuda para involucrar a los obispos en temáticas como economías solidarias, medioambiente y asistencia a los pobres. Priscila, por su parte, compartió una iniciativa con nombre propio: el proyecto Permanecer, un espacio de investigación e incidencia para la proyección de las economías locales y la reconstrucción del tejido social.
Ante la pregunta concreta de lo que se espera de ellos, el papa Francisco externó su deseo de que los universitarios se conviertan en la conciencia de los pecados de la estabilidad, una que prefiere esconder los conflictos allá donde no hacen daño. “Estamos necesitados de la profecía de la no violencia. Ustedes tienen que llevarla adelante”, aseguró.