“Para cambiar al mundo, hay que cambiar la forma de nacer”: Michel Odent.
Los productos audiovisuales, las investigaciones académicas y el diálogo generado en torno a nuevas formas de vivir los procesos obstétricos y nuevas formas de nacer, se hacen cada vez más presentes en una generación de mujeres y personas gestantes que se ha atrevido a cuestionar la medicina hegemónica. Aquella que ignora sus cuerpos, derechos, deseos e, indudablemente, su autonomía al violentar su poder de decisión.
Ante este panorama, alternativas más humanas, cálidas y tiernas empiezan a ser nombradas para vivir procesos obstétricos más dignos y acompañados. La partería es uno de ellos, pues es un saber ancestral que se sigue practicando en los lugares a los que la medicina hegemónica no voltea a ver. Además, funge un papel sumamente importante ante las lagunas del Estado en materia de salud pública.
Sin embargo, a pesar de que la partería puede ser una alternativa a la deshumanización y patologización con la que se ha visto el embarazo, es invisibilizada y poco valorada. Pues la practican, en su mayoría, mujeres históricamente discriminadas: mujeres indígenas y/o alejadas de las urbes, a quienes se estigmatiza como personas periféricas a la “modernidad” y el “desarrollo”.
Partería como resistencia a la violencia obstétrica
La violencia obstétrica es un tema que, aunque tarde, se está poniendo sobre la mesa. En un país como México, que se torna cada vez más violento, es indispensable señalar todo tipo de violencia contra la mujer, sobre todo si es una violencia poco visibilizada y sumamente normalizada. Hablar de violencia obstétrica es hablar de violencia de género desde la medicina hegemónica a un nivel institucional.
La máxima expresión de la rapidez en los procesos obstétricos se ve reflejada en las cesáreas que, a pesar de ser injustificadas, se realizan con la mayor naturalidad y, algunas veces, sin consentimiento de las madres. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la tasa de cesáreas injustificadas a nivel mundial oscila entre el 10 y el 15%; en Chiapas, el porcentaje es del 29.9%.
En este reportaje se menciona a Chiapas debido a que ahí se encuentra el único movimiento de parteras que existe en México: Nich Ixim. Conformado por más de 600 mujeres que trabajan en 35 municipios del estado. Un movimiento independiente que defiende el derecho de parir con dignidad y está conformado por parteras tradicionales, urbanas y autónomas hablantes de tseltal, tsotsil, tojolabal, zoque, ch´ol y español.
La violencia obstétrica se vive a través de los malos tratos individuales, los cuales son la manifestación particular de las desigualdades estructurales que forman parte del orden patriarcal en el que las mujeres están insertas. Estas formas de opresión suelen pasar inadvertidas y son justificadas bajo el discurso médico hegemónico que hizo creer que es necesario someterse a los mandatos médicos sin cuestionarlos.
Y a pesar de que la OMS sigue sin señalar directamente la violencia obstétrica, existen ciertas conductas en México reconocidas como violencia obstétrica, según el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE). A nivel físico, el grado más extremo de la violencia obstétrica se refleja en la implantación de métodos anticonceptivos sin consentimiento de la mujer, así como en la muerte materna y neonatal.
Partería como forma de cuidado entre mujeres
Dentro de las comunidades, la concepción del nacimiento cambia. A diferencia de los solitarios procesos dentro de los hospitales, nacer con una partera es hacerlo rodeado de la gente que fue parte del proceso y acompañó a la mujer durante su embarazo. Se camina por ese proceso junto con la gente que la rodea y la sostiene en la cotidianidad.
La partería dentro de las comunidades es un saber que ayuda a mantener la existencia del tejido social, e incluso lo reconstruye porque se recuerda la identidad de esta a través de sus tradiciones. Representa también una forma de cuidado entre mujeres, pues son acompañadas durante todo su proceso.
Las parteras cuidan a su comunidad, que usualmente se encuentra alejada de las urbes, lo que dificulta el acceso a cualquier experiencia de salud debido a la ausencia del Estado y su sistema sanitario fallido, de mala calidad o incluso inexistente en las comunidades rurales.
Para algunos pueblos originarios, lo normal es parir en casa. Ir al hospital es el último recurso porque representa grandes dificultades debido al contexto en el que están paradas muchas mujeres: uno caracterizado por la precarización, marginación, discriminación y pobreza.
Sin embargo, a pesar de su relevancia en la comunidad y en los cuidados colectivos, actualmente, las parteras son vistas de manera distinta dentro de sus comunidades. Debido a los efectos de la modernidad, las personas de Los Altos han dejado de lado lo que algún día fue considerado como sagrado. El reflejo más grave de la falta del reconocimiento dentro de las comunidades es que su labor no es considerada trabajo, sino altruismo e incluso una obligación.
Las nuevas generaciones de parteras
La partería, cuando no es vista como una epistemología del sur, en palabras del filósofo Boaventura de Sousa Santos, se asume como ignorancia y se reduce a una forma social de inexistencia, porque su presencia en la realidad de las comunidades indígenas o rurales le estorba a las realidades de las urbes que sí son validadas o son concebidas como importantes.
El parto institucional es visto como sinónimo de conocimiento y modernidad, mientras que el trabajo de la partería tradicional es concebido y equiparado con una práctica arcaica que corresponde solo a zonas marginadas, al pasado, a un mero rasgo cultural o tradicional de comunidades indígenas.
Bajo la mirada biologicista de la medicina hegemónica, estamos hechos de átomos, pero somos más que eso: somos historias. La partería es la otra historia. La historia de la comunidad. Es la historia de las y los de abajo. Los saberes ancestrales transmitidos siguen viviendo y se siguen practicando.
Según el informe del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) del 2018, casi 8 de cada 10 mujeres chiapanecas se encuentran en situación de pobreza, es decir, esta entidad ocupa el primer lugar nacional. En cuanto al porcentaje por razón de mortalidad materna, el estado del sur ocupa el cuarto lugar con un porcentaje del 49%, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
La organización de mujeres es esencial para el mundo. Compartir historias y dolores con la otra siempre permiten quitarles peso. Hablar en voz alta permite ver las cosas de otro modo. Escuchar el intercambio de vivencias permite que las heridas se encaminen a la sanación. Voltear a ver las alternativas que existen y resisten ante un mundo voraz es esencial para la vida digna de las mujeres históricamente oprimidas.