A 38 años del sismo de 1985, y a seis del ocurrido en 2017, aún quedan cosas por hacer en materia de prevención y planeación urbana.
El 19 de septiembre es una fecha clave en la historia de México por dos vías: en 1985, con un terremoto de magnitud 8.1 con epicentro en las costas de Michoacán; y en 2017, cuando aproximadamente a las 13:14 horas se originó un sismo de magnitud 7.1 en los límites de los estados de Puebla y Morelos.
Ambos momentos dejaron huellas imborrables: ya sea por aquellos lugares que no pudieron rehabilitarse o por los seres queridos que perecieron a causa del desastre. Pero también dejaron aprendizajes y áreas de oportunidad significativas para la respuesta de las y los mexicanos ante siniestros naturales.
“Es importante que la gente sepa qué hacer antes de que ocurra el sismo, y no solo en el momento del sismo. En ese sentido, creo que sí hay un avance en el tema”, explicó Lorena Cabrera Montiel, coordinadora de la Especialidad en Gestión Integral del Riesgo de la Ibero Puebla.
El poder accionar ante un desastre a través de cooperación y solidaridad fue algo que caracterizó al país desde el primer sismo de gran magnitud; pero la cultura de la prevención es una tarea que sigue reforzándose año con año.
La experta reconoce que, si bien México tiene protocolos de actuación para sismos que lo colocan por arriba de otros países en materia de prevención, aún quedan cosas por hacer desde la ciudadanía y el Estado para evitar una tragedia de escalas mayores como producto de cualquier catástrofe.
“No hay que dejarle todo a las autoridades, porque no se dan abasto. Algo que falta en el tema autoridades es la falta de especialistas: en localidades grandes el personal no es suficiente, y en pequeñas ni siquiera hay personal especializado”. Este panorama implica que la ciudadanía debe comenzar a generar también sus propias estrategias de cuidado y prevención.
Lo anterior no es precisamente malo, ya que entre más personas sepan qué hacer antes, durante y después de un movimiento telúrico (independientemente de la intensidad de este), más fácil será recuperarse de este tipo de eventos.
Medidas como analizar rutas de evacuación en los lugares que se suelen frecuentar o no construir sin la regulación o guía de un experto —arquitecto o ingeniero civil— son algunas de las acciones que la sociedad en general puede llevar a cabo para no verse significativamente afectada por los efectos de los sismos.
También es esencial que, en los protocolos ya existentes, los tres niveles de gobierno propongan una transición de la protección civil a la gestión integral de riesgos. Explicó Cabrera Montiel: “La protección civil está enfocada a la respuesta después de que pasó el desastre; por su parte, la gestión integral del riesgo es justamente ver los momentos del antes, durante y después”.
“Apenas estamos aprendiendo. No hay una formación importante en ese ámbito. Solamente en Ciudad de México existe gracias a que tienen una secretaría especializada, pero el personal apenas se está capacitando en estos temas”. Lorena Cabrera hizo hincapié en la importancia de brindar una capacitación integral a todo el personal involucrado en la intervención de siniestros.
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