Cientos de restos animales, una decena de semillas, un kilo y medio de carbón, cuentas muy pequeñas hechas de conchas y otros materiales, e incluso fragmentos de un milímetro de piedra verde que formaban parte de los depósitos rituales dispuestos en El Palacio de la Zona Arqueológica de Palenque, en Chiapas, han sido recuperados mediante un tamiz más fino que la criba.
Los resultados de este proceso señalan una importante cantidad de restos zooarqueológicos que pueden pasar desapercibidos, comenta el colaborador del Proyecto Arqueológico Palenque del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Carlos Miguel Varela Scherrer. “Siendo éstos elementos diagnósticos para la identificación de la especie, como premaxilares y dentarios de pez, y que únicamente pueden ser vistos cuando la matriz de tierra ha pasado por agua”.
Refiere que desde 2018, el Proyecto Conservación Arquitectónica y de los Acabados Decorativos del Palacio, codirigido por el arqueólogo Arnoldo González Cruz y la restauradora Haydeé Orea Magaña, ha recuperado evidencia de eventos cuyas características llevan a identificarlos como de un solo momento.
Estos contextos hacen referencia a la celebración de un banquete en este lugar, tras el cual, tanto la comida como los objetos usados, se depositaron en cavidades que fueron quemadas y posteriormente cubiertas, lo que marcó en algunas ocasiones el inicio de construcciones arquitectónicas o acontecimientos importantes de la vida religiosa de este asentamiento maya del periodo Clásico (200 – 900 d. C.), capital que dominó el norte de Chiapas y el sur de Tabasco.
El Palacio es considerado el edificio más complejo y extenso de la ciudad, pues ahí se hacían actividades administrativas y de carácter ritual, y se atendía a entidades políticas de otras regiones.
Varela Scherrer, quien se ha especializado en la relación de los mayas con su entorno en el pasado y en el presente, explica que después de la excavación de los depósitos rituales referidos, se realizó un proceso de cernido con agua y flotación en la ribera del arroyo Otulúm, donde se instalaron dos soportes de madera con una malla de apertura muy estrecha, de 1/8 de pulgada. Luego, en una cubeta de 20 litros, se colocó tierra de la excavación en un cuarto de su capacidad, para luego cubrirla con agua y, usando una vara de madera, removieron el fondo con movimientos circulares.
“Una vez hecho esto se podía observar flotar carbones y pequeños huesos; de inmediato vertimos el contenido de la cubeta sobre un colador casero, donde quedaron carbones y huesos. Este proceso fue repetido tres veces; después de estos intentos pocos eran los materiales que quedaban sobre el colador”, detalló el doctor en Estudios Mesoamericanos y colaborador del Proyecto Regional Palenque del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.
De un depósito ritual que fue excavado en la Casa B, en la esquina suroeste de El Palacio, se reconocieron 17 especies, 58% de ellas corresponden a peces, 19% a moluscos, 11% a decápodos (crustáceos), 5% son aves, 4% reptiles y 3% mamíferos. Se reconocen por su nombre común: el mejillón de agua, el caracolillo terrestre, el caracol manzana, el cangrejo de agua dulce, mojarras, tenguayaca, robalo blanco, codorniz, tortuga blanca, armadillo de nueve bandas, perro doméstico, cérvido y venado cola blanco.
Mientras de otro contexto, ubicado en la Casa E, 70% de las especies animales que lo integraban son decápodos, 12% peces y 10% moluscos, y nuevamente los menores porcentajes correspondieron a reptiles, mamíferos y aves. De esta ofrenda se reconocen jute, cangrejo de agua dulce, robalo blanco, mojarra y mojarra castarica, tenguayaca, pochitoque, tortuga blanca, cocodrilo, codorniz, pavo ocelado, tuza y temazate.
Lo anterior revela que los habitantes de Palenque explotaban mayoritariamente los recursos de los cuerpos de agua dulce cercanos como arroyos de planicie, pantanos, lagunas y ríos, como el Arroyo Michol y la Laguna de Catazajá, o el Río Usumacinta, este último en Jonuta, Tabasco.
La aparición de restos de peces con el uso de esta técnica, puede contribuir al estudio de ese grupo de animales, uno de los menos estudiados en la zooarqueología maya.
Scherrer concluye: “si esta metodología se aplica homogéneamente en las tierras bajas estaremos en posibilidad de poseer colecciones comparables para conocer a profundidad el aprovechamiento animal por los antiguos mayas”.