En el Vaticano, los cuervos vuelan bajo y amenaza tormenta.
La carta de 11 páginas del Arzobispo Carlo Maria Vigano acusando al Papa Francisco de encubrir los abusos del Cardenal estadounidense Theodore McCarrick es un síntoma de la mala digestión que acompaña siempre a la Santa Sede cuando cambia de orden.
Su calculada publicación, diseño y necesaria colaboración certifican la reapertura de una guerra que corre el riesgo de organizar definitivamente a los opositores a Francisco, más interesados en el poder extraviado que en la ideología o los abusos que denuncian ahora e ignoraron cuando pudieron actuar.
Vigano, probablemente despechado por no haber recibido un mayor reconocimiento del Papa cuando le planteó las denuncias contra McCarrick aquel 23 de junio de 2013, tiene una larga experiencia en conspiraciones.
Estuvo en el origen de ‘Vatileaks’ y acumuló toneladas de información sensible a su paso por el Governatorato de la Ciudad del Vaticano y la Secretaría de Estado, de modo que no sería extraño que sorprendiese con más documentos.
Nadie duda de que en su ataque participaron diversas personas, especialmente del entorno de los medios digitales estadounidenses ultraconservadores, con quienes pudo intimar mientras fungía como nuncio de Washington.
El Vaticano espera que las acusaciones se desvanezcan por sí solas, pero el misil estaba cuidadosamente diseñado para desatar la tormenta.
Se hicieron traducciones de la carta al inglés, francés y español por parte de distintos colaboradores, algunos -y algunas- vinculados directamente al círculo tradicionalista, y se lanzó cuando más daño podía hacer.
El epicentro de la guerra contra el Papa procede de la corriente tradicionalista de la Iglesia estadounidense vinculada al ultraconservador Tea Party y de potentes círculos mediáticos cercanos al ex jefe de estrategia de la Casa Blanca Steve Bannon, obsesionado con los movimientos populistas en Roma y con el propio Vaticano.
El lunes, las primeras reacciones a la carta de Vigano, previsiblemente, llegaron de los propios líderes de la revuelta. El Cardenal Raymond Burke, humillado en anteriores enfrentamientos con Francisco, fue el primero.
«Las declaraciones hechas por un prelado de la autoridad del Arzobispo Carlo Maria Vigano deben ser tomadas muy en serio por los responsables en la Iglesia. Cada declaración debe estar sujeta a investigación, de acuerdo con la ley procesal aprobada por la Iglesia», aseveró en un comunicado.
El Papa, sin embargo, prefirió guardar silencio el domingo y pidió a los periodistas que ellos mismos extrajerann conclusiones. Una salida poco ortodoxa, pero, asegura su entorno, eficaz.
«Era la mejor respuesta que podía dar en ese momento», señaló una fuente cercana al Pontífice.
La guerra, sin embargo, acaba de comenzar.
Fuente: El País