Con motivo de la construcción del “Canal Centenario” en la costa central de Nayarit, obra monumental de infraestructura hidroagrícola a cargo de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y de la Conagua/Dirección Local Nayarit, recientemente la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Centro INAH Nayarit, llevó a cabo un programa emergente de rescate arqueológico en el sitio “La Terraza”, ubicado en una parcela colindante al derecho de vía del Tramo C del “Canal Centenario”.
Este asentamiento de origen prehispánico se localiza a 640 metros de la margen derecha del río San Pedro, sobre una terraza fluvial que topográficamente se encuentra por encima de la cota máxima de inundación de dicho cauce. Además, se ubica en una posición geoestratégica importante, con acceso directo a uno de los principales ejes fluviales de comunicación entre las tierras bajas inundables de la costa y la Sierra Madre Occidental. Las evidencias arqueológicas (montículos, alineamientos de piedra que delimitan unidades habitacionales, muros de contención estructural y concentraciones de artefactos) se distribuyen linealmente a lo largo del frente de dicha terraza, justo en el límite entre su superficie plana superior y su talud frontal, cubriendo una extensión aproximada de 1.3 hectáreas.
El arqueólogo del Centro INAH Nayarit, Mauricio Garduño Ambriz, responsable de los trabajos de rescate arqueológico en el sitio de “La Terraza”, señala que las excavaciones controladas tuvieron lugar en el Montículo 1, la principal estructura arquitectónica del sitio y la mejor conservada. Este promontorio artificial es de volumetría convexa y de base rectangular, con su eje longitudinal orientado de norte a sur, con un largo de 20 metros, un ancho promedio de 12 metros y con una altura actual de 0.53 metros sobre el nivel de la plaza circundante. Su fachada se encontraba orientada hacia el sur, justo hacia el cauce del río San Pedro. Los sondeos arqueológicos permitieron corroborar que se trataba de una estructura arquitectónica construida con rocas y tierra limo-arcillosa compactada.
Además, el registro de su estratigrafía interna permitió identificar dos etapas de ocupación en el sitio, la primera perteneciente al periodo Epiclásico y la más tardía relacionada con la cultura regional Aztatlán, del periodo Postclásico, registrándose una ocupación continua por parte de la población local de alrededor de ocho siglos, entre los años 500 y el 1350 d.C. Durante los trabajos de sondeo efectuados al interior del recinto que estuvo emplazado en la parte superior del montículo fue posible explorar y recuperar, en su contexto cultural original, cinco vasijas de barro -tres ollas, un plato y un tecomate-, recipientes que fueron colocados como ofrenda dentro del relleno constructivo del Montículo 1, por debajo de los pisos.
Destaca el hallazgo de una urna funeraria in situ, que fue sellada con un plato colocado en posición invertida, a manera de tapa. Cabe precisar que esta vasija contenía los restos de una cremación o incineración, práctica cultural que se generalizó entre la población asentada en las tierras bajas aluviales del norte de Nayarit y el sur de Sinaloa durante el periodo Epiclásico (600 – 900 d.C.).
Aunque fue posible documentar que el Montículo 1 fue remodelado en su etapa de ocupación más tardía, aumentando su tamaño y volumen constructivo, es importante precisar que su orientación general se conservó a través del tiempo. Los datos recuperados en campo sugieren que esta estructura funcionó como un templo vinculado con actividades rituales relacionadas con el culto al agua. Cabe precisar que tanto su fachada como la rampa frontal escalonada que daba acceso al recinto superior se encontraban orientadas directamente hacia el río San Pedro, por lo que este templo seguramente funcionó como un importante punto de visita dentro del circuito procesional regional, vinculado con el ciclo ritual anual relacionado con las deidades del agua.
A este respecto, es importante recordar que dentro de esta microrregión geográfica y cultural actualmente tiene lugar la celebración, por parte de los grupos originarios del Gran Nayar (coras, huicholes, tepehuanos del sur y mexicaneros), de la Muuchatena o la fiesta de los San Juanitos, que el 24 de junio congrega en torno al río San Pedro a numerosos habitantes de las poblaciones autóctonas y mestizas circundantes.
Dentro del ciclo ritual anual de estas comunidades tal festividad está vinculada con las deidades que propician la llegada de las lluvias, es decir, con el solsticio de verano. Al igual que el asentamiento prehispánico de “La Terraza”, el sitio sagrado de la Muuchatena se ubica justo a orillas del río San Pedro Mezquital, donde una de las principales ofrendas depositadas en el altar central de este recinto son los copos de algodón, que representan las nubes pluvíferas que propiciarán buenas lluvias y la obtención de buenas cosechas.
Con este cúmulo de datos se confirma que el culto al agua en esta región entre las comunidades originarias del Gran Nayar constituye una de las manifestaciones contemporáneas de la continuidad cultural y plena vigencia de la compleja tradición religiosa mesoamericana, por lo que la conservación integral de estos sitios sagrados y de su entorno natural debería de ser considerada como una prioridad dentro de las políticas y líneas de acción de carácter institucional, a nivel estatal y federal.