Mientras todos los futbolistas latinoamericanos que militan en Europa descansan, un puñado de brasileños sigue saltando al terreno de juego todos los fines de semana. Uno de ellos es Julio César, el central del Vitebsk, epicentro de la epidemia en Bielorrusia, la única liga en marcha del continente.
«No tengo elección. Si hay que jugar, se juega», comentó en conversación telefónica.
Fiel a códigos futbolísticos ya casi olvidados -jugar llueva, nieve o granice-, Julio César ya ha disputado con su equipo los tres primeros partidos del campeonato bielorruso, que es seguido por decenas de millones de aficionados en todo el mundo debido al parón del resto de torneos.
La Federación Internacional de Futbolistas profesionales se ha quejado amargamente y esta semana se le han sumado las agrupaciones de aficionados de varios clubes bielorrusos, que han decidido boicotear los partidos de sus equipos, pero el presidente de la Federación de Futbol Bielorrusa dejó bien claro que había que seguir jugando.
«Confiamos completamente en nuestro sistema sanitario. Comprendemos que en algunos países la situación es muy grave, pero, en realidad, la situación en Bielorrusia no es tan crítica como para suspender el torneo», declaró Serguéi Zhardetski, presidente de FFB.
Admitió que la repentina popularidad del futbol bielorruso es positiva, ya que algunos países han comprado los derecho televisivos del campeonato.
«Pero creo que ahora no es el momento de mirar esto desde el punto de vista comercial. El futbol puede ser una forma de relajarse ante el actual flujo de alarmantes noticias epidemiológicas», argumentó, casi parafraseando al presidente del país, Alexandr Lukashenko.
Por todo ello, el defensa brasileño no sólo tiene que fajarse con los defensas, sino también con ese enemigo invisible: Covid-19.
«No tengo miedo, pero hay que se prudente», dice.
El brasileño prefiere no opinar sobre si es correcto jugar cuando miles de personas están muriendo de coronavirus en los países vecinos, aunque insiste en que la salud es lo primero y el futbol después.
«Mi familia está preocupada. Pero la verdad es que Brasil es mucho más peligroso que Bielorrusia. Allí hay muchos más casos», admite.
Por orden del club, apenas sale de casa más que para entrenar. Por suerte, el campo de entrenamiento está cerca de su casa.
«Nos piden que nos quedemos en casa y nos han proporcionado mascarillas. En los partidos tampoco nos damos la mano, pero jugamos sin mascarillas», asegura irónico.
En cuanto a los aficionados, como la asistencia media a los partidos es de un millar de aficionados, la FFB intenta que los asistentes a los estadios mantengan una distancia de seguridad.