Hasta hace siete meses las calles aledañas al multifamiliar de Tlalpan estaban abarrotadas de ayuda; la Ciudad de México recién había retumbado desde el centro de la tierra; por esos días las calles estaban llenas de ayuda, de buenos deseos, de voluntades en común. A siete meses del sismo pareciera que los capitalinos olvidaron aquellos días en los que dejaron su status social afuera de las zonas cero para levantar escombros.
En la capital mexicana aún hay albergues que siguen en pie, nacieron en otoño tras el sismo del 19 de septiembre del año pasado y han visto pasar el invierno y parte de la primavera bajo lonas y cobijas prestadas, al llover deben colocar cartones por todas partes y al mediodía, cuando hace más calor, salir de las plásticas y calurosas tiendas de campaña a esperar a que baje la temperatura.
Lo que predomina no sólo es la incertidumbre por el destino de sus patrimonios, sino la tristeza y desesperanza de ver minada la ayuda tanto de las autoridades, como por parte de las personas, y es que aún cuando muchos damnificados encontraron de buena o mala gana un lugar para vivir, algunos cuantos siguen viviendo en la calle.
En opinión del director general de Campaña Mundial por la Alimentación, Greco Vargas, lamentablemente las personas necesitan ver la desgracia ajena para sumarse a alguna causa social y los damnificados ya dejaron de estar en el foco de atención de las personas.
El activista, que aún lleva insumos y comidas calientes a unas 120 personas que viven en cuatro albergues en la Ciudad de México detalló que lo que ahí se ve es desesperanza, debido a que muchos de ellos aún no saben la situación de su patrimonio y la organización que preside es de las pocas que nacieron con el sismo y aún continúa en pie.
Los sismos de septiembre pasado dejaron al descubierto no sólo fierros y láminas, sino huecos en lugares en los que había casas y empresas, lugares vacíos en pupitres escolares; dejaron también al descubierto que poco se aprendió del sismo de 1985 y una buena parte de la población mexicana no cuenta con seguros de vivienda.
A siete meses del terremoto que enseñó a los más jóvenes que un puño en alto significa silencio y a algunos niños el verdadero significado de la muerte, asociaciones civiles continúan trabajando en diferentes sentidos.
Pacto Mundial por la Alimentación lleva comida caliente, se han sumado otras organizaciones que nacieron tras el sismo y murieron pocas semanas después, en tanto que Ángeles contra la Impunidad sigue pidiendo esclarecer las irregularidades del Colegio Enrique Rébsamen, y de las multitudes de personas buscando de un lugar a otro, sólo queda el recuerdo.
De la necesidad de sacar cuerpos y alimentar brigadistas quedan sólo las reminiscencias, al parecer ya nadie necesita nada, pero aún hay quienes continúan con la vida rota desde septiembre del año pasado, algunas personas siguen sin dictámenes que avalen la seguridad de sus viviendas, otras tantas conocen el verdadero significado de la palabra peregrinar y van de una oficina a otra buscando saber qué pasará con su patrimonio.
Las autoridades de la Ciudad de México y su recién estrenado jefe de Gobierno, José Ramón Amieva, señaló que se estará al pendiente del informe de los recursos presupuestales que conforman el Fondo de Reconstrucción, que es de seis mil 800 millones de pesos, con lo que de acuerdo con la administración capitalina, el apoyo está garantizado y los cientos o quizá miles de daminificados, eso esperan.
A siete meses del sismo, no sólo quedó visible la necesidad de hacer modificaciones a la Ley de Construcciones y leer las letras chiquitas al momento de contratar un seguro de vivienda, sino de estar alertas en todo momento, recordar a los que perdieron la vida, y también a los que las salvaron y la solidaridad tan aplaudida por los ojos internacionales de la que hoy, sólo quedan escombros.
Por Mariangel Calderón