A la mayoría de los observadores, el destartalado barco decolorado por el sol que abandonó Venecia con rumbo a Sicilia la semana pasada, quizá les pareció un desastre listo para irse al depósito de chatarra.
En cambio, cuando el barco emprendió el que quizá sería su último viaje, sobre una barcaza y con remolcador, y llegó a Sicilia el 20 de abril, otros esperaban que se convirtiera en un monumento al saldo devastador que se ha cobrado en el Mediterráneo el tráfico de personas de África a Europa a cargo de operadores sin escrúpulos.
El barco, reliquia del naufragio más mortífero de que se tenga memoria en el Mediterráneo, es símbolo de la migración contemporánea en Europa que ya es parte de su herencia cultural, afirmó Maria Chiara Di Trapani, curadora independiente que trabaja en proyectos futuros para el buque.
El 18 de abril de 2015, la embarcación sin nombre, diseñada originalmente para operar como barco pesquero con una tripulación aproximada de 15 personas, se volcó frente a la costa de Libia y se convirtió en la tumba acuática de más de mil personas (muchas de Mali, las islas Mauricio y el Cuerno de África) que iban apretujadas a bordo. Solo 28 pasajeros sobrevivieron.
El destino fatal de esta embarcación “debe recordarnos que no es posible que esto suceda en un país civilizado”, advirtió Cristina Cattaneo, patóloga forense y antropóloga que se ha dedicado a identificar a los cientos de víctimas que quedaron atrapadas en el casco cuando este se hundió.
El barco se convirtió en un símbolo tangible del fracaso de Europa en el ámbito migratorio y de la incapacidad del continente de idear, y mucho menos implementar, políticas coordinadas para lidiar con la llegada masiva de migrantes, que se ha intensificado en décadas recientes. Desde aquel desastre, el proyecto Missing Migrants Project, a cargo de International Organization for Migration, ha registrado un mínimo de 12.521 muertes o desapariciones en la ruta central de migración del Mediterráneo.
El barco se hundió después de chocar con un carguero portugués que había acudido en su ayuda. Activistas en el tema de migración han convertido el análisis del naufragio en un caso de estudio sobre los peligros de que alguien sin experiencia quiera dar ayuda en el mar. Más adelante, la embarcación se utilizó como evidencia en un caso en contra del capitán tunecino que la pilotaba y en 2018 fue sentenciado por tráfico humano.
“La historia del barco es muy compleja, involucra a muchas personas”, comentó Enzo Parisi, vocero de Comitato 18 Aprile, un grupo ciudadano de Augusta, Sicilia, que desea que este se convierta en un monumento, un “testimonio de las tragedias ocurridas en el mar”.
En junio de 2016, el gobierno italiano decidió reflotar el barco hundido 365 metros desde el fondo del mar para identificar a las víctimas. El barco fue trasladado a una base naval en Augusta, donde se extrajeron las víctimas.
Se tomaron muestras genéticas y se fotografiaron los cadáveres y restos humanos, así como los pasaportes, registros de vacunación y trozos de papel con números telefónicos escritos a mano. Todo se envió a un laboratorio forense en la Universidad de Milán para la laboriosa tarea de catalogar y quizá identificar a las víctimas.
El destino de la embarcación, en ese momento, era el depósito de chatarra, al igual que el de cientos de barcos incautados por las autoridades italianas.
Sin embargo, la importancia simbólica del naufragio ya se había hecho evidente. En 2019, con el respaldo de Comitato 18 Aprile, se concedió la custodia del barco al consejo municipal de Augusta. La región cabildeó para que se le declarara monumento de interés cultural y el comité presentó propuestas para construir un memorial en el que el barco ocupara un lugar central.
“Al ser un puerto marítimo, Augusta siempre ha acogido a sus visitantes”, declaró el alcalde Giuseppe Di Mare.
La ciudad siciliana es el primer punto de arribo para muchos migrantes rescatados en el Mediterráneo, que después son procesados y enviados a otras ciudades italianas. Debido al coronavirus, los rescates en el mar ahora incluyen una parada intermedia en barcos de cuarentena, de los cuales hay dos en este momento en el puerto de Augusta.
En 2019, la nave tomó una desviación inesperada, cuando (con autorización del ayuntamiento y el comité) el artista suizo-islandés Christoph Büchel llevó el barco hundido a la Bienal de Venecia, y lo atracó en el Arsenal, antiguo astillero de la otrora formidable República de Venecia.
Bautizada con el nombre “Barca Nostra” (que en italiano significa “nuestro barco”), la embarcación se presentó en la exposición de arte como “monumento a la migración contemporánea” y las restricciones a las libertades personales.
El miércoles pasado, el barco se colocó sobre una barcaza. Llegó a Augusta el 20 de abril.
El proyecto para identificar a las víctimas sigue adelante. Cattaneo, quien es responsable del laboratorio de la Universidad de Milán, dijo que la falta de financiamiento ha lentificado el trabajo y que, hasta ahora, solo han logrado identificar a seis víctimas gracias a su metodología, que consiste en comparar el ADN extraído de las víctimas con el familiares, así como rasgos antropológicos y dentales.
Espera que se logren avances este año, pues la universidad ahora trabaja con otras instituciones académicas y con autoridades policiacas italianas, pero advirtió que las condiciones en que los investigadores encontraron los cuerpos después de un año bajo el agua, hacen todo su trabajo “extremadamente complejo”.
El Comité Internacional de la Cruz Roja y otras filiales nacionales también han participado en la identificación de las víctimas de esta tragedia. Adoptaron un enfoque distinto y complementario, que consistió en elaborar una lista de los pasajeros que estaban a bordo a partir de referencias cruzadas de los relatos de los sobrevivientes, testigos, parientes y amigos, así como de los objetos recuperados del barco. En este momento se dedican a hacer llamadas a algunos de los números telefónicos (casi 1500 números que corresponden a 56 países) encontrados en el naufragio, con la esperanza de obtener nuevas pistas.
“Para nosotros, el manifiesto de pasajeros es lo más importante, porque al ponerle nombre a las víctimas, las reconoces como personas”, explicó Jose Pablo Baraybar Do Carmo, coordinador forense transregional de la Cruz Roja, que ha estado “trabajando como loco” en el naufragio desde 2017. “Es importante que estas personas dejen de ser invisibles” y hacerles saber a sus familias que “hay alguien que intenta averiguar qué le pasó” a quienes desaparecieron, dijo.
Hasta ahora, su equipo ha logrado identificar a 474 personas que estaban en el barco.
Augusta quisiera colocar el barco en un espacio que las autoridades han llamado “Jardín de la Memoria”, que “tendrá que establecerse en el exterior, pues el barco evoca el mar, el aire, los cielos. Encerrarlo en un edificio sería lo opuesto a su historia”, señaló Di Mare. “Por supuesto, el barco ha adquirido una dimensión internacional, por lo que queremos que este jardín se convierta en un lugar de reflexión para el mundo, de manera que todos puedan reflexionar ahí”.
The New York Times Company