Cuando Javier Hernández dijo que querían ser un espejo para cada mexicano quizá no se imaginaba un efecto tan inmediato.
«Imaginemos todos cosas chingooonas, imaginemos todos cosas chingooonas, cooosas chingonas…», cantaron cientos de aficionados reunidos en Ploshchad Kommunarov, plaza que fue el punto de partida de la tercera caravana mexicana en estas tierras hacia la Arena Ekaterimburgo, a un kilómetro de distancia.
El del «Chicharito» es ya el grito de batalla en Rusia. El golpe al campeón Alemania, el desempeño del equipo, la confianza que emana de los seleccionados deja poco margen para pensar en fatalismos.
Y eso que el sitio en donde comenzaron los festejos estaba apenas a dos kilómetros de la Iglesia sobre la Sangre de todos los Santos, construida en el terreno de la antigua casa Ipátiev, en donde fue el final de la dinastía de los Romanov, en donde fue asesinado el Zar Nicolás II y su hija Anastasia, entre otros miembros de la familia.
Es como si en este Mundial no hubiera cabida para las tragedias, a pesar del duro panorama del Tri.
A unos minutos de jugarse la vida contra Suecia, los mexicanos optaron por cantar y bailar.
De hecho, un aficionado tocó una icónica melodía rusa que causó sensación entre los anfitriones.
Porque Ekaterimburgo se preparó bien para recibir a sus invitados. Los restaurantes tienen menú en español cuando en otras sedes ni en inglés hay; al menos los compatriotas ya saben qué comida ordenan.
Y así empezó el recorrido a la Arena Ekaterimburgo, sin cabida para el pesimismo.
Con información de Cancha