A medida que crece el número de migrantes que intentan llegar a Europa, también crece el número de muertes en el Mediterráneo.
Mientras los funcionarios de la Unión Europea (UE) luchan por contener el éxodo, la difícil situación de quienes huyen de la pobreza y la persecución está dejando su trágica marca en las costas de Túnez.
A medida que el sol asoma por el horizonte frente a las orillas de la costa este, el pescador Oussama Dabbebi comienza a recoger sus redes. Mientras lo hace mira ansiosamente el contenido que atrapó, porque a veces los peces no son todo lo que encuentra.
«En lugar de pesca, a veces encuentro cadáveres. La primera vez tuve miedo, luego, poco a poco, me acostumbré. Después de un tiempo, sacar un cadáver de la red es como pescar un pez».
El pescador de 30 años, vestido con una sudadera oscura con capucha y pantalones cortos, dice que recientemente encontró los cuerpos de 15 migrantes en sus redes durante un período de tres días.
«Una vez encontré el cuerpo de un bebé. ¿Cómo es un bebé responsable de algo? Estaba llorando. Para los adultos es diferente porque han vivido. Pero ya sabes, para el bebé, no vio nada».
Dabbebi pesca en estas aguas cerca de Sfax, la segunda ciudad de Túnez, desde que tenía 10 años.
En aquellos días, él era uno de los muchos que lanzaban sus redes, pero ahora dice que la mayoría de los pescadores han vendido sus botes por grandes sumas de dinero a los traficantes de personas.
«Muchas veces los contrabandistas me han ofrecido cantidades increíbles para vender mi bote. Siempre me he negado porque si usaran mi bote y alguien se ahogara, nunca me lo perdonaría».
A poca distancia, un grupo de migrantes de Sudán del Sur, que se vio afectado por el conflicto armado, las crisis climáticas y la inseguridad alimentaria desde su independencia en 2011, se aleja lentamente del puerto.
En última instancia, todos esperan llegar a Reino Unido. Uno explica que abandonaron a regañadientes un segundo intento de cruzar a Italia debido a un barco abarrotado y al empeoramiento del clima.
«Había tanta gente y el bote era muy pequeño. Íbamos a ir igual, pero cuando nos alejamos de la orilla había mucho viento. Era demasiado viento».
Según la Guardia Nacional de Túnez, en los primeros tres meses de este año 13.000 migrantes fueron obligados a abandonar sus botes, a menudo abarrotados, cerca de Sfax, y regresaron a la costa.
Entre enero y abril de este año, unas 24.000 personas abandonaron la costa tunecina en botes improvisados y llegaron a Italia, según la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur).
El país se ha convertido ahora en el principal punto de partida para los migrantes que intentan llegar a Europa. Anteriormente Libia ostentaba este dudoso galardón, pero la violencia contra los migrantes y los secuestros por parte de bandas criminales han llevado a muchos a viajar a Túnez, antes de dirigirse a Europa.
No obstante, el barco involucrado en el desastre de mediados de junio frente a la costa griega, que dejó al menos 78 muertos y unos 500 desaparecidos, había zarpado de Libia.
Muchos de los barcos oxidados y podridos que usan los migrantes yacen medio sumergidos en el agua o apilados en enormes montones junto al puerto de Sfax. Tristes recordatorios de los peligros de la ruta migratoria conocida más mortífera del mundo.
Otro claro recordatorio se puede encontrar en el cementerio en las afueras de la ciudad. Filas de tumbas recién excavadas yacen vacías en una parte extendida del cementerio, esperando el próximo desastre marítimo.
Pero no serán suficientes. Ahora se está planificando un nuevo cementerio enteramente dedicado a los migrantes.
En solo un período de dos semanas a principios de este año, los cuerpos de más de 200 migrantes fueron recuperados del mar aquí.
En todo el Mediterráneo, se sabe que más de 27.000 personas han muerto tratando de llegar a Europa desde 2014.
Esta tragedia acelerada está causando grandes dificultades a la ciudad. El director de la autoridad sanitaria regional, el doctor Hatem Cherif, dice que simplemente no hay suficientes instalaciones para hacer frente a tantas muertes.
«La morgue del hospital tiene una capacidad máxima de 35 a 40 personas. Esto suele ser suficiente, pero con toda esta afluencia de cuerpos, que está empeorando, está muy por encima de los números que podemos asumir».
Hasta 250 cuerpos fueron llevados a la morgue recientemente. La mayoría tuvo que colocarse en una habitación contigua helada, llamada sombríamente la «cámara de la catástrofe», uno encima del otro.
Sin embargo, el doctor Cherif resaltó que todos serán enterrados en tumbas separadas y numeradas.
Muchos de los que mueren no están identificados, por lo que se están organizando pruebas de ADN y los resultados se almacenan cuidadosamente. La idea es permitir que los familiares que buscan a sus seres queridos vean si están enterrados aquí, comprobando si coinciden con su propio ADN.
A tres horas de viaje al noroeste de Sfax, varios cientos de miembros de la minoría negra de Túnez, muchos de ellos mujeres y niños, acampan en pequeñas tiendas de campaña frente a las oficinas de la Organización Internacional para las Migraciones en el centro de Túnez.
Todos fueron desalojados de sus hogares y despedidos de sus trabajos en la ciudad después de un discurso incendiario y racista pronunciado en febrero por el presidente del país, Kais Saied.
Saied afirmó que «hordas de inmigrantes ilegales» estaban ingresando al país como parte de un plan «criminal» para cambiar su demografía.
Estos comentarios fueron ampliamente vistos como un intento de encontrar chivos expiatorios para la crisis económica del país, que ha llevado a muchos tunecinos desesperados a convertirse ellos mismos en migrantes.
Señalando una puñalada reciente en su brazo, un joven originario de Sierra Leona -que aún se está recuperando de una brutal guerra civil que terminó en 2002- dice que, desde el discurso del presidente, jóvenes locales armados con cuchillos han agredido a muchas personas aquí.
«Algunos muchachos árabes vinieron aquí para atacarnos. La policía dijo que nos mantendrían seguros si nos quedábamos aquí. Pero si salimos de esta área, no estaremos seguros».
Esta situación preocupante y el continuo encarcelamiento de opositores y la erosión de los derechos civiles por parte del presidente del país parecen ser menos prioritarios para los funcionarios de la UE que frenar el flujo de inmigrantes.
En lo que va de año han llegado a Italia más de 47.000 migrantes, el triple que en el mismo período del año pasado, y crecen las demandas de que se haga algo.
Durante una breve visita aquí a principios de este mes, una delegación encabezada por la jefa de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, prometió un posible paquete de apoyo financiero de casi US$1.000 millones.
De aprobarse, alrededor de una décima parte de esta suma se gastaría en medidas para combatir la trata de personas.
La tragedia del naufragio frente a la costa griega aumentó las demandas de que se adopten medidas.
Sin embargo, con tantos migrantes tan desesperados y el contrabando de personas tan rentable para los traficantes, no será fácil detener el flujo de embarcaciones pequeñas.
Multitud de migrantes de toda África y partes de Medio Oriente se congregan en lugares sombreados de las calles de Sfax. Algunos tienen fondos para pagar un lugar en el barco de un traficante, otros viven en el limbo, sin poder siquiera pagar su comida y vivienda.
Muchos han perdido sus pasaportes o se los han robado, mientras que algunos nunca han tenido uno porque han salido ilegalmente de sus países.
Todos han oído hablar de la muerte de tantos que intentaron llegar a Europa, pero parece que la desesperación sigue triunfando sobre el peligro, como dejó claro un joven de Guinea.
«No podemos volver a nuestro país porque no tenemos dinero ni pasaportes. No tengo miedo. Me estoy muriendo de hambre, hay tanta pobreza [en casa] y mis padres no tienen nada. No quiero que mis niños vivan así. Necesito irme».
La tragedia es que esta aspiración humana básica de una vida mejor a menudo tiene un precio muy alto.
BBC News Mundo