Para inaugurar la XI Cátedra Pablo Latapí Sarre, los rectores de tres universidades pertenecientes al Sistema Universitario Jesuita (SUJ) conversaron acerca de los retos que les compete como instituciones de pedagogía ignaciana ante un futuro tan incierto como oscilante.
Como indicó Alexander Zatyrka Pacheco, SJ., rector de la Ibero León, la pandemia de la Covid-19 ha sido un parteaguas para buscar alternativas a un modus vivendi obsoleto. El proceso educativo no sólo implica dar capacidades para que los estudiantes se incorporen al mercado laboral, sino acompañar a personas que puedan contribuir a la construcción del buen vivir.
Cuestionó que la educación suscita a sujetos líquidos con miedo a la incertidumbre, para quienes: “las grandes seguridades sobre las cuales se había sustentado la vida se están desmoronando. Ni siquiera el presente da seguridad”. El principal problema de estos sujetos es la interioridad débil, fácilmente colonizable, y la inhabilidad de entrar en contacto con sus sentimientos más profundos.
De ahí la necesidad urgente de una educación situada en el ser, no en la supervivencia en el mercado. De lo contrario, se seguiría perpetuando una visión del mundo poblado por objetos, donde el ser humano se sitúa en procesos que restringen las libertades del ser.
La nueva normalidad se caracteriza por la impertinencia de lo que dábamos por seguro y la oficialización del extremo riesgo e incertidumbre que enfrentamos como especie. “La pandemia ha cuestionado todas las dimensiones de la vida humana”, reflexionó Mario Patrón Sánchez.
El rector de la Ibero Puebla compartió algunos retos identificados y acatados por la Universidad que preside. Advirtió que las instituciones educativas enfrentan la amenaza de la irrelevancia ante un posible “apagón pedagógico global”. La apuesta de la Compañía de Jesús ha sido asumirse como un espacio en el que los estudiantes construyen y generan propuestas reales.
De ahí la importancia de defender un modelo educativo contracultural que haga contrapeso a la hegemonía de mercado. Esto supone reconocer la crisis de las categorías del pensamiento que configuraron la realidad en decadencia. Al mismo tiempo, dijo, se deberá reivindicar las agendas de investigación, especialmente en tiempos de escamoteo de recursos para la ciencia y la tecnología.
Patrón Sánchez reconoció la necesidad de repolitizar la Universidad. Esto es, asumir la capacidad de incidir en la realidad a través de la formación de hombres y mujeres conscientes. “En tiempos de alta polarización, toca que nuestras universidades sean espacios de generación de criticidad constructiva”.
La nueva normalidad implica aceptar una nueva situación como normal. Esto puede suponer que la configuración social emergente es la única posible, con la consecuente naturalización de las asimetrías sociales que, lejos de ser resueltas, se han agudizado. Valoró Luis Arriaga Valenzuela, SJ., rector del ITESO.
Cuando se establecieron las primeras medidas de confinamiento, se trastocó el vínculo de cercanía en los procesos de aprendizaje. Si bien ha habido esfuerzos para disminuir esta lejanía, la presencia de la tecnología puede derivar en una nueva racionalidad tecnocrática. Por ello, llamó a mantener una distancia entre los medios y los fines. “La práctica educativa no puede estar condicionada por el acceso a bienes del mercado”.
Ante la potencialización de las relaciones digitales, es fundamental proclamar la importancia de los encuentros personales. Arriaga Valenzuela indicó que sería deseable volver al encuentro físico con una sensibilidad nueva sobre la base de los proyectos de vida comunes. Las universidades jesuitas, aseguró, cuentan con horizontes de sentido que pueden ayudar a este reencuentro.
Formación en la incertidumbre
La educación a nivel universitario es útil para aprender a tomar distancia de la visión fragmentaria de la vida. Alexander Zatyrka comentó que: “toda nuestra formación está vinculada a aprender a manejar la conciencia analítica. Para movernos a otros niveles, tenemos que aprender a descubrir que somos más que nuestros pensamientos”.
El proceso educativo debe ser un acompañamiento de la maduración de la libertad. Por eso, las instituciones educativas deben pensarse como el espacio en donde se da el paso de la individuación a la personificación, transitando de la conciencia somática a la neumática.
Dicho proceso de crecimiento personal convoca a las escuelas de educación superior a repensarse para gestionar las transiciones sociales y construir sociedades más justas y resilientes. Esto entra en coacción con la interdependencia humana evidenciada por la pandemia.
Para Mario Patrón, el modelo pedagógico debe poner a las personas en el centro, por lo que la innovación tecnológica debe ser instrumentalizada y subordinada a la centralidad de las emociones, especialmente del alumnado. Al mismo tiempo, esta concepción de las personas ha de contribuir a la elaboración de una agenda común que encamine la sinergia con los poderes públicos.
El rector de la Ibero Puebla reivindicó la construcción del concepto de interdependencia humana y el abordaje de la tecnología con cautela para evitar la alienación. “Estamos viviendo tiempos donde será relevante, el acompañamiento psicopedagógico, la formación espiritual y la dimensión humana”.
Finalmente, Luis Arriaga puntualizó que las comunidades de aprendizaje deben superar la vinculación del poder con la ciencia. Al mismo tiempo, tiene que haber apertura a nuevas formas de aprender, saber y relacionarse con el entorno y la naturaleza.
Bajo estos principios, el abordaje de la incertidumbre tendría que darse de manera situada y como una desilusión ante todo lo que nos hace temer. Para las instituciones educativas confiadas a la Compañía de Jesús, son ineludibles el análisis constante, la denuncia de lo que no conduce a resultados positivos y optar por la vida colectiva que permita trascender las decisiones individuales.