«Alguien puede aguantar cualquier cosa, menos la muerte de un hijo».
Las causas de la migración son complejas y, en muchos casos, históricas. La violencia por parte del crimen organizado, la falta de oportunidades laborales, las movilizaciones forzadas y los estados fallidos son algunas de las causas que provocan la necesidad de emigrar. En muchas de estas situaciones, ni siquiera es la persona en situación de migración la que toma la decisión: esta es determinada por las circunstancias en las que se encuentra y la realidad que la rodea.
Según la Organización Internacional de Migración (OIM), en el año 2020, más de 280 millones de personas se encuentran en situación de migración, lo cual equivale al 3.6% de la población mundial. En el contexto mexicano, según la Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas, en el año 2021 cruzaron por México 309,692 personas de manera irregular.
A nivel internacional, México siempre ha representado un país importante respecto a las movilizaciones humanas —históricamente como un país expulsor—, pero actualmente convirtiéndose en uno de tránsito, específicamente en el contexto de la migración centroamericana hacia Estados Unidos. Sin embargo, el camino por México no es nada sencillo y las autoridades migratorias tampoco son una red de seguridad; en realidad, podrían parecer todo lo contrario.
Historias de paso
María es una mujer proveniente de Roatán, una pequeña isla ubicada al norte de Honduras. Ella se vio en la necesidad de salir de su país debido al asesinato de su hijo. Cuenta que vivir en Roatán era un sueño: el clima tropical que cada día la levantaba con energía, el brillo del sol reflejado en las hojas de las palmas, el cuidado comunal que compartían las personas que viven en la isla… pero es un sueño que ya no puede continuar. El asesinato de su hijo vino acompañado de una amenaza por parte de las pandillas de la isla: «Si te quedas aquí, te vamos a quitar a tu otro hijo».
Como madre, supo que no existía ninguna otra decisión, así que tomó a su familia y puso toda su casa en una maleta. Sin mirar atrás, María partió hacia el norte, llegando a México por el estado de Chiapas. Al contar con la capacidad económica para moverse, María y su familia se desplazaron en autobuses hasta llegar al centro del país. Sin embargo, ahí se vieron en la necesidad de cambiar de medio de transporte, por lo cual en el estado de Hidalgo decidieron, como familia, montarse en La Bestia.
Durante el transcurso de su viaje conoció a muchas familias que se encontraban en la misma situación. En el grupo con el que viajaba se encontraba un joven hondureño de 24 años, una pareja proveniente de Venezuela, una mujer mayor que viajaba sola, una madre soltera con su hijo de ocho años y la familia de María, conformada por su esposo y su segundo hijo. María y su esposo tomaron la decisión de dejar a su hijo más pequeño con los padres de su esposo.
«Esto es lo más difícil que he hecho», comenta María respecto a tomar la decisión de emigrar, y agradece a Dios cada día por cuidarla en su viaje. María no esperaba la dimensión territorial que México tiene y comenta que sin duda ha sido el país que más le ha costado cruzar.
Proveniente de Venezuela, Wilmer se vio en la necesidad de emigrar debido a la relación que su hermano tenía con la banda de crimen organizado llamada Los Colectivos, en Caracas. Aunque no portan armas, este grupo responde directamente al gobierno venezolano y es considerada una organización peligrosa con fuertes conexiones y recursos.
El acontecimiento que desató la necesidad de Wilmer y su familia de huir fue una confrontación entre Los Colectivos y una de las pandillas que operan en la capital, resultando en la victoria de la pandilla. Al concluir el enfrentamiento, el hermano de Wilmer huyó del país. Por consecuencia, la familia de Wilmer fue amenazada y tuvieron que abandonar sus vidas en Venezuela.
El trato que han recibido él y su familia ha sido muy malo por parte de los mexicanos. Comentó que ha sido víctima de insultos en diferentes partes del país, que la gente se les queda viendo a él y a su familia, y que el trato que ha recibido pésimos tratos por parte de los agentes migratorios. Además, la policía lo ha detenido múltiples veces y ha debido pagar sobornos para evitar ser arrestado.
La familia de Joseph es proveniente de la región noroeste de Guatemala, donde se habla el idioma mam. «Yo soy chapín de corazón». Así comenzó a contar su historia Joseph, compartiendo que las raíces de su familia son indígenas. Su llegada a México fue consecuencia de una fuerte adicción a la heroína con la que batalló por muchos años; fue aquí donde logró ponerle fin.
«Aquí pasan personas con historias más fuertes que la mía, con problemas de persecución, problemas de crisis económica». El trabajo que Joseph ha realizado lo ha ayudado con sus propios problemas, pues explica: «Así he podido servir a otras personas». Es por eso que explica que le resulta extraño tener que regresar a casa, donde, aunque tiene más comodidades, su familia se ha vuelto un poco ajena para él.
Aunque Joseph decida estar en México porque ama el país, ha visto en primera mano el trato que reciben las personas migrantes aquí. Contó una historia sobre un delincuente de la zona que entró armado al albergue y asaltó a todos los migrantes que se alojaban ahí. Al llamar a las autoridades, estas se negaron a actuar, debido a que se trataba de personas que estaban «ilegalmente en el país», y los amenazaron con detenerlos y entregarlos a las autoridades migratorias si seguían contactando a la policía.
La realidad de las personas que viven la migración y la postura que dice tener el país, parecen ser totales opuestos. Las historias de vida recopiladas a lo largo de este reportaje demuestran una fuerte falla por parte del Estado mexicano en su manejo del proceso migratorio. Es crucial que las dinámicas migratorias mejoren, porque se violan los derechos humanos de las personas y, por ende, la integridad física, moral y psicológica aquellos que solo están buscando una mejor calidad de vida.